[Veintiocho]
Mi mente en ese entonces parecía estar turbulenta de muchas pulsaciones en la cabeza. Quizás porque no estaba acostumbrada a recibir ese tipo de trato. Ser retenida a la fuerza y desmayada del mismo modo.
Cuando sentí que podía despegar los párpados porque la pesadez se desvanecía, deseé volver a cerrarlos y pensar que era una pesadilla.
La oscuridad llenó cada punto de mi visión y un silencio que podría ser casi atronador resaltó en todo ese lugar en el que me encontraba. Sentí unas incómodas capitas alrededor del rostro que me incitaban a pasar la mano y quitármelo por la molesta sensación. Cómo también una comezón en la nariz hormigueó por el desagradable olor que me envolvía.
No me molesté siquiera pensar en la pregunta que cualquiera se haría por esa situación, «¿dónde estoy?». Sabía desde el mismo segundo en que pude ver dónde me hallaba, que no auguraba nada bueno.
¿Qué de bueno habría cuando se es secuestrada?
Lo único que pude intuir era que estaba predispuesta en un colchón ennegrecido que poco pudo conocer sobre el lavado. Y las paredes quebradas en el tapiz, sucias y con una apariencia que te encontrarías en las malas calles, te indicaba que un edificio viejo se trataba.
Viejo y abandonado.
No había nada en esa habitación, exceptuando yo, el colchón y...
Intenté enderezarme en cuánto fui consciente de la presencia silenciosa que por su contextura señalaba ser un hombre, sentado en la esquina de la pared, con las piernas alzadas y los brazos descansados en sus rodillas, no podía ver su rostro, ni sus ojos. La razón no se debía porque hubiera la tenue iluminación del foco que no alumbraba correctamente y alcanzaba llegar hasta los pies de su cuerpo, no. Era porque un pasamontañas cubría la totalidad de su cara.
Me dificultó la tarea de levantarme dos factores; unas ataduras en las muñecas y tobillos que me inmovilizaban completamente porque sentía la presión con las que fueron hechas. Lo segundo en relación por eso, fue por mi cuerpo entumecido y frío por esa zona que provocaba pinchazos de leve dolor. La simple acción de separar mi espalda con la endurecida superficie que había adquirido el colchón por los años, me costó. Lo único concebible para mí y lo que pude lograr fue apoyar con dificultad el codo y alzarme un poco.
No sabía si en todo momento el hombre enmascarado vigilaba mis movimientos, pero seguido de incorporarme, el hombre se levantó de esa penumbrosa esquina.
¿Si estaba asustada? Hasta los huesos. El que no lo haya mencionado antes fue por sentido de narración en contextualizar la situación, pero el insano repiqueteo de mi corazón que palpitaba sin parar y el sudor de mis manos, como la humedad trazada en la espina dorsal hasta el lumbar de mi espalda evidenciaban que tenía miedo.
El hombre todavía sin mediar palabra, se acercó con una dolorosa lentitud, como si supiera que haciendo eso, acrecentaba el temor en los ojos de su víctima.
Lo lograba.
Cada paso que daba hacía que los poros de mi piel se alertaran y pusieran en piel de gallina. Mi respiración se aceleró volviéndose superficial, rozando el punto de querer hiperventilar acompañado de un cuerpo tembloroso como un perro en fin de año o cualquier festividad por los fuegos artificiales.
Como si hubiera presionado un interruptor, mi cuerpo entró en tensión cuando la figura que procuraba ser intimidante, se agachó a mi altura en la esquina del colchón. Ahora que lo tenía en cercanía, tragué el nudo que me obstruía en la garganta por el miedo y lo escaneé.
Pero no importó cuanto lo hiciera, cuanto buscara cada centímetro de su cuerpo por guardarme un distintivo que me ayudara a identificarlo si lograba salir de esa. No había nada.
—Despertaste pequeña —enunció con una voz rasposa, distorsionada y baja. Erizó por completo mi cuero cabelludo.
Aguanté donde se suponía que tendría los ojos, aunque el temblor me hacía parecer débil, no bajaría la mirada.
Aquella cabeza enguantada, ladeó, curioso de que no haya dicho palabra.
—No te amordacé porque creí que gritarías. Eso fue aburrido y decepcionante. —El aliento de suspiro llegó a traspasar la tela, porque lo oí.
¿Quería que hablara? No le daría gusto.
—Esa mirada se ha convertido en una desafiante. ¿Acaso estás pensando en no hablar? —chasqueó con la lengua varias veces y negó con la cabeza al mismo tiempo—. No mi pequeña. Esa encantadora voz que tienes debe ser escuchada.
Se irguió, alejándose unos pasos hasta llegar a la puerta. La abrió con cuidado y logré oír desde mi posición lo que decía a la otra persona. —La niña despertó, espera afuera y sigue vigilando.
Los latidos de mi corazón tronaban hasta mis oídos. Comencé a tener muchos escenarios desagradables en mi cabeza e inevitablemente las lágrimas empezaron a acumularse en los lagrimales.
Sabía lo que le sucedía a las mujeres que estaban secuestradas. E incluso sin que lo estén, era lo que sucedía día tras día con informes plagados en los noticieros de casos de violación y muerte.
¿Sería parte de esos informes?