El ascensor se movía con una lentitud exasperante. Sentía el cuerpo de Aron muy cerca; el espacio reducido hacía que el aire estuviera cargado con su perfume masculino, mezclado con la adrenalina que aún flotaba del estudio. Mi mano seguía en la suya, y el simple contacto me hacía cosquillas en la muñeca.
—¿A dónde vamos? —logré murmurar, tratando de sonar profesional y despreocupada.
Él sonrió de lado, mirando nuestras manos. —Es una sorpresa, Phoebe. Y créeme, será el lugar más seguro de Nueva York.
Cuando llegamos al lobby, evitamos la entrada principal y nos deslizamos por una puerta lateral que daba a una calle oscura. Allí nos esperaba un coche negro, grande y anónimo. Abrí la puerta trasera y me deslicé dentro.
—Antes de irnos —dijo Aron, subiendo a mi lado—. Quiero presentarte a alguien. Él es Kai, mi guardaespaldas. Él nos llevará.
Kai, el hombre alto y silencioso vestido de traje que conducía, asintió brevemente a través del espejo retrovisor.
—Un placer, señorita —dijo con voz grave.
—El placer es mío —sonreí tímidamente, sintiéndome inmediatamente más protegida.
—Seguro que sabes cómo hacer una salida —comenté, sintiéndome ya parte de una operación encubierta.
Aron se deslizó junto a mí. —Tengo años de práctica escapando. Es una habilidad muy útil.
—Tienes cara de querer salir corriendo —dijo Aron con esa sonrisa ladeada que parece tener vida propia.
—Probablemente debería hacerlo —murmuré, evitando su mirada.
—¿Y por qué no lo haces? —preguntó.
—Porque... —tragué saliva, intentando pensar en una respuesta lógica— No lo sé... solo creo que esto es una mala idea.
Aron se inclinó un poco, lo suficiente para que su perfume me envolviera por completo.
—Las malas ideas suelen ser las mejores historias —susurró, con una expresión que era mitad reto, mitad promesa.
Suspiré. Quizás tenía razón. O tal vez estaba a punto de arrepentirme de por vida.
El auto se deslizó por la avenida como si flotara. Opté por fijar los ojos en mis manos, que jugueteaban con el cierre de mi bolso.
—¿Me dirás a dónde me llevas? —pregunté.
Él giró la cabeza hacia mí, esa mirada azul imposible de sostener demasiado tiempo.
—A un lugar donde puedas olvidar, al menos por un rato, todo lo que te hace dudar.
Sonreí sin querer. Lo odié por eso.
Miré por la ventana, tratando de disimularlo, pero él lo notó; lo sé por la manera en que sonrió.
—Sigues igual de callada que la noche del concierto —dijo Aron, con una sonrisa apenas dibujada.
—Creo que sigo igual de confundida —admití.
—¿Confundida por qué?
—Por todo esto —hice un gesto con la mano—. Tú, la sesión de fotos, el hecho de que me estés llevando quién sabe a dónde.
Aron soltó una pequeña risa, grave, casi ronca.
—Tienes que aprender a no pensar tanto.
—Eso es fácil decirlo cuando no eres tú la que está saliendo con un tipo famoso que escribió una canción sobre tu fuga de una boda —repliqué con ironía, y me sorprendí al escucharme reír.
Él volteó su cuerpo totalmente hacia mí con una sonrisa genuina.
—Así que ya lo admites, la canción era por ti.
—Oh, por favor… lo dijiste tú, no yo.
—No lo negaste.
—Tampoco lo confirmé.
—Lo harás —dijo seguro—. Tarde o temprano lo harás.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Había algo en su tono, en la seguridad con la que hablaba, que hacía que el aire se sintiera más liviano.
—¿Siempre eres así de seguro de ti mismo? —pregunté.
—Solo cuando vale la pena —respondió sin dudar.
—¿Y yo valgo la pena? —quise sonar divertida, pero mi voz salió más suave de lo que esperaba.
Aron tomó mi mano mientras que su mirada buscó la mía.
—Tú vales la historia completa —dijo finalmente.
Sentí cómo se me escapaba el aire.
—Eres bueno con las palabras.
—No —dijo él, bajando un poco la voz—. Solo digo lo que pienso.
El resto del camino transcurrió entre risas pequeñas, comentarios sin importancia, y esa electricidad que flotaba entre los dos. Y aunque parte de mí sabía que debía mantener la distancia, había otra parte —la que no había sentido mariposas en mucho tiempo— que solo quería seguir escuchándolo.
—Podrías soltarme, ¿sabes? —dije finalmente, mirando nuestras manos unidas.
—Podría —respondió sin mirarme—, pero no quiero.
—Eso suena un poco posesivo.
—Solo un poco —replicó con una sonrisa traviesa.
El coche nos llevó al corazón del West Village. Se detuvo frente a un pequeño restaurante de fachada antigua. Un empleado nos abrió una puerta lateral que conducía a una pequeña terraza interior, totalmente cubierta y climatizada, un comedor privado y discreto.
—Bienvenidos a The Vault —dijo Aron, guiándome hacia la mesa—. Nadie nos molestará aquí.
La cena comenzó. La tensión de la sesión se disolvió con cada copa de vino y cada bocado delicioso que nos sirvieron. Al terminar, la conversación volvió al pasado.
—Entonces, ¿de verdad escribes las letras tú? —pregunté, curiosa.
