El paseo de regreso a la casa fue una deliciosa tortura. En el asiento de atrás, Aron y yo fingíamos mirar el paisaje de los Hamptons, pero su mano se había deslizado disimuladamente bajo mi vestido. Sus dedos largos y expertos acariciaban suavemente mis muslos, subiendo y bajando, poniendo mis nervios al límite. Él no retrocedía. Su mirada prometía un desquite inmediato, y mi cuerpo ya lo estaba esperando.
Cuando la camioneta estacionó, Aron tomó mi mano y nos sacó del lugar con una velocidad impresionante. Pude escuchar las risas y las bromas de los chicos detrás de nosotros.
—Parece que alguien está apurado en arreglarse para la fiesta — fue lo último que escuché mientras seguía a Aron por el interior de la casa.
Apenas llegamos a la suite, Aron cerró la puerta de golpe, asegurándola con el cerrojo. No hubo palabras. Me acorraló contra la madera, besándome con una intensidad que borró todo el ruido del mundo. El beso era una declaración: se acabó la espera.
Su boca era demandante y urgente. Sus manos viajaron a mi trasero, apretándolo con fuerza, y me cargó sin esfuerzo. Enrollé mis piernas alrededor de sus caderas, y ambos soltamos un gemido ronco cuando la fricción de nuestros cuerpos se hizo presente. Me volvió a presionar contra la puerta, besándome con más intensidad. Yo seguí el beso con fervor, proactiva, mis manos se apresuraron a desabrochar los botones de su camisa. Las manos de Aron seguían apretando mi trasero, acercándome más y más.
—¿Estás segura de esto? —susurró Aron entre mis labios, su aliento caliente, ligeramente a alcohol, me tenía mareada de deseo.
Asentí con la cabeza, incapaz de articular una palabra coherente.
—Necesito escucharlo —volvió a decir, besando la curva sensible de mi cuello.
—Sí —jadeé. Continué con un hilo de voz—. No te detengas.
Aron soltó un gruñido gutural. Me besó nuevamente en los labios y caminó hasta la cama conmigo todavía cargada, como si no pesara nada. Me dejó en el colchón, acostándose encima de mí. Mi corazón iba a mil por hora, pero no quería que se detuviera. Sus manos recorrieron mis piernas y luego subieron lentamente, deteniéndose justo en el dobladillo de la falda. Mi respiración se detuvo.
Los ojos ahora oscurecidos de Aron me miraban con tanta intensidad que me derretía. El calor de sus dedos subiendo por mi piel me estremecía, pero, como era de esperarse en esta casa, era imposible tener un momento a solas. El golpe en la puerta sonó y ambos nos miramos, la frustración instalándose como un hielo.
—¡Phoebe, nena! ¡Hay que alistarnos! —La voz de Diana resonó fuerte desde el otro lado, con una urgencia absurda.
Aron gruñó y hundió su cabeza en mi cuello, con el rostro enterrado en mi cabello.
—Esto debe ser una maldita broma, y una muy cruel —murmuró.
—¡Phoebe, se hace tarde! —volvió a gritar Diana.
—Dame un momento —dije, mordiendo mi labio para reprimir una risa nerviosa.
—¡No hay tiempo, Phoebe! ¡Ahora! ¡Aron, aleja tus manos de ella, se nos hará tarde!
Rodé los ojos, pero no pude evitar soltar una risita cuando Aron me apretó más contra él.
—¡No quiero! —gruñó, todavía en mi cuello.
Acaricié su cabello, sintiéndolo relajarse un poco.
—¡Phoebe! —me llamó nuevamente Diana, su paciencia agotada.
—¡Lárgate! —grité, y Aron salió de su escondite para verme con diversión.
—Si no sales en este instante no me costará tumbar esta puerta y arrastrarte por ella.
—Parece que no bromea —dijo Aron, divertido, pero con una capa gruesa de frustración.
—La verdad es que no.
Aron se levantó para luego extenderme la mano y ayudarme a parar.
—Voy a contar hasta tres... —anunció Diana.
—Esto parece una pesadilla —dijo Aron con una sonrisa torcida.
