Era un arma larga, una metralleta futurista de balas inagotables y estaba en sus manos.
Ese día, se hizo la fiesta de todos. De entrada, me pareció tan ilógico, pero hay tantas cosas ilógicas en la vida. Casi todos llevaron algo a la casa, gelatinas de leche, pollo ahumado como el que hace años, muchos años, el hermano de Idalia hacía. No era cualquier pollo, era un pollo extendido en una parrilla que dejaba por horas arriba del humo hasta que se cocía totalmente, de los mejores pollos que he probado. También Berni preparó pan, él era como me gusta recordarlo, un tierno mozalbete de 20 años con el que salía de fiesta, con el que bailaba toda la noche, ese, el que me hablaba cuando tenía problemas; preparó el mejor pan ¿de muerto…?, vaya usted a saber qué mes era.
Mi mamá preparó pollo relleno con manzanas Golden a los lados, el olor era algo que me recordaba tanto a Navidad, ¿era noviembre?… Algunos más llevaron ensaladas, botanas y demás antojos, todos estábamos reunidos, hasta las mierdas de mis tíos y primos. Toda la raza festejando el día de todos, todos a excepción de él. Como siempre, llegaba tarde y con un gracioso pretexto, ese día no fue la excepción. Llegó con una caja y dentro de ella una metralleta, la sacó y comenzó a disparar a todos los festejados menos a nosotros, sus hermanos y mi mamá, su única familia. En su rostro había tanta rabia, la misma que miré en el mío de reojo al espejo. Comimos después de la masacre y salimos juntos (como siempre). Caminamos por la calle y él comenzó a disparar a todos, de un golpe pude desprender de sus manos el arma y la recogí, la envolví en mi chamarra, lo tomé de la mano y halé mientras corría. Nos metimos por el lado trasero de un hotel y salimos por un gran túnel. No podía entender por qué lo había hecho, solo lo sujetaba fuerte y corría.
Así hasta que llegamos al mercado de la “Sanfe”, corrí entre los puestos y miré cómo unos “polis” lo agarraban del cabello y le pegaban. En ese momento, regresé y cubrí a todos con una ráfaga de balas; me arrebató el arma y él siguió.
Era un arma larga, una metralleta futurista de balas inagotables y estaba en sus manos. Cuando la apuntó hacia sí, corrí para detenerlo, pero no pude. Antes de que disparase, me dijo que no necesitaba turno, que yo siempre estuve muerta.
Vero Lara. Escritora mexicana. Publica frecuentemente en varios grupos de Facebook.