El lunes por la mañana, la realidad no llamó a la puerta; entró con un portazo.
Iba de camino al trabajo en una procesión que se sentía casi irreal. Aron conducía con una calma envidiable, manejando el volante con una mano mientras la otra sujetaba la mía con una firmeza que decía: "No te voy a soltar". Detrás de nosotros, Julian y Kai nos seguían en el coche de escolta, recordándome que mi vida ya no era solo mía.
Había una paz tácita entre nosotros, un eco de la intimidad compartida en la tina la noche anterior que aún me hacía sonreír por dentro.
Cuando el coche se detuvo frente a la entrada de Vogue, la prensa saltó sobre el vehículo como una jauría hambrienta. Me coloqué los lentes de sol de Aron, que no solo combinaban perfectamente con mi outfit, sino que me servían de escudo.
—Hoy estaré un poco ocupado con las canciones para el nuevo disco de Alexia —dijo Aron con una mueca de pesar al pronunciar su nombre. Yo solté una risita, negando con la cabeza ante su "castigo" de Víctor—. Avísame en cuanto salgas; quiero ver si puedo escaparme para llevarte a cenar.
—Pasamos todo el fin de semana juntos, ¿lo recuerdas? —le recordé con tono divertido.
Él volvió a sonreír, esa sonrisa que me desarmaba, y llevó mi mano a sus labios para dejar un beso lento y posesivo. Un golpecito rítmico en la ventanilla nos devolvió a la tierra: eran Kai y Julian, indicando que era hora de moverse.
—Todavía no he tenido suficiente de ti, preciosa —susurró Aron.
Me incliné hacia él, acortando la distancia para besar sus labios con una lentitud que desafiaba el caos exterior.
—Eso fue lindo —murmuré contra su boca. Él acarició mi mejilla con el pulgar.
—Bueno, al menos les estamos dando un buen espectáculo a la prensa —añadió, y yo asentí, mordiéndome el labio antes de separarme.
Julian abrió la puerta del auto y, al instante, el mundo se volvió blanco. Los flashes me envolvieron como una tormenta eléctrica. Caminé con la barbilla en alto, protegida por el cuerpo imperturbable de Julian, ignorando las preguntas invasivas y los comentarios subidos de tono de los paparazzi. Entré al edificio lo más rápido que mis tacones permitieron.
El silencio del lobby fue un alivio, aunque Julian me acompañó hasta mi piso bajo la mirada curiosa y los susurros inevitables de mis compañeros. Al llegar a mi destino, se detuvo con una postura impecable.
—Puede estar tranquila, señorita Phoebe —dijo con voz neutra y profesional—. No pienso entrometerme en su trabajo, estaré justo aquí fuera.
—Gracias, Julian.
Le dediqué una sonrisa agradecida y me adentré en el estudio, donde el caos de las telas, los percheros y la organización de la nueva colección me esperaba para recordarme quién era yo más allá de los titulares.
Las semanas se deslizaron en una coreografía extraña que terminó por convertirse en nuestra nueva normalidad. El ritmo era frenético: jornadas intensas en Vogue, Aron encerrado en el estudio grabando con Alexia Moore —entre quejas y destellos de genialidad—, y Julian siempre a mi sombra, como un recordatorio silencioso de que mi privacidad ahora tenía precio.
El escándalo del club se había enfriado, transformándose en un eco lejano reemplazado por los titulares sobre la "Novia Fugitiva" y el fascinante giro publicitario del triángulo amistoso entre Mara, Leonish y Duncan. Víctor era un genio del mal; había logrado que el caos se viera como una elaborada estrategia de marketing.
Ahora, la sesión de fotos de invierno se cernía sobre nosotros. Estábamos en el corazón de los preparativos para la prueba de vestuario más crucial de la temporada: la portada de invierno de Vogue protagonizada por Diana y Leonish.
Mara y yo nos encontrábamos en el estudio, rodeadas de percheros que crujían bajo el peso de vestidos espectaculares y trajes de alta costura que parecían esculpidos en cristal y nieve.
—¿Crees que Diana vendrá? —le pregunté a Mara. El nudo en mi estómago se apretaba con cada minuto que pasaba.
Mara, que doblaba con delicadeza una bufanda de seda color medianoche, suspiró sin mirarme.
—Tiene que hacerlo, Phoebe. Es la modelo principal. No puede dejar plantada a la revista, por muy enojada que esté.
—No me ha respondido ni un solo mensaje. Ni siquiera las llamadas —confesé, sintiendo el peso del vacío—. Me da pánico verla entrar por esa puerta, Mara. No sé cómo actuar frente a ella después de tanto silencio.
Mara dejó la seda de lado, se acercó y me apretó los hombros con firmeza.
—Respira. Todo estará bien. Eres Phoebe; has estado a su lado siempre, la has apoyado en cada paso y si ella decide no ver eso ahora, el problema es suyo, no tuyo. Hoy, simplemente ignora el drama personal y concéntrate en que esos vestidos se vean impecables.
Su consuelo fue la bocanada de aire fresco que necesitaba para no colapsar. Decidí cambiar de tema para disipar la tensión que flotaba entre las telas.
—Al menos las fotos de tu "triángulo amoroso" fueron un éxito, ¿no? Víctor se salió con la suya una vez más.
Mara soltó una carcajada irónica.
—Oh, sí. Lo logró con honores. Él y el mánager de Duncan monopolizaron la narrativa. Contaron su versión, alegando que todo fue un malentendido sacado de contexto. Ahora somos "los tres mejores amigos inseparables" que coincidieron en un club. Leonish y Duncan son los protagonistas de un bromance que compiten por mi atención como si fuera un juego. Fue ridículo, pero funcionó a la perfección.