Novia desafortunada

Un plan siniestro

Giorgio

Hoy es otro aniversario más desde que ya no estás a mi lado. No solo fuiste como una hermana, supliste el amor maternal que no tuvimos. A veces pienso que te fuiste demasiado pronto, aun hay días que me gustaría al levantarme escuchar tu voz reprendiéndome por demorarme demasiado en bajar a desayunar. A pesar de tus largas horas de trabajo siempre te diste el tiempo de desayunar conmigo.

 

No he podido dejar de beber, lo usual es beber una copa por ti, hermana, y luego volver a casa. Pero hoy me siento más desanimado que cada año que pasa desde tu muerte. Miro mi reflejo en aquel elegante bar deteniendo mi atención en mis guantes. Los alzó frente a mis ojos, desalentado, no solo te perdí a ti, mi única familia, sino también la oportunidad de tener compañía, de perder a la única mujer que parece espantar mi hafefobia.

 

¿Por qué tuve que conocerla cuando ya estaba enamorada de otro hombre? A veces creo que fue una burla del destino. O mi obsesión de tenerla a mi lado fue lo que causó que se alejara más de mi lado.

 

¿Qué dirías hermana si supieras lo que hice? ¿Qué secuestré a una mujer y la quise encerrar en una isla de por vida? De seguro estarías molesta, muchas veces me dijiste que él día que conociera a mi destinada a ella podría tocarla sin miedo, sin sentir rechazo, y que debía cuidarla, protegerla. Hice todo lo contrario. Pero por otro lado entenderías mi desesperación. Era la única mujer que puedo tocar, mi única esperanza de no terminar solo. Soy patético. Pensar en todo esto provoca más que aumentar mis ganas de seguir bebiendo. 

 

Mi asistente me contempla preocupado. Frente a los otros siempre suelo mantener mi imagen intachable, e incluso frente a la misma Rafaela finjo no sentirme desesperado por no poder tenerla para mí. Pero en cuanto me quedó solo, en cuanto mi realidad se me restriega en la cara recuerdo lo solo que estoy. Solo mi asistente ha visto como mi ánimo se quiebra y como, desalentado hoy, intentó desahogarme con alcohol. Sumando que extraño a mi hermana. Me hace tanta falta tener también a Rafaela a mi lado. Suspiro adolorido.

 

—Señor ¿No sería mejor que lo lleve a casa? Aquí alguien podría verlo en ese estado, usted sabe que su imagen pública debe ser intachable…

 

Intenta tomarme del brazo, pero lo rechazó dirigiéndole una fría mirada. Titubea, a pesar de no mostrar demasiada expresión en su rostro.

 

—Guarda silencio —mascullé molesto.

 

Me contempló preocupado. No quiero volver a la casa familiar. Muchas veces he pensado que es demasiado grande para una sola persona y debería venderla e irme a vivir a un departamento, sin embargo, todos los recuerdos de mi hermana están en ese lugar. En la actualidad, es mi tortura vivir en esa casa me hace sentir aún más presente mi soledad, ya no es mi refugio, el lugar en donde mi hermana me esperaba y conversábamos y reíamos por lo que nos había acontecido durante el día. Las cosas tristes las dejábamos fuera bajo el tapete, aunque no siempre lo lográbamos.  

 

—Vaya, Giorgio Santoro —al escuchar mi nombre de boca de una mujer me enderecé de inmediato mirando de reojo al lugar de donde vino esa voz.

 

Rosario Gaona me contempla fijamente con una suave sonrisa en sus labios, pero que su irónica mirada le da un toque de malicia, lo suficiente, para dudar de la sinceridad de su sonrisa. Lleva un vestido elegante que le da un toque de fineza. Aun dentro de un bar luce como toda una dama. Sonreí para mis adentro, escuché que su marido se dio cuenta de mis artimañas y piensa devolverme “el favor” ¿Será por eso que me contempla de esa forma?

 

—¡Que inesperado! —señalé respondiendo esa sonrisa para luego beber otro trago—. ¿Qué hace aquí una señora como usted? Me gustaría recibirla en mejor condición, pero creo que mi estado de ánimo no me ayuda en estos momentos. Por lo que agradecería encontrarnos en otro lugar, en un momento más adecuado.

 

La madre de Leonardo Almendarez se rio con suavidad. Debo reconocer que sigue siendo una mujer atractiva a pesar de doblarme la edad. Pero es peligrosa de eso no lo dudo, he escuchado como ha sido capaz de manipular no solo a su hijo y su marido sino a quienes se crucen en su camino. Dejo escapar una sonrisa cínica y sigo bebiendo.

 

—¿La extrañas? —me preguntó de repente acomodándose en el asiento del lado pidiendo un trago al barman.

 

No sé de quien habla con exactitud. No respondo. Con una mujer como ella hay que tener mucho cuidado con las palabras que uno dice. Solo fijó mi mirada en el vaso que balanceo con suavidad haciendo que el líquido en su interior gire en círculos.

 

—Hoy es el aniversario de la muerte de mi hermana, claro que la extraño, era quien alegraba mi vida, mi única familia —le respondí luego de un rato, sin mirarla.

 

Se quedó en silencio. Parece no haberme escuchado. Sigo en lo mío con la mirada fija en mi reflejo en los espejos detrás del barman notando mi desaliñado aspecto. Ahora entiendo porque mi asistente insistía en que debía volver a casa. Debí escuchar su consejo y no estaría ahora atado a este desagradable encuentro.

 

—¿Y a ella también? ¿A Rafaela? ¿A la única mujer que podría acompañarte ahora? No estarías bebiendo solo si ella… estuviera aquí —interrumpió mis pensamientos de golpe.

 

Arrugué el ceño sin entender sus intenciones. ¿Por qué trae el nombre de Rafaela a nuestra conversación? Ella es su nuera, la esposa de mi hijo. No se me hace normal que le pregunte a otro hombre si acaso la extraña. Algo trama, desvío la mirada, incomodo.

 

—Está casada, es suficiente para mí para no pensar en ella —mascullé de mala gana por su falta de tino.

 

—Casada no significa lo mismo que muerta, no pensé que un Santoro se rindiera con esa facilidad —dicho esto bebiendo con calma su trago.




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