El estudio olía a café, telas nuevas y estrés. Estaba de pie frente al perchero, clasificando los conjuntos para la sesión de fotos de esa tarde. Intentaba enfocarme en los tonos de la nueva colección, y no en el recuerdo de los ojos de Aron ni en el sonido de su risa.
—¡No puedo creerlo! —exclamó Mara, entrando como un huracán. Traía el teléfono en una mano y una taza de café en la otra—. ¡La novia fugitiva eras tú! ¡Tú, Phoebe! ¡Dos años escuchando esa canción y resulta que era sobre ti!
Rodé los ojos sin dejar de colgar una chaqueta.
—Mara, no grites, por favor. Estoy tratando de no morir de vergüenza.
—¿Vergüenza? ¡Por favor! ¡Yo estaría en shock, pero feliz! —Mara dejó la taza sobre la mesa y se acercó como una reportera en modo interrogatorio—. Diana me contó todo. No solo de anoche, sino de esa noche. ¡El día de tu fuga, Aron estaba allí! —Me miró con dramatismo—. ¿Cómo pudiste irte sin dejarle tu número?
—Fue lo mejor —respondí con voz tranquila, aunque la mandíbula un poco tensa—. Además, no tenía sentido.
—¡¿No tenía sentido?! —Mara casi me empujó con un vestido de lentejuelas—. ¡Phoebe! El hombre te escribió una canción, te cantó frente a miles de personas. ¡Ni siquiera pensaste en pedirle una foto! ¡O un autógrafo! ¡Nada!
—No iba a hacer eso. —Suspiré, doblando con cuidado una falda—. No soy una fan, Mara.
—Ya, claro —replicó mi amiga con sarcasmo—. Eres la musa.
Levanté la vista, dándole una mirada que pedía silencio. Pero Mara no podía parar.
—¿Y los chicos? ¿Eran tan guapos como en las fotos? —preguntó, siguiéndome por el estudio—. ¡Dime que te tomaste al menos una selfie con ellos!
—No —respondí, con una sonrisa cansada.
—¡Eres la peor amiga del mundo! —Mara se llevó las manos a la cabeza—. ¿Sabes cuántas matarían por estar en tu lugar? ¡Yo habría grabado todo! ¡Todo!
Solté una pequeña risa. —Por eso tú y yo somos tan distintas.
—Sí, tú te haces la madura, pero sé que por dentro estás deshecha —dijo Mara, señalándome con un pincel de maquillaje—. ¡Te vi suspirar hace un rato!
—Estaba cargando un perchero de veinte kilos, no suspirando —replicó, con una mueca divertida.
Mara entrecerró los ojos, como si me analizara.
—Ajá… claro. Bueno, al menos dime que te dijo algo lindo.
Me detuve un segundo. Recordé el momento en que Aron me sujetó mi camisa, su pulgar rozando mi piel. Su voz suave. “Aunque he de admitir que nunca vi a nadie que le quedara mejor esa camisa que a ti.” Un simple coqueteo, pero dicho con esa intensidad...
—Sí —murmuré finalmente, con una sonrisa leve, pero amarga—. Me dijo algo lindo
—¡Y aun así te fuiste! —gritó Mara, indignada.
Dejé de reír, y mi expresión se volvió seria.
—Mara, tiene novia. Una súper modelo. ¿Recuerdas?
Mara arrugó la nariz.
—Oh, por favor. Todas las fans sabemos que esa relación es demasiado tóxica para funcionar.
—Pero aun siguen juntos, Mara —repliqué con frustración—. Ella llegó a ese bar y lo besó, dijo abiertamente que era su novio y él no lo negó. En cambio, yo me quedé como una tonta pensando que él podía estar interesado en mí... Simplemente fui una más del montón.
Mara se acercó, empujándome suavemente con el hombro.
—Sabes que no eres una más del montón. Él te escribió una canción.
—Eso no significa que yo sea especial... —murmuré, sintiendo un resquicio de la humillación—. Los chicos como Aron tienen novias modelos y chicas perfectas. No... chicas como yo.
Mara se cruzó de brazos, fingiendo desaprobación.
—¿Chicas como tú de qué? ¿Como tú de inteligente, hermosa, creativa, sarcástica y con una personalidad increíble?
Una sonrisa genuina, a pesar de todo, se abrió paso en mi rostro.
—Esto no es un libro de amor, Mara —repliqué, dándole un codazo—. Es la vida real, y en la vida real, chicos como Aron salen con chicas como Anastasia.
Mara me miró, aunque en sus ojos brillaba la emoción.
—Pues espero que el “mundo real” te dure poco, porque si ese hombre tiene dos dedos de frente… va a venir a buscarte.
Negué con la cabeza, aunque el corazón me dio un salto que intenté disimular.
—No lo creo.
—Yo sí. —Mara sonrió de lado, maliciosa—. Y cuando lo haga, prométeme que esta vez me llevarás contigo.
Había pasado una semana desde el concierto. Siete días de evasión, negación y autoengaño profesional.
Cada vez que alguien mencionaba a Neon Ghost o sonaba una de sus canciones en la radio del estudio, sentía que mi corazón hacía un triple salto mortal.
Intentaba disimular, fingiendo interés en la ropa o en el café frío sobre mi escritorio, pero la verdad era que cada acorde me devolvía a ese momento: la mirada de Aron, su sonrisa, y su voz susurrándome al oído mientras bailábamos...