—¡Uno! —La voz de Diana se escuchaba del otro lado, pero decidimos ignorarla un poco.
Aron volvió a besarme, pero esta vez fue un beso más corto y desesperado antes de alejarse.
—¡Dos!
Caminé hasta la puerta, sintiendo su mirada fija en mi espalda.
—¡Dos y medio!
Aron soltó una carcajada.
—¡Tres! —dijo Diana justo cuando abrí la puerta, viéndola con el ceño fruncido—. ¡Vamos, se hace tarde! —dijo, sonriéndome con malicia.
—Te puedes arreglar sin mí, ya sabes qué ponerte —le dije, seria, y ella rodó los ojos.
—De eso nada, señorita. Vamos, vamos. Mara nos está esperando.
La miré con frustración, luego regresé por mi maleta. Le di un beso rápido a Aron para luego irme, pero él tomó mi mano, jalándome de nuevo hacia él y besándome con una intensidad que me desarmó por completo. Solté la maleta, aferrándome a su cuello siguiendo el beso.
—¡Dios, ya tendrán tiempo para eso más tarde! —se quejó Diana desde la puerta.
—Esta noche no dejaré que nadie nos interrumpa —me susurró Aron cuando nos separamos, y yo me sonrojé, asintiendo con la cabeza, llena de una promesa ardiente.
La prisa de Diana nos obligó a mí y a Mara a prepararnos a una velocidad de vértigo. En el baño de la suite, me miré por última vez en el espejo. Esta noche era la antítesis del blanco.
Había elegido un vestido de seda verde esmeralda. La tela, fría y líquida, fluía sobre mi figura. Tenía un escote cowl suave y elegante, y la espalda estaba completamente descubierta, un gesto de sensualidad que me resultaba nuevo. Recogí mi cabello rojo en un moño messy, dejando caer algunos mechones que acentuaban mi cuello y la línea de mi espalda. Me sentía elegante, misteriosa y, por fin, a la altura de cualquier socialité de los Hamptons.
—Vas a matar a Aron —me susurró Mara con una sonrisa.
Ella se veía impresionante. Rompiendo su estilo discreto, llevaba un atrevido vestido de seda rojo pasión ceñido a su cuerpo, con una abertura discreta en su pierna. Su cabello bob negro estaba peinado con ondas, y sus tacones negros añadían un toque de sofisticación. El rojo era una declaración de guerra emocional.
Diana entró con un aire de absoluta realeza. Su vestido dorado era pura provocación: ajustado, brillante, con finísimos tirantes y una abertura que llegaba hasta la cadera. Había optado por un moño alto y elegante, buscando el glamour sin esfuerzo.
—¿Qué opinan? ¿Creen que le guste a Leo? —preguntó Diana con una sonrisa traviesa.
—Sigo pensando que muestras demasiada piel —le contesté, mi honestidad no siempre era diplomática.
Diana rodó los ojos.
—No seas aburrida.
—Estás increíble, Di. Estoy segura de que Leonish quedará impresionado —respondió Mara. A pesar de su mirada triste y su conflicto interno, su sonrisa era real; ella realmente apoyaba a Diana al cien por cien.
—Gracias, Mara. Necesito mantenerlo concentrado en mí para que no tenga tiempo de distraerse con otras modelos.
Rodé los ojos sin poder evitarlo.
—¿Qué pasa, Phoebe? — me pregunta Diana, viéndome con una ceja alzada—.Has estado actuando raro ¿Tienes algún problema con que esté con Leo?
—Solo estoy preocupada — dije, mirando de reojo a Mara.
—Sé quién es Leo, Phoebe. No busco tener una relación seria con él, solo me estoy divirtiendo... Además, a él no parece molestarle — dijo mordiendo su labio.
—Sí, Phoebe, relájate —dijo Mara mientras se miraba en el espejo, haciéndose la fuerte—. Vinimos a divertirnos.
—Exactamente — dijo Diana con una sonrisa cómplice.
—Bien —dije, soltando un suspiro.
Si Mara quería quedarse callada y dejarle el camino libre a Diana, yo no podía hacer nada.
— Creo que ya estamos listas para el desastre —dijo Mara con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.