Alexei Volkov.
Siempre he dicho que tengo un imán para atraer problemas.
A lo largo de mis 26 años, he aprendido que los problemas son una parte inevitable de mi vida. En el trabajo y en la vida personal, siempre hay algo para lidiar con ello. ¿Y cómo no saberlo? No es sorprendente cuando honestamente no hice nada por detenerlos o ponerles un freno.
¿Qué estaré pagando como para tener que lidiar con más problemas? Con uno es más que suficiente como para batallar con la última persona que no quería ver enfrente de mí con los brazos cruzados, retándome.
«Como siempre», pensé, centrando mis ojos en ella.
—Porque a ambos nos conviene —dijo osadamente. El iris azulado de sus ojos en ningún momento se atrevió a bajar—. Yo solo complacería a mi abuela y estaría muy tranquila con ello al verla con una sonrisa, pero usted quedaría como un mentiroso cuando su exnovia descubriera que nunca fuimos amantes, que solo dijo aquello por despecho. ¿Qué me dices, Volkov?
Chiara Brown era una mujer con un carácter fuerte y decidido. Cuando se enfrentaba a alguien, podía hacerlos callar con solo una palabra. Sus ojos eran como acero, su voz firme e inquebrantable, y eso era lo que realmente en algún otro momento lográbamos chocar; los dos teníamos el mismo carácter. En poco tiempo la había conocido silenciosamente muy bien.
Por un momento, el silencio fue la única respuesta a su pregunta o chantaje.
—Bien, Volkov, ¿qué me dices a mi tan amable propuesta? —chistó, alzando los hombros—... mejor dicho, pequeña sugerencia.
Rubia descarada.
—Me sorprende que, siendo tan inteligente, caigas tan bajo a la magnitud de chantajearme —digo, observando disimuladamente cómo aprieta las manos a sus costados—. Me sigues sorprendiendo.
—No voy a caer en tu juego, Volkov.
—Ya lo estás haciendo.
El silencio se volvió parte del denso espacio que nos separaba. Jasiel, hasta ese entonces, que no había intervenido y solo había estado escuchando nuestra disputa entre su mejor amiga y yo, dice:
—¿Pasó algo entre ustedes dos? —pregunta Jasiel, pasando la mirada de ida y vuelta como si fuéramos una pelota de ping-pong. Nuevamente, la rubia y yo quedamos en silencio. ¿Desde cuándo ella mantiene la boca cerrada? —¿En serio?
Me mantengo serio con las manos en los bolsillos de mi pantalón en mi lugar. No tengo que contemplar cómo mi querido hermano, que minutos antes me hizo una propuesta absurda queriendo que le pague los dos últimos favores, fingiendo ser novio en la cena familiar de la rubia insolente que...
Primero: no me cae del todo bien.
Segundo: no me gusta estar rodeado de gente y menos en Navidad.
Y tercero: después de nuestro último encuentro de aquella noche —que, para decir verdad—, no fue nada agradable y, para rematar, terminó con tremendos rayones en mi carro... Estaba más que furioso con ella y por esa misma razón notifique a mi secretaria que enviara la factura del pago del planchado de mi carro, que claramente, pensándolo bien, ella no va a pagar porque es tan orgullosa que no cedería a nada.
—Quiero escuchar qué vas a decir, Volkov. —Tan poco había durado su silencio. —. Estoy muy emocionada. ¿Cómo le explicarás a tu hermano qué pasó con el coche y cómo dijiste que fui tu amante?
Aparte cínica.
—No tengo por qué dar explicaciones —replico rápidamente. Con la palabra en la boca, no me voy a quedar —. No entiendo por qué tanto afán le damos a esta conversación que no nos va a llevar a una sola respuesta. Así que es preferible que...
—Preferible, nada —me corta la insolente. Chiara alza la barbilla y, con una pequeña sonrisa en sus labios delgados, dice: —Resulta que la noche en la que fui de fiesta con Eliza la estaba pasando tan bien, pero tan también que no esperaba que tu hermanito me tomara por sorpresa, besándome y se le ocurrió la gran ingeniosa idea de decirle a su novia... —se corrige —exnovia, que éramos amantes mucho antes de que la tal... perdón, Volkov, por no saber el nombre de tu ex, también hizo lo mismo.
» Y para rematar el estoque final. —Hace énfasis en la última palabra, fijando nuevamente su mirada en mí —. La loca de su ex me insulto y, obviamente, no voy a rebajarme peleándome. Pero sabes cómo me pongo bajo los efectos de los tragos y…
—...Terminó por rayar mi carro —intervengo con un siseo. Solo faltaba eso; que divulga mi última relación —. Y le hago recordar que aún no ha pagado la factura de ello.
—Ya le dije que no lo hare.
—¿Y todo eso pasó en una noche? —Jasiel seguía aún procesando. No entiendo por qué le da tanta vuelta al asunto si la bruja que tengo al frente ya terminó de contar, exagerando más que unas cosas.
Su actitud altiva solo hacía que mi enojo hacia ella aumentara y no sabía por qué. ¿Por qué claramente los rayones de mi carro no eran obra mía? Ya que podría ahorrarme todo esto cubriendo yo los gastos. Pero no. Quería que ella se hiciera cargo. Al final, ella rayó mi carro y no hizo más que soltar insultos hacia mi persona cuando le pedí disculpas por el beso.
Estuvo mal, lo sé. Pero reparar a la que fue en ese entonces mi novia besándose con uno de los trabajadores de mi empresa fue el clavo que denotó mi molestia. Ver a Samira besarse con otro hombre con quien compartí mi vida durante tres años logró que una parte de mí se llenara de malestar. No pensé bien las cosas, la cabeza se me nubló y no sabía exactamente lo que estaba haciendo, o tal vez sí. Fue en ese instante fugaz que bajé de la planta y en un abrir y cerrar de ojos mis ojos captaron a la rubia bailando, sin prestar mucha atención a la sorpresa por mi arrebato, la besé. Pero en ese momento no pensé en los jadeos e insultos de las amigas de Samira que habían presenciado el beso, y no ella como había dicho Chiara.