Novia desafortunada

Calor de hogar

Leonardo

 

Bajé del auto e intenté mantenerme sereno, es difícil, si me pongo en el lugar de los padres de Rafaela hasta yo tendría ganas de golpear al hombre que no solo la hizo huir a otro pueblo sino además se casó con ella sin siquiera darles la cara.

 

Rafaela me toma de la mano y sonríe buscando animarme. Le devuelvo la sonrisa, aunque no puedo controlar la inquietud que siento a medida que nos acercamos a la pequeña casa.

 

Ni siquiera logramos golpear cuando esta se abrió de golpe y una anciana se abalanzó a mis brazos antes de que siquiera lograra reaccionar.

 

—Los vi desde la ventana —señaló emocionada y yo no pude menos que sorprenderme al verla, es la misma anciana de aquel viejo sedan que me ayudaron las dos veces que quedé botado en el camino.

 

Entonces la chica de la que me hablaban, de su nieta, era la misma Rafaela. Le dirigí mi mirada a ella y me contempló sin entenderme, para luego sonreírme tal vez pensando que me siento incomodo ante tal muestra repentina de cariño de su abuela. No es eso, aunque debo reconocer que no estoy acostumbrado a ser recibido de esta forma.

 

—Lo sabía, desde que lo vi algo me dijo que era el hombre ideal para mi nieta, ves hija, este es el muchacho del que te hablaba —dijo la anciana pellizcando cariñosamente la mejilla de Rafaela.

 

Me contempló sorprendida.

 

—O sea, que el hombre apuesto que parecía un tierno gatito botado en la calle y que recogieron  era Leonardo —señaló y con ello me di cuenta de que le habían hablado de mí ¿Tierno gatito?

 

—Debo reconocer que tu abuela tenía razón —dijo el anciano apareciendo en la entrada—, un gusto volverlo a ver, joven ¿Ya pudo arreglar el problema de su auto?

 

—Sí, sí, gracias, no he vuelto a quedar botado en la calle —respondí aun cohibido por el repentino encuentro.

 

Me hicieron entrar en la casa, en su interior luce más pequeña, el sofá se apretuja casi en la entrada y al fondo una mesa para comer, dos veces menor al tamaño de la mía, parece querer colarse debajo de las escaleras.

 

—Toma asiento —me señala Rafaela.

 

Escuchó ruidos de las escaleras y aparece un hombre más joven. Aquel se parece mucho a Rafaela, aunque tiene aires de modelo. Sus facciones son mucho más suaves que las de Rafaela, aunque claro, ella es más bonita, para mi gusto.

 

—Vaya cuñado, nos volvemos a encontrar—dijo el muchacho que apareció en escena, contemplándome fijamente de pies a cabeza y alzando la mirada con ironía—, sobrio luce mucho mejor, mucho más elegante.

 

Sentí que mis orejar ardían de la vergüenza. Nunca le he contado a Rafaela que cuando ella desapareció me desesperé tanto que me emborraché y sin saber cómo terminé afuera de su casa gritando por ella. Por suerte esa noche solo estaba su hermano, quien incluso me ofreció café y llamó un taxi diciendo que no sabía nada de ella. El muchacho me miró con complicidad y una ligera maldad que me hizo tragar saliva.

 

—¡Claudio! —exclamó Rafaela molesta haciéndolo callar con sus manos incluso—, perdónalo, es mi hermano, es algo… idiota a veces.

 

—¿Qué hay de malo en estar feliz de tener un cuñado así de elegante? —reclamó en cuanto quitó las manos de su hermana de su boca.

 

—No me avergüences…

 

Rafaela se llevó la mano a la cabeza.

 

—Claudio, no molestes a tu hermana —dicho esto apareció otra persona, es un hombre mayor quien al igual que el más joven me mira de pies a cabeza.

 

Me siento más presionado con su presencia, es claramente el padre de Rafaela. Arruga el ceño colocándose unos anteojos antes de volver a mirarme con detalle. Me enderezó lo mejor que puedo, fiándome en que mi apariencia no le resulte desagradable.

 

—Al fin conozco al hombre que se llevó a mi hija y se casó con ella a escondidas —masculló.

 

No supe que responder ante esto y más ante el serio rostro de mi suegro. Tragué saliva. No puedo creer que en toda mi vida me he enfrentado a empresarios agresivos y mal educados sin temor alguno, y frente a este hombre mayor ni siquiera soy capaz de decir algo. Tiene razón al sentirse ofendido, soy quien hizo que su hija se casara conmigo como dos criminales escondidos de todos.

 

—¡Papá! —reclamó Rafaela, como una niña ofendida se puso en medio de los dos—, no seas así con Leonardo, soy una mujer adulta no una niña…

 

Su padre nos miró a ambos antes de echarse a reír ante mi sorpresa, para luego darme fuertes golpes en la espalda.

 

—Solo bromeaba, bienvenido a la familia, mientras mi Rafi sea feliz yo lo seré —agregó sonriendo.

 

Mientras su hija sea feliz, él lo será. No pudo evitar pensar en eso. Ojalá, mis padres, pensasen de esa forma, y dejasen de verme solo como el niño que manipularon a su gusto, creando una imagen del heredero que tanto ansiaban.

 

—¡Mujer, ven acá, ven a saludar a tu yerno! —de repente dio un grito que no solo me hizo saltar a mí, sino también a Rafaela.

 

Por su expresión es claro que ver a su madre la pone tan nerviosa como yo he comenzado a sentirme al ver su semblante. Según me ha contado aquella aun no se resigna a que su hija no corrió detrás del prometido que la abandonó en altar ni fue a buscarlo por el mundo. Siendo sincero si mi hija fuera abandonada en el altar lo que menos querría es que ese hombre se volviera a aparecer frente a ella, incluso sería capaz de mandarlo a desaparecer.

 

—¡Te he dicho que no quiero! Martin aun puede volver…

 

Le respondió aquella con otro grito sin aparecerse.

 

—Mamá, baja, si lo ves te vas a olvidar enseguida de Martin, mi cuñado si que es un hombre imponente, es elegante, se ve bien… demasiado para la tonta de mi hermana, creo que se ganó la lotería porque con esa cara de mono…




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