Novia Fugitiva

Capítulo 3 Nuevos Comienzos

El sonido de la puerta cerrándose me hizo saltar. Daniel había entrado y, sin apartar sus ojos de mí, giró la llave con un clic seco y definitivo.

Mi corazón golpeaba tan fuerte que temí que Daniel pudiera escucharlo a través de mi pecho. Retrocedí un paso, chocando con la mesita de noche, sin saber a dónde huir.

Él estaba frente a mí. Su rostro era un espejo roto: cansado, ojeroso, con esa tristeza que dolía mirarla. Había una mezcla peligrosa en sus ojos verdes: enojo, dolor… y algo que no lograba descifrar.

—No entiendo nada, Phoebe. —fue lo primero que dijo, su voz ronca, cargada de reproche. Dio un paso hacia mí, lento, como si le pesara—. No entiendo cómo pasamos de planear nuestra boda a esto.

Me quedé muda, con la garganta seca. Si esto era la libertad, se sentía mucho más aterrador que mi vida anterior.

—¡Explícame! —dijo más fuerte, haciéndome sobresaltar, pero las palabras no salían de mis labios.

—¿Me odias tanto? —preguntó de golpe. Sus cejas se fruncieron y se dejó caer sobre el borde de la cama, llevándose una mano al cabello desordenado—. Dime, ¿qué hice mal? Porque si fui un mal novio, si no te di lo que necesitabas, al menos merezco saberlo.

Señor, por favor, no haga esto más difícil. Tragué saliva, temblando. Sentía que el aire no me alcanzaba.

—Daniel… —mi voz salió bajita, insegura.

Él levantó la mirada, clavándola en mí, esperando. Y esa espera me dolía más que cualquier reproche.

Daniel se levantó de la cama y caminó de un lado a otro, para luego recostarse en la pared como si necesitara fuerzas. Cuando habló, su voz no sonó enojada, sino rota.

—Phoebe… yo no entiendo. Yo pensé que eras feliz conmigo, todos esos momentos que hemos pasado juntos, estos últimos meses... tú siempre parecías feliz... cuando te pedí matrimonio dijiste que sí sin dudarlo.... hemos pasado meses planeando esta boda....

Ahí estaba. La logística. El plan. Sentía que cada palabra era un cuchillo.

—Creí que esos eran momentos reales, Phoebe —Su voz se quebró.

Mis labios temblaban, apenas podía sostener su mirada.

—Daniel… sí fui feliz —susurré—. Pero ya no soy esa Phoebe de la cual te enamoraste. Cambié, aunque ni yo lo noté hasta ahora.

Él frunció el ceño, confundido.

—¿Qué quieres decir?

Tomé aire, buscando el valor.

—Tu mamá organizó cada detalle de la boda, Daniel. ¿Sabes cuántas veces intenté opinar? —mi voz salió más firme, pero dolida—. Nunca tuve voz. Ni en el vestido, ni en las flores, ni en la música. Siempre era “lo que quedaba mejor”, “lo que correspondía”. Me sentí… invisible. Como si estuviera interpretando un papel que nunca elegí.

Daniel apretó la mandíbula, retrocediendo un paso.

—¿Estás diciendo que mi madre…?

—Tu madre lleva años intentando cambiarme, Daniel. —Mi voz se quebró esta vez—. Y yo lo permití porque te amaba, porque quería encajar. Pero cuando decidieron cómo debía ser la “esposa perfecta”, entendí que no era lo que quería. No quiero vivir esa vida. No quiero vivir una vida que no es mía. No quiero ser la esposa trofeo, no quiero ser tu sombra.

—No eres mi sombra...—

—En eso me estaba convirtiendo, Daniel.

Él bajó la mirada al suelo, sus manos temblaban.

—Entonces… —su voz era apenas un murmullo—. ¿Ya no me amas?

Sentí un nudo en la garganta, las lágrimas nublándome los ojos. Me sentía pequeña, frágil, como si todo el aire se hubiera evaporado.

—No… —susurré, incapaz de verlo a los ojos—. Ya no de la misma manera.

Cuando levanté la mirada, vi cómo el dolor se dibujaba en su rostro. Sus ojos verdes estaban apagados, la incredulidad en sus labios. En ese instante supe que le había roto el corazón de la forma más cruel.

Daniel dio un paso hacia mí, sus ojos verdes vidriosos.

—Esto… esto tiene que ser un error —murmuró con la voz quebrada—. Estás confundida, Phoebe. Tienes que estarlo.

Yo retrocedí un paso.

—No estoy confundida, Daniel…

—Yo te amo —su voz subió un poco, temblorosa—. Te amo, Phoebe. Haría todo por ti, lo sabes.

Él avanzó y me tomó el rostro entre sus manos, sus dedos tibios sobre mis mejillas húmedas.

—Por favor, bebe, no me hagas esto —susurró juntando nuestras frentes, cerrando los ojos como si así pudiera detener el momento.

Temblaba en sus manos.

—No puedo, Daniel… —mi voz se quebró—. Siempre lamentaré la forma en que huí, sin darte una explicación, sin hablar contigo antes… pero no me arrepiento de irme.

Daniel abrió los ojos de golpe, el brillo del dolor reflejado en ellos mientras se apartaba un poco de mí.

—¿Qué? —preguntó con un hilo de voz.

Tragué saliva, mi corazón a punto de romperse.

—Te amé, Daniel, fuiste mi primer amor. Eres una de las personas más importantes en mi vida… pero ya no te amo. No así, sino más bien como un amigo. No podía hacernos esto. Si nos hubiéramos casado seríamos infelices.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.