Chiara Brown.
—Entonces…—Eliza cierra la segunda maleta bajándola de la cama—… Alexei, ¿acepto?
Hago lo mismo, sentándome en la cama en posición de indio, observando las dos maletas acomodadas en el piso de mi habitación, —dos maletas para una semana de estadía—, a pesar de que tenga más que suficiente ropa en la casa de mis padres. Nunca está de más tener que llevar más ropa.
Eliza me observa, esperando una respuesta.
—Aunque parezca surrealista, Volkov aceptó fingir ser mi novio.
Hace cuatro días, cuando recibí una llamada, me tomó por sorpresa lo primero que dijo: «¿Cuándo es la cena?». «¿Cuándo deberías estar con tu familia?». Al principio no sabía qué responder y me preguntaba: ¿Quién se enteró? ¿Cómo lo supo? Y, sobre todo, ¿cómo se enteró cuando las únicas tres personas que sabían de mi propuesta hacia el hermano de mi mejor amigo eran Jasiel, Eliza y Volkov?
Sin embargo, cuando escuché nuevamente aquella voz pronunciar mi nombre, pronto despabilé captando el alarido áspero al otro lado de la llamada: Volkov. No sabía qué decir y solo escuché un resoplido de su parte. A los segundos, vi que la llamada se había cortado y la notificación de un mensaje me hizo saber que Alexei Volkov había aceptado fingir ser mi novio falso.
—Fingiré ser novia de Volkov por dos días. —entierro la cabeza en mis manos y escucho la sonrisa de Eliza dándome unos empujones en la espalda con la punta de su pie —¡Eliza!
Tiro del dedo de su pie, escondiendo la sonrisa que quiere brotar en mis labios, pero el intento muere al ver cómo el cuerpo de la castaña se retuerce de risa por las cosquillas que le hago.
—¡Chiara! —grita, riéndose —¡Chiara, para, que me voy a orinar! ¡Jasiel! ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Ayuda!
Me carcajeo con más ganas, escuchando sus lamentos que mueren ahogadas por la risa.
—¿Se puede saber por qué tanto gritan? ¿Y se puede saber por qué carajos Chiara está encima de mi novia?
Lancé una almohada como pude en su dirección, sin prestarle mucha atención para que se calle y así poder seguir haciéndole cosquillas a su novia, casi muerta de risa, sentada a horcajadas sobre su vientre. Sin embargo, me detengo cuando el golpe, casi suave, cae en mi cabeza.
—¡No fui yo, lo prometo! —se defiende Jasiel. Muy lentamente me bajo de la cama, tomando la otra almohada debajo de la cabeza de Eliza, escuchando un quejido de su parte. Pero cuando volteo, casi caigo, si no fuera por el pie de Eliza que me sostiene debajo de la columna—para ser exactos, en el trasero—me encuentro con los ojos grises de Volkov, con los brazos cruzados bajo el umbral de la puerta de mi habitación.
«¿Qué hacía el aquí?», me pregunto, reacomodando mi cabello enredado.
—¿Qué haces aquí? —cuestiono con dificultad, sintiendo cómo mi pecho sube y baja por el movimiento.
—Lo que me faltaba —resopla —. Estoy pensando seriamente si tienes algún problema en la cabeza, porque eso de que olvides las cosas es preocupante, Brown.
—Solo no te preocupes tanto, Volkov.
Respira hondo y me es inevitable no detallarlo por la forma en cómo se viste y cómo le queda perfectamente bien el traje azulado que trae puesto, a la exactitud de su medida.
—¿Para qué me mandaste llamar, Brown?
Frunzo el ceño y rápidamente me viene a la cabeza que fui yo quien envió el mensaje ayer por la noche diciendo que tenemos que hablar sobre algunas cosas que debemos acordar, pero no pensé que fuera ahora, sino más bien por la tarde cuando mi vuelo salga.
—Liza, mi amor, ¿por qué mejor no nos vamos a la sala a ver alguna película? Anoche quisiste verla, pero te quedaste dormida —Jasiel toma a su novia, cargándola en su hombro, y ella emite un chillido.
—¡No! —grita como si fuera una niña pequeña— ¡Quiero escuchar el chisme!
Su voz disminuye junto con la de su novio reprendiéndola. El silencio forma parte de mi habitación sin saber qué decir. Todo lo que tenía en la cabeza se me esfumó como un pájaro. ¿Qué me pasó? La mirada grisácea del pelinegro detalla minuciosamente mi habitación desde debajo del umbral de la puerta y él no hace el amago de disimular.
—¿Y bien? —interroga, dando un paso dentro de mi habitación —. Te escucho, Brown.
«¿Qué iba a decir?»
—Pensé que llegarías en la tarde, lo dejé bien claro en el mensaje de anoche, ¿no?
—No vine hasta aquí para que me sermonee, hable claro de una vez.
«¡Es un completo odioso!» Respiro profundamente y me siento al borde de la cama, viéndolo a los ojos.
—Debemos hablar y acordar algunas cosas antes de que te presentes a mi familia.
—Tu familia sabe perfectamente quién soy, Brown —dijo en un tono bastante ameno —. No es necesario que creas todo un cuento perfecto.
—Pues resulta que después de dieciocho años las cosas cambiaron, Volkov.
Traté de que mi voz no saliera exasperada, pero él no me ayudaba en lo absoluto. Una cosa es que precisamente él me ayudara a fingir que estaba conmigo, y otra cosa era presentarle a mi familia cuando ya lo conocían desde muy pequeño.