Noviembre, 2017

Cuento | Frágil, por Leandro Villa

Tenía razón. Le pedí perdón y no me escuchó. En realidad sí me escuchó, pero me dijo que, si lo había hecho una vez, podía hacerlo otra vez. También me gritó que tenía que aprender, y no sé si aprendí. O quizás sí, pero es raro, porque no siento que lo hago porque él me lo enseñó. Debe ser el miedo que me dio en ese momento, pero ya no tengo miedo. Me dijo que no lo iba a hacer más, y le creo. Es buena persona, quiere lo mejor para mí. Todavía me acuerdo, pero si pongo un poco de música me olvido y a otra cosa mariposa.

Hoy trajo un poco de verduras para que le haga la sopa. Le encanta que le cocine. Y claro, es mi marido. Mi mamá me pasó la receta que a él tanto le había gustado la primera vez que visitó mi casa, en el sur. Hace mucho que no veo a mis padres, por cierto. Seguro a mi mamá también le pasaba cuando era más joven, si no ¿cómo aprendió a darle los gustos a mi papá? Como soy la más chica de las tres, no sé cómo vivían antes.

Me fijo la hora y estoy bien. Tengo tiempo para bañarme, cortar las verduras y dejar todo en la olla. Me baño ahora para no correr después. Sí, mejor hago eso. No le gusta que tenga el pelo mojado, dice que me puedo enfermar. Y eso también me lo enseño él. Piensa en mí todo el tiempo, eso lo valoro. Mejor dejo de dar vueltas y me pongo a cocinar, una vez me dijo que las mujeres somos más bonitas cuando vamos al grano y que es mejor hacer que decir, porque las palabras se las lleva el viento. Y él debe saber, porque es más grande y me enseñó mucho.

***

Listo, ya salí del baño y si no calculé mal, ya tendría que estar llegando. Hay un aroma riquísimo en el comedor, como a él le gusta. La mesa está lista y el postre en el freezer. Hoy llamé temprano a la heladería de Rocco, un amigo de mi hermana, y pedí una caja de alfajores con dulce de leche que vimos el otro día por internet. A mí me gusta más con maní, pero él es alérgico a esas cosas, y como el dulce de leche no me disgusta, compré cuatro de esos que él había elegido y uno de maní para mí. Después pruebo los que sobren.

Ayer, después de cenar, me escapé de la cama unos minutos para ver una película en la tele porque no había podido ver nada durante el día —a él le habían dado un día libre—, y mientras cambiaba los canales vi que había salido un nuevo número de la revista que compra mi marido. La tapa mostraba a la primera dama atrás del Presidente y, junto a ella, una leyenda: El regreso de la mujer decorativa. ¡Qué bueno! A él le va a gustar esta edición, pensé. Siempre me dice que la mujer es importante y que jugamos el rol pasivo de la familia. Según él, no es bueno que los hombres caminen solos, siempre tiene que haber una mujer apoyando las decisiones que ellos toman. Pero claro, para llegar a ese punto, las esposas tienen que aprender, y ellos nos tienen que enseñar, seguro pasa en todos lados, ¿no?

Acaba de estacionar el auto, todavía tengo unos segundos para revisar que todo esté en su lugar. Tengo la mesa preparada, el agua está fresca y en la jarra, el vino está… ¿dónde dejé el vino? sobre la mesada, dije. Tiene que estar en la mesa, casi me olvido. Listo. Las cortinas están cerradas, el televisor apagado, la canilla no gotea, la cama está estirada y la tapa del inodoro arriba. Mi celular, apagado.

Está poniendo la llave en la cerradura. Veo de lejos y espero que esté todo en orden. Cuando él lo considere, sirvo la comida y nos sentamos a comer. Una vez tuvo que esperar cinco minutos para que se cocinen unas papas porque el día anterior me había pedido una receta que había visto por internet y era la primera vez que la hacía. Yo le dije que no sabía hacerla, pero insistió tanto que asumí la responsabilidad. Después aprendí que hay que organizarse mejor y que los tiempos son importantes. Espero que no haya clases hoy.

—Buenas noches —dice cuando abre la puerta.

—Hola, mi amor —digo y lo abrazo.

—Mmmm, qué rico. Presiento que hay unas verduras tiernas cerquita y que todavía están calentitas —me mira—. Parece que ya están listas. Sonrío.

—Sí, ya están para comer. ¿Querés que te sirva? —pregunto y camino hacia la cocina.

—Y, a vos, ¿qué te parece?

Me detengo. Tiene razón, ¡cómo no va a querer que le sirva la comida si estuvo todo el día trabajando! ¡Qué estúpida que soy!

—Me parece que tuviste un día fatal y que unos masajes no te vendrían nada mal después de comer.

—Me encantaría, mi vida.



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En el texto hay: poesia, cuento

Editado: 30.10.2019

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