Noviembre, 2017

Cuento | La carretera, por Jorge de la Lama

Salí a la seis de la tarde y llevaba ya cuatro horas manejando; me faltaban dos.

Venía oyendo “Thela Hun Ginjeet” de King Crimson y recordando cómo se le había ocurrido ese nombre a Adrián Belew. Me lo imaginé tratando de defenderse de esa pandilla en Nueva York cuando un pensamiento me llevó a otro. Mi carro rodaba tranquilo en esa noche sin luna. La carretera sola. Un poco de lluvia. Imaginé un accidente delante de mí. Eso siempre me hacía bajar la velocidad.

No podía ver su cara
No podía ver su cara 
y él tenía un arma en su mano…

Adrián seguía cantando.

Recordé los pleitos con mi vecino. Recordé su asquerosa cara. En mi imaginación un carro delante de mí giraba por los aires. En mi imaginación también era mi vecino quién salía volando por la ventanilla.

Mi carro corría tranquilamente haciendo ese ruidito entre agradable y misterioso cuando las llantas van sobre el agua. Me imaginé deteniéndome en la cuneta para ver la cara de ese infeliz pidiéndome ayuda y dándome el placer de enseñarle mi dedo medio: “Toma Cabrón”.

Me pregunté si realmente seria yo capaz, en una circunstancia de esas, de negarle mi ayuda a alguien que yo detestara. El dinero que me debía; la vez que anegó mi jardín destruyendo mis plantas; los chismes que ocasionó con los otros vecinos diciéndoles que yo me quedaba con el dinero de la reuniones; la vez cuando me corrió de su casa; sus amenazas; las juntas de colonos en las que me obligaba a pintar mi casa de blanco, a podar de más mi jardín, a esconder mi bote de basura… Su maldita risa burlona…

Aquella vez en que él y otro tipo se aparecieron frente a mí y se detuvieron realmente agresivos, comenzando con aquello de “¿Qué te pasa?”, “Sabes con quién estás tratando”. Mis pensamientos iban juntos con la letra de la canción.

No, no le ayudaría, claro que no. Le enseñaría el dedo en todo lo alto.

Fue entonces cuando un carro blanco me rebasó con una enorme facilidad, como si yo estuviera casi parado. Ciento cincuenta, ciento sesenta, mínimo, pensé.
Cuando se perdió en la curva puse las luces altas iluminando una nube de polvo. “Ya se dio en la madre este idiota”.

Me detuve pensando en el poder de mis pensamientos, no es que yo fuera supersticioso, pero la coincidencia era mucha. Más lo fue cuando vi a mi vecino, sí, a aquel desgraciado, sangrando, pidiéndome ayuda.

Bajé del carro, observé su rostro. No lo podía creer. Recordé lo que había pensado. ¿Le mostraría el dedo y me largaría de ahí? Realmente se veía mal herido. Estaba yo cargado de adrenalina. Fue un impulso. Levanté la mano y le puse el dedo entre los ojos.

—Toma, cerdo, no sabes el placer que siento de verte ahí tirado.

Di media vuelta y me fui de ahí.

Thela hun ginjeet thela hun ginjeet
Thela hun ginjeet thela hun ginjeet.

Cuando terminaba la canción la ponía de nuevo. No pensaba en nada. Debí escucharla seis o siete veces. Veía la cara de su mujer, la de sus niños. Repasé mi excusa: “No vi nada”, “Debíó venir atrás de mí”.

¿Está uno obligado a prestar ayuda? Me imagino que sí. No le vi cara de sobreviviente. No con ese golpe. Se estaba desangrando. Sí. Qué placer llegar a mi casa y saber que jamás lo volvería a ver.

Otro impulso me hizo dar vuelta en U. Aceleré lo más que pude hasta llegar al lugar del accidente. Ahí estaba el pobre estúpido levantando su mano. Lo oí toser. Lo oí quejarse. Lo pensé dos veces… tres. Bajé del auto. Iba dispuesto a ayudarle. Tomé el celular. No había señal. La carretera estaba sola, completamente sola. La lluvia había arreciado.

Fue entonces cuando lo vi acercarse a mí. Las ruedas del auto todavía giraban. Un hilo grueso de sangre corría por mi cara. No podía parar de toser. Aun así, levanté mi brazo pidiéndole ayuda. Él levantó el suyo, puso su dedo medio entre mis ojos y me dijo:

—Por fin, jamás te volveré a ver, maldito cerdo.

Y se largó.

Fue su espantosa cara lo último que vi en la vida. Por alguna razón el CD de mi auto seguía funcionando a pesar del accidente.

Thela hun ginjeet thela hun ginjeet
Thela hun ginjeet thela hun ginjeet.

 

Jorge de la Lama. La mayor parte de mi vida me la he pasado jugando como un niño juega al futbol. Por temporadas largas diferentes cosas. Aprendí de la música a expresarme, de las computadoras a comprender que uno es responsable de sus errores (no ellas), del Psicoanálisis a conocerme, de la Psicología a conocernos, de la Arquitectura a realizar lo que uno tiene en mente y el espíritu de servicio y de colaboración. De mi familia lo que es el amor. Todo esto lo quiero decir de alguna manera en mi nuevo juego: la escritura. Quiero jugar este juego por el tiempo que me resta de vida. Siempre me gustó la lectura, aprendí a perderme en los libros, ahora quiero que alguien se pierda en uno mío. Ojalá.



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En el texto hay: poesia, cuento

Editado: 30.10.2019

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