Martín
El despertador sonó con fuerzas. De mala gana lo apagué para luego sentir un horrible dolor de cabeza. Ayer bebí en exceso.
Me cuesta creer lo que pasó ¿Por qué Rafaela tenía que haberse casado? ¿Y por qué con un hombre tan inalcanzable como ese? Precisamente el gerente de los hoteles con que mi jefe quería hacer negocios. Un tipo alto, de mirada fría, imponente y con un poder económico enorme, además heredero de una familia de renombre. No hay ninguna mínima esperanza para mí
¿Qué podría yo ofrecerle a ella? Cuando literalmente era ella quien me mantenía. Siempre fui un fracaso, no duraba más de tres meses en cada trabajo y cansado por la presión terminaba renunciando. Sabía que llegando a casa Rafaela no me cuestionaría, sino que simplemente me serviría un tazón de sopa caliente intentando reconformarme y animándome que las cosas estarían bien.
Suspiré antes de entrar a bañarme. Las cosas con Evelin en cambio nunca fueron así. La típica amiga bonita, de sonrisa simpática, y cuerpo bien cuidado. Me enceguecí por una mujer como esa, menosprecié a quien tenía a mi lado, incluso dejándola botada en el altar a minutos de casarme.
“Estúpido” mascullé apretando los dientes ante el agua de la ducha que moja mi rostro.
Si no hubiera huido, si me hubiera quedado ahí, hoy Rafaela sería mi esposa, mi dulce esposa esperándome en casa…
Salí del baño para secarme el cabello mirando la televisión. Afuera llueve con fuerzas. El teléfono suena y es cosa de tomarlo y verlo para hacer una mueca, es Evelin, se fue de viaje de trabajo hace unas semanas, de seguro su tío ya le contó lo que pasó.
—¿Qué quieres ahora? —pregunto de mala forma.
—¿Qué forma de mierda es esa para hablarme? ¿Qué haces aun en casa? Te quedan veinte minutos para estar en la oficina… maldito fracasado —insultó bajando la voz.
—Tu tío nos dijo que hoy podemos llegar media hora más tarde ¿Te cuesta mucho preguntarme primero antes de insultarme? —le cuestioné a punto de cortar.
—¿Quieres otro trato? Vaya, luego de saber que mi novio se insinuó a la esposa de Leonardo Almendarez ¿Quieres que te llame “cariño” “amor”?
Soltó una risa irónica. Esta molesta, es seguro.
—Esa mujer era Rafaela ¿Qué querías que hiciera? Se veía bonita y elegante…
—Espera —me interrumpió de golpe—. ¿Qué acabas de decir? ¿Rafaela? ¿La misma que conocemos? Estas mintiendo…
Se echó a reír para luego dejar de hacerlo ante mi silencio. Entrecerré los ojos con fastidio sabiendo lo que pasará.
—¡¿Me estas diciendo que la tonta de Rafaela se casó con un tipo como ese?! ¿Cómo si es tan poca cosa? —es claro que la envidia le carcome las entrañas.
Dejé escapar la risa al escucharla.
—¿Te duele? Debes estar pensando que mejor le hubieras robado un novio como ese en vez de tomarme a mí —señalé con veneno.
—No te obligué a que te quedaras conmigo —dijo secamente—. Si tanto amabas a Rafaela pudiste quedarte con ella, yo no te até, te seduje, pero tú no eras un ser no pensante ¿O me equivoco? ¿O te atrajo más el hecho de la oferta laboral de mi tío? ¿Pensaste que trabajar para él sería fácil?
No respondí y solo opté por morderme los labios con impaciencia.
—¿Quieres huir ahora? ¿Olvidas que estoy embarazada y nuestra boda pronto se hará? No eres más que un pusilánime inepto que nunca toma decisiones. Yo no tengo problemas en dejarte libre ¿Eso quieres? ¿Abandonarme en este estado?
Tensé el rostro. Sí, no se equivoca, pensé que sería más fácil. Una vida fácil con una mujer bonita y un trabajo familiar. Bufé. Rafaela viene de familia pobre, pero aun así era mucho mejor que Evelin. Era trabajadora, no exigía nada porque ella misma era capaz de obtenerlo, no reclamaba por dinero ni perdía el tiempo exigiendo cosas innecesarias. Si me veía desanimado buscaba la forma de alegrarme, me acompañaba, me abrazaba, comíamos juntos una sopa aferrándonos a nuestros sueños de grandeza. Si me quedaba sin trabajo buscaba la forma de que los pagos no nos ahogaran, si me iba mal ahí estaba ella para levantarme del suelo. No me di cuenta que solo recibía su bondad y cariño, nunca me di el tiempo de devolverle lo que me daba.
No me di cuenta lo maravillosa que era hasta que me decepcioné de la mujer con la cual hui. Evelin siempre se queja por el dinero, por no poder ir al salón de belleza, porque sus uñas no lucen como las de sus amigos, por no poder ir a restaurantes de lujo o no tener el vestido de última moda. No me di cuenta de que ni siquiera en la cama era lo mismo que estar con mi exnovia.
Claro, divertido era hacerlo escondidos, en pie de la infidelidad y con la adrenalina corriendo en el pecho. Pero dentro de la monotonía Rafaela era mejor en la cama.
—¿No me respondes? Claro porque sabes que si me abandonas mi familia te buscará y te hará la vida un infierno —insistió Evelin ante mi silencio.
—Vete a la mierda —respondí y le corté la llamada tirando el teléfono contra el colchón.
Me masajeé las sienes sin poder quitarme de la cabeza la imagen de ese hombre, Leonardo Almendarez con su mano rodeado la cintura de Rafaela y besando su mano.
¡¿Por qué, maldita sea, fui tan ciego y estúpido?!
Mi vida es ahora una mierda, mi vida nunca volverá a tener esa calidez y dulzura que Rafaela proyectaba al estar a mi lado, ese desinterés de dar todo. No la valoré y ahora debo sufrir por no tenerla a mi lado, y me ahogo atado a una mujer que detesto, que culpo de mis propias decisiones.
No, me odio a mi mismo, soy… un idiota.