«No es momento de alterarse»
Inhalé profundamente como solía hacer. El día domingo llegó. Hora de las presentaciones de mi novio a mis padres.
Ya venía preparando el terreno desde el sábado cuando en la cena saqué el tema.
Había agarrado una servilleta para limpiar las comisuras de mi boca y aclaré la garganta en un intento de atraer su atención. Por supuesto que lo logré, cuando de mí se refiere, mis padres prestaban oído en lo más mínimo.
Y aunque podía consolarme con el hecho de que era porque velaban por mi bienestar, en realidad era un modo disfrazado de controlar mi vida y no arruinar nuestra perfecta imagen familiar.
—Padre, madre... —Empecé y ellos dejaron los cubiertos al comprender que lo que diría sería serio. —Hablé con mi pareja y accedió a venir mañana para almorzar.
El silencio premió el lugar. Ambos se quedaron expectantes observando mi rostro y luego fue madre quien lo rompió.
—¿Y por lo menos sabremos el nombre de este muchacho antes de conocerlo?
Asentí con premura. —Por supuesto madre, su nombre es Kim Taehyung y tiene veintidós años.
Madre sonrió y ladeó el rostro a mi padre, que seguía con la expresión impasible. Para mi sorpresa, apoyó los codos sobre la mesa, teniendo los brazos en alto con las manos unidas. Algo que no estaba permitido hacer porque se consideraba una falta de modales.
Eso quería decir que padre estaba pensando con profundidad mis palabras, no le agradaba la idea del hecho que buscara por mi propia cuenta una pareja. Lo mismo hizo cuando le comenté de Park Dongyul, mi ex pareja. Sólo cambió de semblante cuando expliqué sus orígenes y lo que estudiaba.
—¿Seguirás manteniendo oculto la carrera que estudia con esa idea patética de que él mismo lo diga al venir? —preguntó en tono neutro.
Bueno, ¡esa excusa la propuse porque no tenía idea quién sería mi novio falso!
Negué con suavidad. —No padre, a Tae no le importuna si ya sabes con antelación. Estudia derecho y está en tercer año.
Fue entonces que la expresión de seriedad de padre se suavizó y sus comisuras se elevaron muy levemente.
¡Lo aprobaba!
—Oh querida, eso suena maravilloso. ¿No te parece cariño? —Madre palmeó la espalda de padre en un gesto de que no estaba tan mal que su hija no haya buscado una pareja de la misma carrera.
Su padre despegó los codos de la mesa y agarró nuevamente los cubiertos. Asintió conforme. —No es una carrera de medicina, pero uno de derecho tampoco está mal. Dile que lo estaremos esperando mañana.
Luego de eso, un silencio tenso por mi parte llenó la estancia y cada quién comió en su propio mundo. O más bien eso fue lo que me pasó, porque de vez en cuando mis padres murmuraban algunos temas del trabajo.
Porque sí. Ambos estudiaron la misma carrera de medicina. Eran cirujanos especialistas en cirugía cardiotorácicas.
Y eran tan buenos que eso los elevó a la cima del prestigio. Provocando que el apellido Shin sea de renombre y de importancia en ese ámbito. En consecuencia, poco a poco también tuvieron tendencia a cuidar demasiado bien su reputación y no dañarla en lo más mínimo.
Y claro, otra forma en la que consideraron que ese prestigio o fama se engrandeciera, fue concebir a su adorada hija única, yo.
Creyendo que su querida hija seguiría sus mismos pasos para ser igual de talentosa y exitosa como ellos...
Hasta cierto punto, lograron que mis estudios fueran enfocados en esa área de la medicina y fui criada con una educación ejemplar de la cual me repitieron una y otra vez en mi cabecita infantil por las palabras «quiero ser una superheroína» —que solté en un momento de la emoción al ver dibujos animados—. Fueron «Si quieres ser una superheroína, puedes estudiar medicina y salvar vidas».
Y que tales palabras se modificaron con el tiempo repitiendo «Si deseas salvar vidas Misuk, debes estudiar medicina».
Toda mi niñez y adolescencia se redujeron a esas palabras. Porque fui embelesada con dulces palabras, creyendo con la ilusión de un niño que sería magnífico poder salvar vidas. Y las adopté como propias.
«Si deseo salvar vidas, debo estudiar medicina»
En ese momento no sabía el daño que me estaba haciendo...
Cada vez que me interesaba por algo diferente que no tenga relación con la medicina, me reprochaba repitiendo mi filosofía de vida, como un mantro. Y no era la única que me perforaba con eso, las veces en que mis padres se daban cuenta de que me desviaba, me distanciaban de forma sutil de esas cosas.
Aunque de lo único que no pudieron alejarme, fue del gusto a combinar, elegir ropa. Era algo con lo que convivía día a día y que con el tiempo aprendí a disimular la emoción por la moda.
De esto no le tomaron importancia porque creían que era un efecto positivo, no me vestía mal y hacía quedar bien a la imagen cuando solía asesorarlos.
De todas maneras, el día anterior resultó sin contratiempo y ahora era el momento de la verdad. Era cerca de las doce del mediodía y en cualquier minuto podía llegar Taehyung. Sería mentira negar que los nervios me carcomían. Estaba sentada en el salón principal, apretando con las manos una almohadilla del sofá.
Horas antes había tenido una decente —si se podría llamar así— conversación con Taehyung sobre el día de hoy por llamada. Obviamente no era el modo en que quería hablar, pero no tenía opción porque el señorito Kim no disponía de unos cinco minutos para escucharme.