Salimos de Fort Hamilton, Brooklyn, con Piter al volante y yo en modo copiloto, intentando ignorar que eran casi las doce de la noche. El viaje hacia Spring Valley duró una hora y veintitrés minutos, tiempo que usamos principalmente para debatir si Gia nos mataría a todos o solo a Piter por aparecer.
Cuando por fin llegamos a la calle silenciosa, Piter se estacionó frente a la casa de los padres de Gia. Había otro auto estacionado, y apenas nos vio llegar, vi cómo Daniel se bajaba de él y caminaba directamente hacia nosotros.
—¿Qué hace Daniel aquí? —pregunté, sintiendo ese familiar y extraño déjà vu al ver a mi ex prometido en una situación de crisis.
—Le mandé un mensaje cuando veníamos en camino —murmuró Piter.
Piter bajó la ventanilla apenas Daniel se paró del lado de su puerta.
—Tienes un año con ese anillo y te antojaste de pedirle matrimonio hoy, a la una de la madrugada —preguntó Daniel con una ceja alzada, con el tono de un mejor amigo exasperado. Su mirada se desvió hacia mí y sonrió, con esa familiar sonrisa tranquila que, irónicamente, ya no me hacía huir—. Hola, Phoebe.
—Hola, Daniel —respondí con una sonrisa. Nuestra relación era tan cómoda ahora que parecía que el drama del altar había sido un mal sueño.
—Sabes que tienes razón —dijo mi hermano, con un repentino ataque de sensatez—. Creo que podemos esperar un día más.
—¡No! —dijo Daniel, tajante, su calma siendo más autoridad que cualquier grito.
—¡Definitivamente, no! —secundé yo, desabrochando mi cinturón para salir del carro.
Daniel le abrió la puerta del auto a Piter, obligándolo a salir.
—¿Y cómo se supone que haremos esto? Ella está dormida... y es la casa de sus padres —preguntó Piter, el pánico volviendo a su voz.
Daniel se echó a reír mientras caminaba de vuelta a su carro. Abrió el maletero y sacó una guitarra y un equipo portátil de karaoke, haciéndome soltar una carcajada ruidosa. Solo Daniel podría haber traído un equipo de karaoke a una crisis de pareja.
—¡Definitivamente, no haremos eso! —dijo mi hermano, frunciendo el ceño y horrorizado.
—Oh, claro que lo haremos —dije, apoyando la idea absurda de Daniel con entusiasmo.
—Muy bien, ¿qué canción cantaremos? —preguntó Daniel, y mi hermano soltó un bufido de pura desesperación.
—¡Ya sé! —dije, ignorándolo por completo—. "Marry You" de Bruno Mars.
—¿En serio, Phoebe? —se quejó mi hermano—. No se te pudo ocurrir peor canción.
—De hecho, tiene sentido —dijo Daniel, validando mi genialidad.
—¿Ves? —dije, sacándole la lengua a Piter.
—Bien —dijo, volteando los ojos—. ¿Vas a cantar tú?
Negué rápidamente.
—Tú lo harás.
—¡Espera, estás loca! —dijo, nervioso.
—¿Quién le pedirá matrimonio a Gia, tú o yo?
—Pero yo no canto.
—Yo menos.
—Lo haces mejor que yo.
—¡Piter!
—¡Phoebe!
—¡Chicos, ya basta! —interrumpió Daniel, sobándose la sien. Se notaba que el drama familiar lo estaba agotando—. Quiero ir a dormir, mañana tengo que estar en la clínica a primera hora. Piter, tú cantarás —dijo, viendo a mi hermano. Luego me vio a mí—. Hay dos micrófonos, ayúdalo con los coros.
Asentí con una sonrisa malvada.
—¿Te sabes la canción al menos? —preguntó mi hermano, viendo la guitarra colgada en el pecho de Daniel.
—No, pero tengo una idea.
—Esto será horrible —dijo mi hermano.
—No seas pesimista. Ya verás que esa mujer dirá que sí.
Daniel se rió, negando con la cabeza.
—Bien, ¿y cómo entraremos?
—¿De qué hablas? Le cantaremos aquí —dije, sin entender.
Piter rodó los ojos con exasperación.
—Niña, la habitación es la del otro lado, la que da al patio —dijo mi hermano, como si fuera lo más obvio—. No tiene sentido que vengamos a cantar a la habitación de sus padres.
—Ese era un buen dato que pudiste compartir antes —me quejé.
—¿Y en qué momento de la noche me diste tiempo de hablar?
—Oh, no sé, tal vez en la hora con veintitrés minutos que estuvimos de camino aquí.
—No tenía la menor idea de que la idea brillante que se les iba a ocurrir era una serenata...
—Oh, bueno, tú tampoco es que diste muchas ideas.
—¡Chicos!
La voz de Daniel nos hizo salir de nuestra discusión. Caminamos hasta la valla que daba acceso al patio. Daniel estaba parado del otro lado con la puerta abierta y una sonrisa en el rostro.
—¿Cómo hiciste eso? —preguntó mi hermano, entrando.
—Bueno, mientras ustedes discutían, yo solo intenté abrir la puerta, y tadaán, está abierta —dijo Daniel, haciendo un gesto dramático.
—Buena idea —dije, pasando a su lado.
—Ya sabes, siempre tengo buenas ideas.
—Sí, lo recuerdo —dije, bromeando, mientras caminábamos por el césped.
—Bueno, si ya dejaron de revivir sus mejores diez momentos de pareja, es hora de pasar a la peor vergüenza de mi vida que hará que la mujer que amo, o que acepte casarse conmigo, o que me deje para siempre —dijo Piter, dramático, cuando llegamos al patio.
—Qué dramático eres, hermanito —le dije, dándole un codazo.
—¿Están listos? —dijo Daniel, acomodándose la guitarra.
—No —dijo mi hermano, apretando el micrófono entre sus manos con notable nerviosismo.
—¡Claro que sí! —dije, riendo, mientras encendía la pequeña máquina de karaoke. Luego di unos toques en el micrófono, y el sonido salió por los parlantes de la máquina—. ¡Estamos listos!
Daniel sonrió, volviendo a negar con la cabeza, y empezó los primeros acordes de una melodía sin sentido, que rápidamente se transformó en la introducción de "Marry You".
Acerqué el micrófono a la guitarra mientras Daniel tocaba, y le subí el volumen a la máquina de karaoke, haciendo que el sonido retumbara un poco en el tranquilo patio. Volteé a ver a mi hermano, que estaba nervioso, viendo fijamente a la ventana. Lo codeé para que cantara.
Piter comenzó, casi en un susurro, luchando por sonar como Bruno Mars.