[Veintinueve]
Mi respiración se encontraba acelerada, invadida por el temor y el pánico recubriendo cada parte de mi cuerpo.
Lo estaba haciendo, ese hombre ultrajaba sin descanso el templo que nunca permití que antes alguien tocara.
Un invasor.
Una última estocada que sentí como si me partieran en dos. Y al detenerse, un filo centelleó en lo alto. A una velocidad vertiginosa, lo bajó hasta incrustarse en mi pecho.
Exhalé en un grito ahogado y desperté de las profundidades de aquella terrible pesadilla. El sudor bajó de mis sienes y mi respiración irregular en compañía de mis frenéticos latidos. La intranquilidad que sentía e irradiaba parecía perturbar el espacio sereno donde me hallaba.
Una pesadilla. Recordé lo que verdaderamente sucedió y aunque los estragos permanecían, me sentí aliviada de que algo peor no pasó.
Cuando normalicé mi respiración y me acostumbré a la tenue oscuridad de la habitación, palmeé a mi lado, ya había notado la frialdad y vacío donde antes estaba el cuerpo de Jungkook.
Eché un vistazo al pequeño mueble que estaba al lado de la cama y miré sobre este el reloj digital. Mostró las nueve de la mañana.
Cerré los párpados nuevamente, dejando que mi cuerpo abandonara la tensión acumulada por el mal sueño. Elevé las manos y retiré la humedad en las esquinas de mis ojos.
Parpadeé otra vez, observando el oscuro techo. A pesar de que había dormido por muchas horas, persistía la pesadez como si no hubiera descansado.
Ladeé la cabeza y me fijé en otra cosa aparte del reloj. Con cuidado me incorporé de la cama, haciendo muecas en el proceso. Todavía había punzadas en mi abdomen e incomodidad en las zonas vendadas.
Con el cuerpo apoyado en la cabecera de la cama, agarré mi teléfono. Al desbloquearlo, diferentes notificaciones se mostraron en la pantalla.
Tanto del día de ayer como hoy. Mensajes y llamadas de parte de Jiah, Haneul, Jungkook y mis padres.
Los del día anterior tenían en común por mi desaparición, así que solo abrí el de mis padres que era más reciente y el de Jiah al fijarme que también tenía otro de su parte.
«Si hacer pijamadas con amigas resulta en que faltes a clases, entonces no me parece buena idea».
Era el mensaje dejado por mi padre. Seguramente los de dirección no tardaron en notificar mi falta como fueron entrenados.
«Querida, la próxima vez que quieran hacer una pijamada, lo harán en casa».
Ese era el de mi madre. Aunque tan controladora como mi padre respecto a mi vida, siempre dejaba un margen relativo de no entrometerse. Pero era una capa de humo, porque al final tergiversaba las cosas a su favor, haciéndote creer que estaba cediendo.
«¿Qué expresión harían si les cuento lo que me pasó?».
Fue una incertidumbre que navegó por mi mente.
«¿Me culparán por salir tan tarde? ¿Por sugerir quedarme en otra casa? ¿Por no llevarme a Ademaro? ¿Moverán cielo y tierra para enterrar este caso y que no salga a la luz? ¿O de lo contrario usarán esta carta para ganar simpatía con los medios? ¿Se preocuparán en demasía? ¿Llorarán conmigo?».
Deseé que se angustiaran, que se culparan y les comiera el remordimiento. Tan solo... Se quebrara la fachada montada de la familia perfecta.
Exhalé suavemente por la boca cuando un tumulto de emociones venían en oleadas. Observé mi muñeca derecha vendada. Los sentimientos del pasado volvían y la atención que pensé ya no necesitaba, provocó que me levantara de la cama.
Dejé el teléfono en la cama y caminé hacia el baño, me miré al espejo y noté en el reflejo a una joven con tez más pálida de lo normal, con moretones resaltantes en ambas mejillas, el cabello endrajoso, mirada cansada y ojos enrojecidos e hinchados por llorar.
Incliné solo un poco mi cuerpo en el lavamanos y abrí el grifo para acumular el agua en mis manos y echarlo sobre mi rostro.
Gotas cayeron después de ello y me sentí más relajada.
«Pensar en esas cosas solo hará que te mortifiques más».
Volví a hacer el proceso esta vez con jabón y al erguirme con una cara más limpia, sonreí levemente. Pero la sonrisa murió de tan solo querer formarla cuando me fijé en otro detalle que no había visto.
En mi cuello brillaba como si hubieran iluminado esa zona; dos chupetones oscuros y dolorosos con solo deslizar el dedo. Mordí mi labio inferior con fuerza y rápidamente se acumularon la acuosidad en las esquinas de mis ojos por recordar cómo fueron hechas el morado que perturbaba mi piel blanca.
Inhalé y exhalé en un intento de relajarme y alejar el estremecimiento dominante. No quería mostrarme nuevamente de esa forma frente a Jungkook. Una vez me sentí más serena, salí de ese cuarto con un cabello más aplacado, sin rastros de sueño, aliento fresco y vejiga satisfecha.
Caminé nuevamente a la cama donde dejé el teléfono y miré el último mensaje que me faltaba.
«Muñeca, pasaré por la tarde a verte».