Novia Fugitiva

Capitulo 9 La llamada

Mi teléfono vibró en la mesita de noche, emitiendo la melodía de alarma como un castigo divino. Lo silencié con la palma de la mano, sintiendo que mis ojos estaban cubiertos de arena y mi cerebro funcionaba a medias. Martes.
Había dormido, con suerte, tres horas. Entre la adrenalina del beso en la puerta, la relectura obsesiva del mensaje de Aron y las mil y un sonrisas tontas que no pude evitar en la oscuridad, la noche había sido un fracaso logístico, pero un éxito romántico.
Mi musa me dio demasiada inspiración el día de hoy.”
La frase seguía grabada en mi mente, calentándome el pecho bajo el traje profesional de hoy.
Llegué a la editorial sintiéndome más una fugitiva que una Editora de Moda Asociada. Intenté pasar desapercibida, con la cabeza baja y mi café gigante en mano, pero el universo de Vogue no perdona las entradas tardías.
Apenas crucé el umbral de mi oficina, dos brazos me agarraron con la precisión de depredadores.
—¡Ni se te ocurra! —siseó Mara en mi oído, arrastrándome.
—¡Suéltame! Tengo que revisar el moodboard de...
—¡Cállate, Phoebe! —La interrumpió Diana con una intensidad aterradora—. Mara y yo te hemos estado esperando desde las ocho y media. ¡Necesitas contarlo todo ahora!
Me arrastraron sin piedad hasta la cafetería del personal, un lugar generalmente reservado para discusiones sobre la última colección de Prada, no para chismes de rockstars. Me sentaron en una esquina discreta, entre plantas artificiales y la máquina de espresso.
Mara se sentó frente a mí, con los ojos de un detective a punto de resolver un caso. Diana se apoyó contra la pared, con los brazos cruzados y una expresión de "o hablas o mueres".
—Empecemos por el principio —exigió Mara, golpeando la mesa suavemente—. ¿Qué pasó después de que te fuiste con Aron? ¡Y no me mientas sobre el brillo en tus ojos!
Suspiré, resignada. No había forma de escapar de este interrogatorio. Miré mi café, preguntándome si era demasiado pronto para pedir un trago más fuerte.
—Bien. Aron me llevó a cenar a un lugar privado en el West Village llamado The Vault...
—¡No puede ser! —chilló Diana, sin poder contenerse.
—Y luego... hablamos. Mucho. Sobre la canción, sobre Anastasia...
—¡¿Y qué dijo de la Drama Queen?! —preguntó Mara.
—Dijo que él y Anastasia no son novios desde hace mucho tiempo —susurré.
Diana levantó una ceja, claramente escéptica.
—Eso es lo que dicen todos los rockstars, Phoebe.
—Supongo que le estoy dando el beneficio de la duda —dije, subiendo los hombros, tratando de verme indiferente. Pero la verdad es que muy en el fondo, aun me incomodaba un poco.
—¿Y qué más pasó? —preguntó nuevamente Mara.
Sonreí, recordando cómo terminó mi noche.
Les conté cómo me había despedido en la puerta y cómo, justo cuando estaba en el suelo sin poder creérmelo... el volvió.
Mara y Diana gritaron a la vez, un murmullo agudo que llamó la atención de un par de asistentes cercanos.
—¡No puedo creerlo! ¡Volvió! —exclamó Mara, golpeando la mesa esta vez con entusiasmo—. ¡Maldita sea! ¡Ese hombre es un profesional del drama romántico!
Diana recuperó la compostura, su expresión volviéndose más seria.
—Sabía que estaba interesado en ti, Phoebe, pero ten cuidado. Es un cantante, y esa relación con Anastasia es muy rara. A pesar de que diga que no son nada, que ella lo reclame como suyo... no sé.
—Lo sé, Diana. No soy tonta.
—Sé que no lo eres, Phoebe, pero no puedo evitar preocuparme.
Mara se inclinó, con el entusiasmo intacto.
—Entonces, ¿qué piensas hacer ahora?
Miré mi reflejo en el café. Tenía ojeras, pero la sonrisa tonta seguía ahí.
—No lo sé —admití—. Lo único que sé es que tengo que trabajar y evitar a Max a toda costa.
Y justo cuando terminé la frase, sentí una sombra densa cernirse sobre nuestra mesa.
—Me alegra ver que la Editora de Moda Asociada está tan enfocada en sus responsabilidades el día después de... su noche libre —dijo una voz gélida.
Levanté la vista. Max estaba parado allí, con su traje perfectamente ajustado, sus ojos azules fijos en mí. Su rostro era una máscara de hielo puro.
El ambiente se congeló.
Diana y Mara se miraron. La solidaridad de amigas se disolvió en pánico profesional.
—¡Oh, mira la hora! —exclamó Mara, saltando de la silla como si hubiera recibido una descarga. Se llevó la mano a la sien—. ¡Se me acaba de ocurrir una idea brillante para el styling del look dos! ¡Necesito revisar urgentemente el almacén de plumas de avestruz! ¡Adiós!
Salió corriendo en dirección opuesta al almacén, sin mirar atrás.
Diana fue más sutil, pero igual de graciosa. Se agarró el estómago con expresión dramática.
—Yo... yo tengo una urgencia médica, Max. Un problema con... con el café de ayer. Necesito ir al baño a... pensar en paletas de colores. ¡Urgente!
Y sin esperar una respuesta, se lanzó hacia el pasillo con la mano sobre la boca.
Me quedé sola, intentando desesperadamente encontrar una excusa igual de absurda. Me levanté, sujetando mi bolso con fuerza.
—Yo también tengo que irme, Max. El moodboard me espera.
—Siéntate, Phoebe —ordenó él con una voz baja que no admitía réplicas.
Me hundí de nuevo en la silla. Su mirada me analizaba, sin un rastro del coqueteo que a veces usaba.
—¿Te divertiste anoche? —preguntó, su tono era frío como el hielo.
Me quedé callada, sin saber cuánto podía saber ni qué decir.
—Toda la editorial sabe que ayer te fuiste con Aron Davis —escupió, inclinándose sobre la mesa, con el rostro a pocos centímetros del mío—. ¿Creías que podías tener una cita secreta con un famoso y que nadie se enteraría?
Me encogí, sintiendo que perdía la batalla.
—¿Y qué si lo hice? No te debo explicaciones sobre mi vida personal.

