Novios por 48 horas en Navidad

Capítulo 06 | Preguntas sin respuestas.

Alexei Volkov.

Regresar a Rusia no estaba dentro de mis planes, al menos no hasta el mes de enero del próximo año.

El cambio de horario no me afectó tanto como pensaba que lo haría; total solo son dos horas de diferencia. Creo que después de un año, regresar seguía siendo lo mismo: las mismas emociones y las mismas ganas que me aborrecían las fiestas navideñas.

Envuelvo la toalla alrededor de mi cintura al salir del baño luego de una larga ducha. Lo necesitaba para despejar la mente. El celular dejó de sonar después de haberlo tirado en cualquier lado del departamento que compré hace años. Sabía quién era, pero conociéndola muy bien, recibiría un regaño por no haber avisado de mi regreso.

«Maldito chismoso de Jasiel» «¿No podría mantener el pico cerrado?»

Busco entre mi armario la ropa más cómoda para andar por el departamento. Total, vivo solo y podría andar como yo quiera, pero como no soy un exhibicionista, opto por un pantalón suelto y un polo. Quedará como pijama. Suelto la toalla y me cambio rápidamente.

Eran las 12:00 de la madrugada y el sueño aún no había llegado a mí. Así que me acuesto con la laptop de trabajo en el mueble, con la vista al ventanal grande que llegaba hasta el piso, donde se veía la ciudad espléndida con las luces aún encendidas. Trabajar quizás logrará apaciguar mi mente.

Cada vez quedaban menos días. Cada vez se acercaba más esa fecha que no me gustaba que llegara.

—Concéntrate, Alexei —me digo, tomando la taza de café. Abro la tapa del portátil tratando de concentrarme para entregar los últimos documentos y cerrar con broche de oro los proyectos que tenía en la empresa.

════🎄════

Respiro profundamente tomando otra bocanada de agua de la botella y un poco de ello se deslizó por mi cuello.

Pasé las dos primeras horas de la mañana trotando. Apenas podía recordar las viejas tiendas que habían sido remodeladas para algo más rústico, como la cafetería que se encontraba a una cuadra de mi departamento.

«Quizás pueda llevar a Chiara a la cafetería». Disipé el pensamiento tan rápido como me vino a la mente. ¿Qué carajos? ¿Qué hacía pensando en ella? Ignoré la propia pregunta que me hice y volví a trotar hacia camino a mi departamento.

Cuando regresé al departamento, el silencio me recibió junto con el sonido de otra llamada entrante en mi celular. No contesté. Dentro de algunas horas la vería de nuevo. Apenas había cerrado los ojos y no me quejaba, pero el efecto del cansancio era notable; lo sabía por los hombros tensos y el hecho de que trotar solo hizo que, por un momento, dejara de pensar.

«Detestaba diciembre»

════🎄════

Dejé los trajes de lado y la ropa cómoda era parte de mi día.

Estacioné el auto afuera de las rejas blancas. Miré por un momento la casa que estaba frente a mis ojos y no dudé en subir los cuatro escalones de la escalera y tocar el timbre de la puerta. Tenía las llaves, pero opté que la mejor idea, sería tocar. No había cambiado mucho desde la última vez que visité la casa de mi familia.

La casa de mi familia era grande, pero no llamaba mucho la atención desde afuera. A pesar de tener una posición económica muy buena, los lujos y la extravagancia no formaron parte de ello. Prefirieron mantenerse al margen siempre. Observaba cada detalle a mi alrededor: el césped húmedo, las flores bien cortadas, nada fuera de lo común.

Volví de nuevo a tocar el timbre escuchando detrás de la puerta un fuerte «Ya voy». Conocía perfectamente de quién era esa voz tan dulce y a la vez un poco áspera. Mis labios dibujaron una sonrisa.

—Sea quien sea la persona que tocó dos veces mi puerta con solo una vez bastaba, nadie en esta casa es…

Calló al percatarse de mi presencia.

—Hola, mamá —saludé metiendo las manos en los bolsillos de mi pantalón.

Sofía de Volkov, a sus cincuenta años, se mantenía conservada sin que alguna expresión se notara en su rostro. La piel pálida y delicada de su rostro contrastaba con sus ojos de color marrón claro y su cabello castaño sin ninguna cana. Apenas podía evaluarla cuando sus brazos rodearon mi cuerpo. Como pude, correspondí al abrazo, escuchando sus silenciosos sollozos.

—Hijo —besé su frente— ¿Por qué no me dijiste que vendrías? Te llamé casi toda la noche y no me contestabas. ¿Cuándo pensabas decírmelo?

—Ya estoy aquí, madre —pasé mi pulgar limpiado con delicadeza por debajo de sus ojos—. Pensé que me recibirías feliz y no con lágrimas en los ojos.

Sonrió volviendo a besar mis mejillas.

—¿Por qué no viniste el año pasado? ¿Qué cambio? —pregunta separándose de mi pecho mirando mis ojos. Un poco de culpabilidad inundo en mi sistema.

Suelto un suspiro.

Sabía que no sería tan fácil librarme de sus preguntas. Mamá siempre tenía esa manía de preguntar por todo hasta darle una respuesta. No me quejaba en lo absoluto, solo que a veces me sentía abrumado y el silencio denso siempre se formaba entre nosotros y tampoco quería herirla. Me centro en sus ojos nuevamente viendo la comprensión en ellos.

—Por qué mejor no me invitas a pasar adentro, quiero saludar a papá también.




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