Novia desafortunada

Un intruso no invitado

Rafaela

 

Apenas llegué a casa me acosté en la cama. Me siento mareada y enferma. Contemplé de reojo las paredes de tono oscuro antes de quedarme dormida.

 

Sentí una tibia mano en mi cabeza y me sobre salté. Leonardo me observó preocupado.

 

—¿Por qué estás aquí? —le preguntó sonriendo un poco embobada por estar recién despertando—. ¿No tenías reuniones hasta la noche?

 

—Las cancele todas —me dijo con seriedad.

 

Lo miré sin entenderlo.

 

—¿Por qué? ¿No eran reuniones muy importantes por la que hace días te estabas preparando? No debiste hacerlo —señalé suspirando y dándome cuenta de que tengo mi piyama puesto y estoy dentro de la cama.

 

—Santoro me avisó, no quise saber que hacías en su oficina, estaba más preocupado por tu condición —señaló y aunque parece no querer lucir severo su tono de voz es suficiente para entender que quisiera reprenderme por mi poco cuidado.

 

¿Quién va sola a meterse a la oficina de un tipo que ya la secuestró antes? Sí, solo yo.

 

Aunque tenía mis razones…

 

—Bien, puedes enojarte, pero tenía que proteger el honor de mi amiga —musité cerrando los ojos.

 

Sentí un paño frio sobre mi frente y volví a abrir los ojos.

 

—Sigues delirando —dijo preocupado como si estuviera hablando con alguien más.

 

—Tranquilo, amigo, solo es fiebre, ya verás que cuando bajé se le quitaras esas alucinaciones —respondió otra vez.

 

Puedo reconocerlo a ojos cerrados, es la voz de Daniel, pero ¿Qué hace aquí? En todo caso lo que dije de defender a mi amiga es cierto ¿Por qué cree Leonardo que estoy delirando? Bufé en silencio, mejor duermo un rato y de seguro así se me pasa el enojo.

 

—Traje pollo frito, de seguro a Rafaela le va a gustar —habló mi exjefe, suspiré satisfecha, él conoce mis gustos poco saludables.

 

Pero fue cosa de sentir el olor a las frituras y levantarme de golpe, corriendo al baño a vomitar hasta mi alma ¿Qué me está pasando?

 

¡¿Me estoy muriendo?! Tendré que escribir mi testamento cuando aun soy tan joven, y estoy en el mejor periodo de mi vida. Ni siquiera he disfrutado del apuesto hombre que es mi marido lo suficiente antes de poder cruzar al otro lado.

 

 

—Esta embarazada —dijo el médico y sentí que el mundo me aplastaba de la forma más cruel e infame.

 

Me quedé en shock, mi cerebro apagó el sistema y como viejo computador se quedó en un pantallazo azul sin reaccionar.

 

Creo que ni siquiera reaccioné ante la felicidad de Leonardo que todo lo contrario parece sentirse tan realizado que hasta ya piensa en el nombre de un bebé del cual no conocemos ni su género.

 

Tampoco reaccioné a las felicitaciones de mis padres, ni de Sofia, ni nada.

 

—¡¿Qué mierda de destino es este de darle un hijo a una mujer como yo que ni siquiera es capaz de sostenerse en sus propias piernas?! —dije al fin cuando estuve sola en casa mientras me miraba al espejo señalando mi imagen como si no fuese yo misma.

 

¿Quién es este intruso que se alojó en mi vientre sin pedir mi autorización?

 

Dos golpes insistentes en la puerta me hicieron reaccionar, recuerdo que Leonardo hoy tenía que hablar con unos clientes, es imposible que él ya esté en casa. Apenas abrí la puerta Sofia se adelantó preocupada mostrándome su teléfono.

 

—Están diciendo que… —respiró agitada—, estas siéndole infiel a tu marido con Giorgio Santoro…

 

—¡¿Qué?! —le pregunté descolocada tomando su teléfono.

 

Y veo las fotos de cuando en su oficina caí mareada por la fiebre y Giorgio me sostuvo en sus brazos e incluso me alzó hacia el sillón. Lo sabía, apreté los dientes.

 

Sabía que no podía confiar en ese tipo, y lo peor es que si Leonardo ve esto y cree que sea así ¿No dudará de mí y de mi…? Miré mi vientre colocando mis manos en él.

 

En cosas de minutos vimos como la noticia se distribuyó con rapidez por todos los medios mostrándome como una mujer infamé capaz de serle infiel a su marido mientras él trabajaba. Esto no solo va a afectar mi credibilidad sino también a Leonardo.

 

—Debo salir —le dije con seriedad tomando un abrigo.

 

—¿A dónde vas? —me preguntó Sofia intentando detenerme.

 

—Debo ir a aclarar este asunto, debo ver a Giorgio Santoro… —le dije con seriedad, pero al alzar la mirada vi la fría expresión de Leonardo que acababa de abrir la puerta.

 

—¿Con que vas a ver a Giorgio Santoro? —preguntó con un tono que no me gustó.

 

Titubeé ante su seria expresión.

 

—Sofia ¿Podrías dejarnos a solas? Debo hablar con mi señora esposa —habló con sequedad sin despegar su mirada de encima de mí.

 

Mi amiga me contempló preocupada. Le moví la cabeza en forma afirmativa para que saliera, y trague saliva notando el tenso semblante de Leonardo. Después de todo lo que hemos pasado ¿Es capaz de creer esas mentiras?

 

Apenas la puerta se cerró me alzó entre sus brazos y me sostuve en su cuello sin saber que se propone.

 

Me llevó a nuestra habitación y abrió la cama acostándome en ella. Lo miré sin entender nada. Y tomó mis manos mostrando dolor en su rostro.

 

—Quédate aquí, no hagas nada, deja que tu marido se encargue de esos falsos rumores, no quiero que te arriesgues —me dijo para luego besar mis manos.

 

—¿Crees en mí? —le pregunté fijando mis ojos en los suyos.

 

Me besó en la frente.

 

—Más que en otros, nunca dudaría de tus sentimientos, no eres una persona que juega sucio pero tu ingenuidad te expone a caer en la trampa de gente que le gusta jugar sucio —dicho esto colocó su mano en mi vientre—. Tu única prioridad ahora es cuidar de nuestro bebé, yo me encargaré de protegerlos a los dos. Confía en el poder de tu marido. Nadie se mete con mi familia y sale libre de castigo.




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