—Sabes que estás cometiendo un error, ¿verdad? —La pregunta no era un interrogatorio, era una acusación.
—¿Disculpa? —dije, sintiéndome genuinamente ofendida por la forma en que estaba juzgando mi vida.
—Es un cantante, Phoebe. Obviamente solo quiere divertirse. Y tú fuiste demasiado fácil. Él solo necesita a una fan despechada y accesible que le caliente la cama por unos días, y cuando se aburra te botará y te dejará como una aventura barata, arruinando tu reputación y tu posición aquí. Eres una Editora de Moda, no una groupie, ¡cómo pudiste ser tan estúpida!
Antes de que Max pudiera terminar de hablar, sin poder evitarlo, mi mano reaccionó sola, soltando un impacto seco en la mejilla de Max.
El ruido sordo se escuchó en la cafetería, haciéndome salir de mi trance para abrir mucho los ojos, dándome cuenta del tamaño del desastre que acababa de causar. Max volteó nuevamente su rostro hacia mí. El lugar donde mi mano había impactado empezaba a adquirir un tono rojizo.
—Supongo que me lo merecía —dijo serio, sin levantar la voz.
Apreté mis labios, incapaz de decir una palabra más. Simplemente salí del lugar, dejando mi bolso olvidado en la silla.
—¡Phoebe! —gritó Max, su voz ahora era una mezcla de rabia y sorpresa, llamándome por mi nombre.
Simplemente lo ignoré, sintiendo que el aire me quemaba la garganta, y corrí hacia el ascensor, con el corazón martilleando la culpa y la humillación. Apreté el botón de mi piso con la mano temblorosa, desesperada por encerrarme en mi oficina.
Cuando finalmente llegué al escritorio y me desplomé en mi silla, el pánico me golpeó. Mi mano buscó instintivamente el asa.
El bolso no estaba.
Lo había dejado en la silla de la cafetería. Con el teléfono, la cartera, las llaves de mi apartamento… todo.
Respiré hondo, la rabia compitiendo con la necesidad. No quería volver, no quería verlo, no quería escuchar más la voz de Max, pero necesitaba desesperadamente mis cosas. No podía pasar el día entero incomunicada ni irme a casa sin llaves.
Apretando los dientes, regresé sobre mis pasos hacia la cafetería.
Cuando llegué, el lugar estaba vacío. Solo quedaban las migas de los snacks y las sillas desordenadas. No había rastro de Max ni de mi bolso.
Solo podía significar una cosa.
Max lo había tomado. Estaría en el Estudio Dos, preparándose para la postproducción. Y yo tendría que enfrentarlo.
Me rehusé. Las palabras de Max todavía retumbaban en mis oídos: groupie, aventura barata, fácil. Eso había sido demasiado cruel, incluso para él.
Regresé a mi oficina y traté de sumergirme en el trabajo, abriendo carpetas y revisando documentos con una furia concentrada. La rabia me torturaba. Me rehusaba a ir tras de Max por mis cosas; mi orgullo era más grande que mi necesidad.
Pasaron las horas. La concentración era intermitente, pero me obligué a seguir. El estómago me gruñó, dándome cuenta de que había saltado el almuerzo, completamente concentrada en ignorar la falta de mi teléfono.
En un momento, sin previo aviso, algo pesado y familiar fue colocado sobre mi escritorio.
Me sobresalté y levanté la mirada. Allí estaba, mi bolso, y detrás de él, Max.
Estaba parado allí, mirándome con una mezcla extraña de tensión y disculpa. Su mejilla aún estaba ligeramente roja.
Decidí ignorarlo. Tomé mi bolso con la punta de mis dedos y lo giré para abrirlo, fingiendo estar inmersa en la búsqueda de algo vital.
—Phoebe... —empezó él, su voz baja y áspera.
Me giré, cambiando de lugar en la silla, enfocando mi atención en el monitor, fingiendo que la conversación no existía.
Escuché que soltó un gruñido de frustración inaudible.
—Lo siento, ¿ok? Fui un idiota. Yo...
—Ok. Ya te disculpaste. Ya puedes irte —dije sin voltear a verlo, con la voz plana.
Hubo un silencio tenso, pesado. Escuché su respiración profunda.
—Pero es que... —Escuché que maldijo por lo bajo. Parecía luchar consigo mismo—. Bien. Si quieres que las cosas sean así, está bien. Me largo.
Finalmente, el sonido de sus pasos se alejó, y la puerta de mi oficina se cerró con un golpe sordo que hizo vibrar el marco.
Solté todo el aire que había estado conteniendo. Había ganado esta pequeña batalla, pero la guerra —la de mi reputación, la de mi corazón y la de mi trabajo— apenas había comenzado.




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