[Venticuatro]
Junté mis manos para ahuecar el agua en ellas e incliné levemente mi cuerpo para echarlo sobre mi cara. Cómo sabía que esto pasaría, procuré no maquillarme.
El sueño se negaba a abandonar mi sistema. Y la razón tenía nombre y apellido. No era recomendable pasar horas hablando con alguien hasta la madrugada si al día siguiente tenías una actividad.
No me arrepentía, pero no concentrarme en clases me estaba pasando factura.
Observé mi reflejo en el espejo, tenía los ojos más entornados y pesados por la falta de sueño. Me sequé el rostro y las manos con mi propio pañuelo. Coloqué nuevamente en su lugar la muñequera de encaje.
Después de echar un último vistazo, arreglé mi cabello de forma básica y rápida, sujetándolo en un moño bajo. Con una pañoleta adorné mi cuello para que el parche no desentonara con la vestimenta del día. Y apliqué por último un poco de brillo en los labios. Después de eso salí del baño que se encontraba en el primer piso. Había sido una de las primeras en salir de la última clase de la mañana.
Suspiré cuando divisé a lo lejos la prominente figura masculina de Ademaro, inamovible como una roca y porte firme, en la esquina de la salida del edificio.
El que haya tenido una conversación seria con sus padres no era sinónimo de despojarse de Ademaro. De alguna forma presentía que vería al vigilante mucho más tiempo del que se suponía debía estar.
Los sentimientos que albergaba al respecto eran contradictorios, porque pensaba que si antes no lo necesitaba, no veía la necesidad de tenerlo ahora.
Pero supuse que el percance con la herida que sucedió hace unos días, dejaron intranquilos a sus padres. Tomándole más importancia a su seguridad.
El hecho de no sentirme tan frustrada por la situación, era porque no me desagradaba Ademaro. Cuando estaba completamente sola o aburrida, Ademaro se convertía en un compañero de conversaciones.
—¿Me guardaría un secreto por día? —fue lo que pregunté al acercarme.
Ademaro bajó la cabeza para mirarme. —Si digo que sí, siento que me arrepentiré. ¿Un secreto a quién? —Ademaro sostuvo una expresión de sospecha hacia mí, probablemente se imaginaba a qué me estaba refiriendo.
—Un secreto a mis padres por supuesto. —Sonreí lo más inocente que pude.
Ademaro suspiró y su rostro se volvió de comprensión. —Un secreto por semana, tómalo o déjalo.
Abrí la boca con asombro porque realmente no esperaba obtener algo, pero eso era mejor que nada. —¡Lo tomo! —Comencé a reír con una risita de emoción porque ya en mi cabeza estaba ideando cuándo sería oportuno utilizar mi comodín. De reojo vi a Ademaro negar con la cabeza, pero no me importó.
Cuando giré la cabeza, reconocí a una persona que se detuvo justo en la entrada con un teléfono a la mano. Era el detective Jo Kabsoo, mirando a su alrededor un tanto confundido. Me sorprendió verlo por el área y una leve preocupación se insertó en mi pecho por si algo había sucedido en la universidad.
Con pasos vacilantes me acerqué y él detectó el movimiento de mi cuerpo al estar cerca suyo, porque giró la cabeza. Al reconocerme, una suave sonrisa dibujó en su rostro, transformando sus ojos en rendijas y pequeñas arrugas se adornaron en las esquinas.
—Señorita Shin —pronunció con voz calmada—. Que bueno ver una cara conocida.
Agrandé levemente los párpados de asombro. —Oh, todavía me recuerda.
El detective Jo soltó una pequeña risita y colocó ambas manos detrás de su espalda. —Así como usted me recuerda. Tampoco soy tan viejo.
Alcé ambas manos agitándolas en negación. —Ah, señor Jo, no estaba insinuando nada parecido, es solo que dije una vez mi nombre y me sorprendió que todavía lo recordara. —Presioné los labios en una línea y quise rápidamente cambiar el tema, a pesar de que el señor Jo continuaba con una sonrisa amistosa. —De todas formas, ¿qué lo trae a la universidad? ¿Hay algún problema?
Ahora fue él quien agitó una mano para negar todavía con una sonrisa. —No, no, hoy no estoy como detective, mi ocupación de este día es ser un tío.
—¿Tiene un sobrino estudiando aquí? —pregunté con un pinchazo de curiosidad.
Él asintió y miró alrededor. —Sí, una sobrina. Estoy haciéndole un favor a mi hermana, debía entrar con ella, pero se escabulló de mí y no sé donde está ahora. Me mandó su ubicación, aunque si soy sincero, no conozco muy bien la universidad.
Entonces se me cruzó el pensamiento de ayudarlo, en compensación por la vez que condujo por mí al hospital. Estiré el brazo para mostrar mi palma. —¿Me permite ver la ubicación? Puedo llevarlo hasta allí si lo conozco.
El señor Jo ensanchó su sonrisa alegremente por la petición. —¿En serio? ¡Muchas gracias! Lo agradecería bastante. —Apresuradamente sacó el teléfono, limpió la pantalla en la tela de su pantalón y lo desbloqueó para mí. Me lo ofreció con ambas manos.
Lo agarré con sumo cuidado porque no me gustaba tener en mi posesión objetos personales de otras personas. Todavía mantenía una sonrisa, que no tardó en ser vacilante al fijarme en el nombre de su sobrina: Siyeon.