La interrupción inesperada de Leonish en el balcón no había logrado dispersar la electricidad. Entré al baño de la suite principal y el reflejo en el espejo me mostró a una mujer con un brillo nuevo, casi salvaje, en los ojos. Mis labios aún picaban, y sentía el calor del rubor bajo mis mejillas. Me prometí calma. Solo es una cena.
Salí del baño a los diez minutos. Llevaba un vestido de punto rojo cereza que era atrevido, ajustándose a mis curvas, y lo había suavizado con un pequeño cárdigan a juego. Una trenza lateral caía sobre mi hombro, un gesto sencillo que intentaba equilibrar la intensidad del color. Aron me esperaba. Estaba impecable: camisa gris oscuro, pantalones negros, con esa aura de estrella inalcanzable. Pero al verme, la tensión regresó, tan espesa como la melaza. Sus ojos se detuvieron en mí, y la inmensidad de la suite pareció encogerse.
—Te ves... increíble —murmuró, su voz apenas un susurro rasposo. Se acercó y, en un gesto que me desarmó por completo, depositó un beso lento y suave en mi frente. Era un ancla de respeto en medio de tanta promesa
—.¿Lista para enfrentar a la manada?
—Lista —respondí, tomando su mano, sintiendo cómo el miedo se disolvía bajo la firmeza de su palma.
El restaurante de mariscos en el muelle era ruidoso y vibrante, un respiro del elitismo de la casa de los Hamptons. Nos sentamos en una mesa grande, una isla de caos solo para nosotros.
Diana se había asegurado de sentarse estratégicamente junto a Leonish. Su top de tirantes y minifalda negra eran una declaración: "Aquí estoy, dispuesta y sin complicaciones". Mara, en cambio, estaba sentada junto a Mikos, su vestido negro y cárdigan blanco irradiando una discreción forzada.
La cena fue un torbellino de chistes internos de la banda. Aron y yo nos mantuvimos en nuestra burbuja, su brazo protector descansando detrás de mi silla, su presencia física constante.
Mientras Andreas se perdía en una explicación sobre sus riffs de batería, Aron aprovechó la distracción.
—Te ves tan seria cuando escuchas música. Me dan ganas de... distraerte —susurró a mi oído, enviando un escalofrío helado y dulce por mi espalda.
—No te atreverías aquí —respondí en un susurro igual de bajo, sintiendo cómo mi corazón intentaba escapar de mi pecho.
—No tienes idea de lo que me atrevería a hacer contigo en este momento. Es una suerte que Andreas sea tan elocuente —respondió él, dándole una sonrisa inocente al baterista, mientras su mano, bajo el abrigo de la mesa, se posaba sutilmente en mi muslo. En ese contacto, sentí mi corazón acelerarse y mi respiración se cortó. Aron deslizó su mano un poco más arriba, deteniéndose justo en el límite antes de ser inapropiado, pero el roce fue suficiente para que una sonrisa nerviosa se dibujara en mis labios.
En el otro extremo, Diana comenzó su asalto sutil.
—Tienes la mirada de alguien que necesita un descanso, Leo —dijo Diana, inclinándose ligeramente hacia él—. Demasiado trabajo.
Leonish le devolvió la sonrisa.
—¿Y cuál es tu receta para el descanso, Diana?
—A veces, la mejor manera de desconectar es tener una distracción que no pida nada a cambio —respondió ella, dándole un toque rápido y calculado en el brazo.
Mara se puso rígida. Para evitar mirar, se giró hacia Mikos y Artes.
—¿Y tú, Mara? —preguntó Artes divertido—. ¿Cómo va la moda? Necesito que me digas si este color de chaqueta me hace ver más delgado.
—Artes, tu problema no es el color de la chaqueta, es tu amor por el queso —bromeó Mara, soltando por fin una risa genuina.
Pero la risa de Mara no le hizo gracia a Leonish. Su frustración se hizo tangible. Su voz se elevó, cortando el murmullo de la mesa.
—Es fascinante ver cómo algunas personas saben exactamente lo que quieren y van por ello —dijo Leo, mirando directamente a Mara con un tono cargado de fastidio y resentimiento—. Y otras... otras parecen estar constantemente tratando de ocultar lo que sienten.
El comentario era punzante y deliberado. Mara apretó los labios, el color abandonó sus mejillas, y se negó a mirarlo. Aron rodó los ojos, fastidiado por la torpeza hiriente de su amigo.
—Ya basta, Leo. Pide otro plato —intervino Aron, de forma seca.
Leonish se hundió en su asiento, frustrado.
—Phoebe, sígueme contando de la propuesta de tu hermano —dijo Andreas, hábilmente, cambiando el tema.
—No fue nada especial. Solo fuimos a la casa de los padres de Gia en la madrugada, irrumpimos en su patio trasero y cantamos Marry You de Bruno Mars.
Los chicos rieron estruendosamente.
—Eso suena como algo especial—Dijo Artes riendo.
—Imaginen a una persona tocando los mismos tres acordes repetitivamente en lo que cree que es la melodía, y dos pelirrojos sin ningún talento vocal —dije, uniéndome a la burla de mi propia familia.
—Siempre lo he dicho Gia debe amar a tu hermano para haber aceptado ese desastre —bromeó Diana.
—Yo creo que fue un gesto lindo —dijo Mara, con un tono más dulce—. Peter tiene suerte de tenerte a ti y a Dan dispuesto a hacer toda clase de locuras con él.
—¿Quién es Dan? —preguntó Artes curioso.