Leonardo
Conduje en silencio sin querer pensar demasiado de como reaccionara mi padre, no solo por volver a verme sino además por la información que voy a entregarle. Él que siempre se ha considerado un empresario inteligente y poderoso no le será fácil aceptar que estaba cayendo en el juego sucio de Giorgio Santoro. Por lo que es seguro que no va a tomarse bien esta información.
Detuve mi auto frente a la mirada estupefacta del mayordomo, es claro que pensaba que no volvería a verme en ese lugar.
—Necesito hablar con mi padre, puedes decirle que le traigo información importante y urgente. Yo esperaré aquí afuera, en el jardín —señalé con seriedad.
El hombre mayor solo movió la cabeza con cortesía antes de retirarse. Es extraño que este lugar en donde me críe atraiga más mi melancolía que mi nostalgia. Mi mirada se detuvo en las rosas rojas del jardín delantero, sus espinas, como siempre lucen amenazantes, cuando niño siempre pensaba que eran las flores cultivadas por una cruel bruja con las intenciones de atraer por su belleza escondiendo sus espinas para herir.
Bufé desviando mi mirada y afirmando con mayor fuerza los documentos que sostengo en las manos.
—Pensé que no volverías por acá, cariño —apareció mi madre, con un delantal gruesos, un sombrero para protegerse del sol y llevando unas tijeras de podar, se acercó a mi lado quitándose los guantes—. ¿Vienes a pedir disculpas luego de cambiar las chapas de tu casa?
Sonrió con malicia y ante mi seriedad se echó a reír. Claro que tuve que hacerlo luego de que se metiera a mi casa, a mi habitación y entrara al cuarto donde Rafaela dormía. Guardé silencio para no decirle lo que realmente pensaba. Suspiró dramáticamente.
—Eres cruel, como tu madre, no me quejaré, pero quería formar un lazo intimo con la nuera que ya no quería para mi hijo. Y no, no pienses mal, me cae muy bien Rafaela, es la hija que hubiera querido y hubiese educado de la forma correcta. En fin, como dicen, uno no siempre tiene lo que quiere sino lo que merece —se alzó de hombros.
—No vuelvas a involucrarte con Rafaela —dije secamente—. Madre, a pesar de todo, te respeto porque eres la mujer que me dio la vida y me ha cuidado, tal vez no de una manera correcta, pero lo has hecho. Pero no te perdonaré si le haces daño a la mujer que amo, si sigues involucrándote con ella me olvidaré de que eres mi madre.
Guardó silencio con su rostro inexpresivo para luego sonreír y se giró sin mirarme mientras vuelve a colocarse sus guantes y cortaba una rosa.
—Si no quitas la maleza ¿Cómo vas a lograr que estás flores luzcan así de bellas? —me preguntó contemplándome fijamente con una sonrisa—, solo quiero que no cometas el mismo error que tu padre, se enamoró de una mujer que no entraba en los estándares de nuestra clase y vez que dio a luz a un muchacho rebelde que no cumplía los que tu padre esperaba. Rafaela aun es moldeable, sus malos hábitos solo deben eliminarse y hay que reeducarla, así será la adecuada madre de tus hijos…
—No planeamos tener hijos no hemos hablado de ese tema, y no quiero que Rafaela deba cambiar para entrar a lo que tú consideras tus estándares —le hablé interrumpiéndola y endureciendo mis palabras.
Se alzó de hombros sin mirarme.
—Llegara un día que te arrepentirás de no escuchar a tu madre —señaló y luego de eso no hubo más palabras y como si se olvidará de mí siguió preocupada de podar su rosal.
No me arrepentiré, claro que no. No quiero vivir como mi padre que vive añorando a su primer amor, a la madre de Adrián. Que simplemente vive su rutina con una amargura que se ha transformado ya en su rostro, casado con la mujer que cumple con esos “estándares” impuestos por la familia.
—Joven Leonardo, su padre lo espera en el despacho —me dijo el mayordomo apenas apareció frente a nosotros.
Le eché una última mirado a mi madre que sigue en su labor de jardinería. Luego de eso, sin despedirme de ella, seguí al hombre al interior de la casa. Y tal como me había dicho, mi padre me esperaba en su despacho. No me recibió con entusiasmo, es más pareciera que mi presencia le molesta.
—¿Por qué has vuelto aquí? —fue lo primero que me dijo.
Recuerdo que desde nuestra última conversación me había despedido de él para no volver jamás a esta casa. Si no fuera por la información que debo darle no hubiera vuelto.
—Te traje estos documentos —le dije extendiéndole la carpeta—. Giorgio Santoro esta planeando ponerte una trampa.
Alzó su mirada, confundido y tomó asiento revisando cada papel. Guardé silencio. Su mirada desconcertada se alzó hacia mí al finalizar su revisión.
—Hijo mio ¿Cómo pudiste descubrir todo esto? Estoy de verdad… agradecido —esa última palabra le fue difícil pronunciarla no acostumbrado a agradecer la ayuda de otros.
—No me agradezcas a mí, ese trabajo fue de Adrián, yo solo vine a entregarte el resultado de su trabajo —dicho esto me puse de pie.
Aunque Adrián quería que yo me quedará con el merito de su investigación no me siento cómodo con eso y prefiero ser sincero. No estoy a gusto de cosechar los frutos de otros. Caminé hacía la puerta para salir de ese lugar, quiero volver pronto a casa.
—Hijo —las palabras de mi padre me detuvieron.
Me giré extrañado por el tono dolido de su voz.
—Sigues siendo mi hijo, tal vez no eres hijo de la mujer que amaba, pero sigues siendo mi sangre. Las puertas de esta casa siempre estarán abiertas para ti y para tu mujer.
No supe que decir al escucharlo decir eso, más ante su dolorosa expresión.
—Esta bien, padre, entonces… nos vemos.