—Sí. A veces con ayuda, pero casi siempre son… personales.
—Eso explica tanto drama en tus canciones —bromeé, haciéndolo reír un poco.
—El drama vende, cariño.— dijo girándome el ojo.
—Y tú eres experto en venderlo.
Reímos los dos. Me sentía ligera, más cómoda de lo que esperaba. Hasta que una imagen se coló en mi cabeza: Anastasia, en aquel bar, besándolo frente a todos.
La sonrisa se me borró antes de poder evitarlo. Él notó el cambio al instante.
—¿En qué piensas?
—En nada.
—Mientes fatal.
Respiré hondo.
—La otra noche en el bar… Anastasia y tú... Ella dijo que eras su novio.
Aron bajó la mirada a su plato casi vacío, soltando un suspiro. —Es complicado.
—Siempre lo es, ¿no? —dije, colocando la servilleta en la mesa y levantándome—. Pero yo no hago citas complicadas, Aron.
Intenté alejarme, pero él se levantó enseguida, tomándome suavemente del brazo.
—Phoebe, no te vayas otra vez.
—¿Por qué no? —pregunté, dolida y confundida a la vez—. Si tienes novia, esto no tiene sentido. No sé a qué estás jugando, pero yo no puedo con esto.
—Phoebe, escucha... —
Aron trató de agarrar mis hombros, pero me alejé de él.
No quería caer en esto, no era una niña tonta, y no empezaría a serlo ahora.
—Aron. Escucha, esto fue hermoso, la cena, el lugar secreto. Pero esto no funciona. Tú eres una estrella de rock, y yo soy la Editora de Vogue. Este no es mi mundo, es hora de volver al mundo real —dije, tratando de alejarme.
Pero Aron se paró frente a mí, impidiendo mi huida. Su mirada era fija y exigente.
—No. No esta vez —dijo serio—. Sé que te gusto. Y no te vas a ir hasta que me escuches.
Él se acercó más a mí, yo retrocedí apenas. Su proximidad me mareaba.
Cuando quedó frente a mí, tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo, apoyé una mano en su pecho, en un intento inútil por mantener la distancia. Aron bajó la mirada hacia mi mano, luego volvió a mí, y con una delicadeza que no esperaba tomó mi barbilla entre sus dedos, levantándome el rostro para obligarme a mirarlo.
—No tengo novia, Phoebe. Mi relación con Anastasia es complicada sí, pero no es lo que piensas. Ella y yo no estamos juntos desde hace tiempo.
—Eso no es lo que parece —me atreví a decir—Aron...
—Escúchame, Phoebe, por favor —me miró con sus ojos suplicantes.
—¿Por que yo? —susurré, tratando de desviar la mirada, pero él lo impidió.
—Porque desde hace dos años no he podido dejar de pensar en ti.
Mi corazón se aceleró mientras mis pulmones dejaron de funcionar por unos minutos. Lo miré a los ojos, intentando buscar algo que me dijera que esto era una broma, pero sus ojos azules eran un universo en el que no sabía si quería perderme o esconderme. Había tanta intensidad, tanta verdad.
—Estos dos años han sido una tortura —confesó con voz baja—. Tratando de saber quién eras, dónde estabas, cómo podía encontrarte...
Tragué saliva, incapaz de moverme.
—Y ahora que te tengo aquí —continuó, sin apartar la mirada—, simplemente no puedo, ni quiero, dejarte escapar otra vez.
Una de sus manos subió a mi rostro, atrapando uno de mis mechones sueltos, llevándola con cuidado detrás de mi oreja. Y en ese instante, mientras el mundo parecía quedarse quieto, entendí que lo realmente peligroso no era su cercanía… sino lo mucho que quería quedarme ahí.
Sus ojos bajaron a mis labios, y el mundo se encogió a ese espacio diminuto que nos separaba.
Podía oler su perfume, sentir el calor de su cuerpo. La respiración se me aceleró. Aron se inclinó lentamente, acortando la distancia entre nuestros rostros. Pude sentir el calor de su aliento. Mis ojos se cerraron instintivamente. Su frente rozó la mía apenas, una caricia suspendida en el aire.
—Phoebe… —susurró con esa voz baja, rasposa, que parecía hecha para desarmarme—, juro que esto se siente demasiado bien.
Tragué saliva.
—Entonces… ¿por qué no lo haces? —mi voz sonó más suave de lo que esperaba.
Y justo cuando sus labios estaban a un centímetro de los míos, la puerta del pasillo se abrió de golpe.
—Aron lo siento muchísimo —dijo Kai, su guardaespaldas, con una voz de lamento forzado.
Nos separamos de golpe. Mi corazón latía con furia. Aron se pasó una mano por el cabello, la frustración era palpable.
—¡Kai! ¿En serio? ¿No podía esperar diez minutos?
Sentí que mis mejillas ardían.
—Lo siento, Aron, pero James te está buscando, dice que es urgente. Sobre los derechos de autor...
Aron miró la escena, luego me miró a mí, y una sonrisa derrotada, pero divertida, se dibujó en su rostro.
—Parece que mi vida profesional me alcanzó más rápido que a ti la vida real —murmuró, depositando un rápido y casto beso en mi frente.
Salimos de allí tan discretos como entramos, subiendo al coche negro. El viaje de vuelta a mi apartamento fue tranquilo.