Me desperté abruptamente a mitad de la noche. El lado de la cama junto a mí estaba frío. Aron no estaba a mi lado.
Me levanté en la oscuridad y salí de la habitación, usando solo la camisa de Aron, larga y suave, que me cubría hasta medio muslo. Lo encontré en la sala, sentado en el sofá, hablando en voz baja por teléfono. Su ceño estaba profundamente fruncido, y su cuerpo se tensó con una frustración que nunca le había visto. Me quedé quieta, escuchando sin querer.
—Basta, Ana, por favor. Lo nuestro terminó hace tiempo, entiéndelo —Su voz era áspera, pero intentaba mantener la calma—. No quiero ser un imbécil contigo, de verdad. Quiero conservar los buenos recuerdos, pero tú...
Se interrumpió, escuchando. La tensión en su rostro era palpable.
—No, Ana, ya no te amo... Por favor —Aron se veía tan frustrado que se cubrió la cara con la mano.
—Acepté esta llamada para poder decírtelo yo mismo, Ana, pero esto tiene que parar —dijo, su tono de voz volviéndose firme. Escuchó un momento más y luego frunció el ceño con rabia—. ¡No la metas en esto, por favor! Ella no tiene nada que ver y lo sabes... Lo nuestro terminó hace mucho tiempo...
Anastasia, pensé, sintiendo que la rabia se encendía en mi estómago.
—Anastasia, ya —gruñó Aron, su paciencia agotada. Luego su voz se elevó, cortante—. ¡Ya basta! No voy a caer en tus provocaciones. Ya no puedes manipularme. Esta llamada terminó, Anastasia. Por favor, no me busques más y aléjate de Phoebe.
Aron colgó la llamada, dejando el teléfono caer sobre el sofá con un ruido sordo. Soltó un suspiro pesado, y se recostó hacia atrás, cubriendo su rostro con ambas manos. Su cabeza se hundió en el cojín, la imagen de la derrota y el agotamiento.
Caminé lentamente hacia él.
—¿Estás bien? —le pregunté, llegando a su lado.
Aron se apartó las manos de la cara y me sonrió débilmente, una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Extendió su mano, me jaló y me sentó sobre sus piernas, a horcajadas sobre él.
Él inmediatamente hundió su cabeza en mi cuello, buscando refugio. Yo empecé a acariciar suavemente su cabello, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba finalmente.
—No te mereces esto —murmuró, su voz apagada por mi cabello.
—Tú tampoco.
Me apretó contra él. Sentí cómo su respiración se regulaba lentamente contra mi piel, dejando atrás la tensión de la llamada.
—Gracias —murmuró, su voz apenas audible contra mi piel. Se enderezó un poco, mirándome a los ojos, y su expresión se suavizó.
—¿Por qué tomaste la llamada? Sabías que no sería agradable. Podrías haberla ignorado, dijiste que Victor se encargaría.
Aron me acarició la mejilla con el pulgar. —Lo sé. Pero tenía que decírselo yo mismo. Tenía que escucharme decir que se acabó de verdad, que voy en serio contigo, y que se aleje de ti. Tenía que ponerle un alto definitivo para que no volviera a atacarte, Phoebe. No te mereces que te meta en mis dramas pasados.
—Tú tampoco te mereces su drama, Aron. Lo hiciste bien —dije, sintiendo una oleada de ternura por su esfuerzo por protegerme.
Aron asintió, luego su mirada se deslizó lentamente hacia abajo. Su expresión se transformó en una sonrisa lenta y pícara.
—Ahora que la crisis terminó... tengo un dilema mucho más serio.
—¿Ah, sí? ¿Cuál? —pregunté, sintiendo un cosquilleo por su cambio de humor.
Aron tomó el dobladillo de la camisa, esa que le había robado, y jugó con la tela.
—No sé si me gusta más verte con tu pijama de cerezas o con mi camisa. ¿Debería donar tu ropa y obligarte a que solo uses la mía?
—¡Qué posesivo! —me reí.
—Aunque también me gusta cómo se viste mi chica de Vogue.
Sonreí, acariciando su mejilla. Aron bostezó.
—Necesitas descansar. Tienes que viajar de regreso a Los Ángeles en unas horas, y si sigues pensando en mi vestuario no vas a dormir.
—Mala noticia, preciosa —dijo, sonriendo con malicia—. Ahora mismo, con mi camisa puesta, no podré borrarme esa imagen de la cabeza y no podré descansar bien de todos modos.
—Solo tienes que acostarte y cerrar los ojos...
—...O podría hacer algo mucho más divertido y que me haga muy, muy feliz —me interrumpió.
Intenté alejarme un poco, con una sonrisa, pero Aron fue más rápido. Comenzó a hacerme cosquillas de repente en los costados, haciéndome soltar una carcajada ruidosa.
—¡Aron! ¡Para! —chillé, retorciéndome sobre sus piernas.
—¿Cuál eliges? ¿Descansar o ser muy, muy feliz? —preguntó entre besos juguetones en mi cuello.
—¡Ser feliz! ¡Ser feliz! —admití, sin aliento.
Aron se detuvo, su mirada volviéndose intensa. Me besó, y el beso, que comenzó tierno y lento, se fue profundizando rápidamente. La urgencia del día, la tensión de la noche, todo se fundió en ese beso apasionado.
Aron se puso de pie, sosteniéndome. Sus manos se aferraban a mi trasero. Sentí la calidez de su cuerpo a través de la tela de mi camisa.