Dos años después.
Ese es el tiempo exacto que ha pasado desde aquella noche en que descubrí que el misterioso chico de ojos bonitos era Aron Deivis, el vocalista de Neon Ghost, la banda más famosa del momento, y posiblemente el hombre con el peor timing del universo.
Dos años desde que escuché “Novia Fugitiva” por primera vez y juré que la canción no era sobre mí… aunque cada palabra gritaba lo contrario.
Nunca lo contacté. Ni un mensaje, ni un comentario, ni un "me gusta" en sus fotos. En su lugar, decidí hacer algo mucho más sensato y mucho más difícil: empezar de nuevo.
Ahora, a mis 25 años, soy Editora de Moda Asociada en Vogue. Sí, Vogue. Logré ascender de Asistente de Closet, que era básicamente ser una niñera de prendas de un millón de dólares.
Mi trabajo es tan glamuroso como suena (y tan estresante como parece). Me encargo de seleccionar y coordinar la ropa —prendas y accesorios— que aparecerá en todos los shootings. En esencia, trabajo mano a mano con la editora principal, Rebeca, y con los estilistas para crear los mood boards para las editoriales de moda.
Esto implica rogar por samples (muestras de ropa) a las salas de prensa y diseñadores, organizar la temida Sala de Moda (el "closet", donde cada centímetro está catalogado y custodiado) y, lo más importante, asegurarme de que nadie derrame café sobre una chaqueta de Chanel. Spoiler: casi me pasa la semana pasada.
Es un puesto ambicioso y con una responsabilidad ridícula, pero realmente lo disfruto. Me siento como si, por fin, estuviera usando mis talentos para algo que elegí yo, no para encajar en la vida de otro.
Dejé la casa de mis padres en Spring Valley hace un tiempo y conseguí un apartamento tipo estudio en Fort Hamilton, Brooklyn. No está mal para alguien que huyó de su propia boda y se escondió detrás de un contenedor de basura.
A veces, cuando escucho la voz de Aron en la radio o lo veo en alguna entrevista hablando de su “misteriosa inspiración”, me pregunto si alguna vez pensó en buscarme, o si mi recuerdo se desvaneció tan rápido como la gasolina en el taxi que tomé.
Pero luego, mi lado realista —o como Diana diría, mi lado "pesimista"— se encarga de recordarme que él sale con modelos, viaja por el mundo en jets privados y tiene millones de fans gritando su nombre.
Y yo… bueno, yo solo intento que no se me corra el rímel antes de llegar a la oficina.
—¡Phoebe! ¡Por favor, dime que tienes el dossier de la Haute Couture de París! —la voz aguda de mi jefa,Rebeca, me sacó de mis pensamientos justo cuando mi latte triple espresso decidió suicidarse sobre mi falda blanca de Prada original.
Maldita sea. Dos semanas de sueldo flotando sobre un charco marrón. El dolor era real.
—Eh… depende —dije, intentando no hacer contacto visual mientras limpiaba el desastre con servilletas—. ¿Qué entenderías tú por “tener el dossier”?
—¡Tenerlo con los mood boards finales, la cotización de los diseñadores y los ángulos listos para la maquetación de la revista! —gritó Rebeca desde su cubículo de cristal, que parecía más una jaula de tigre.
—Entonces… no.
Mi jefa, una mujer que respira estrés y café, asomó la cabeza por la puerta y me lanzó una mirada que podría incendiar bosques. Es la misma mirada que le daría a un accesorio demodé.
—Phoebe, la fecha límite para cerrar la Edición de Otoño era hace dos horas.
—Lo sé, Rebeca, pero la inspiración no entiende de horarios, y Dior no ha soltado la foto de portada oficial.
—Tampoco entiende de desempleo ni de limpieza en seco —respondió Rebeca, volviendo a su oficina con un chasquido de tacón de aguja.
Suspiré. Dos años de independencia y de huir de bodas, y sigo siendo un caos con piernas que al menos sabe usar un buen corrector de ojeras.
A mi lado, Mara, la estilista asociada y cómplice de desastres, me tiende una galleta.
—Toma, el azúcar siempre ayuda cuando tu vida se desmorona.
—Gracias —respondo mordiéndola—. Si alguna vez me despiden, prometo mencionarte en mi biografía.
—Por favor, que diga: “Aquí yace Phoebe, víctima de la moda, del café y de los deadlines.”
Ambas estallamos en risa. En ese momento, el jefe de fotografía pasa por nuestro lado con su habitual aire de estrella frustrada y nos mira con desaprobación.
—Alguien aquí sabe que estamos en una redacción, no en un club de comedia, ¿verdad?
—Relájate, Max —dice Mara—, un poco de humor mantiene la creatividad.
—Y los reportes de rendimiento la destruyen —añado yo, ganándome su mirada asesina.
Sí, definitivamente, sigo siendo un caos… pero ahora es mi caos. Y, sorprendentemente, estoy empezando a sentirme bien en él.
Después del almuerzo, Mara y yo estábamos en la cafetería de la revista, tratando de sobrevivir a la tarde con cafeína y sarcasmo.