Novios por 48 horas en Navidad

Capítulo 07 | Galletas y acercamientos.

Chiara Brown.

Eran las 5:20 de la madrugada.

Me doy cuenta de la hora al dejar el móvil en la mesita de noche y recostar mi cabeza nuevamente en la almohada. Los pequeños rayos de luz que se cuelan por la ventana, a pesar de que la cortina está completamente corrida, impregnan toda mi habitación. Me había acostumbrado a madrugar siempre, sin importar si estaba de vacaciones. Supongo que cuando el cuerpo está acostumbrado a ese horario, es normal.

Apenas podía procesar que había llegado a Moscú hace cinco días. Escasamente, no había tenido tiempo de salir a recorrer toda la casa, ya que estaba más pendiente del cuidado de mi Tita y no la dejaba sola en ningún momento. En mi familia no había cambiado mucho, al contrario, seguíamos con las mismas costumbres de cocinar todos juntos. Cada integrante se encargaba de sus deberes, como limpiar la cocina, el comedor, la sala, el patio, entre otras cosas más relacionadas con las tareas del hogar. Al igual que seguimos desayunando a las ocho de la mañana, almorzando a la 1:15 pm y cenando a las ocho de la noche, siempre puntual.

Restriego mis ojos ofuscados al recordar que ayer, durante la hora del almuerzo, mi Tita se había sentido mal, atragantándose con su propia saliva y dificultándole la respiración. El miedo había hecho estragos en todo mi cuerpo, paralizándome al no saber cómo reaccionar. Miraba nerviosa mientras Nicolai, mi hermano, le daba palmadas en la espalda e inclinaba su cuerpo hacia adelante, calmándola.

No voy a mentir, tenía miedo. Miedo porque sabía que la salud de mi abuela no era buena. Vivía constantemente con el miedo de despertarme en medio de la noche agitada por sueños en los que veía a mi Tita despidiéndose de mí, y me contenía las ganas de coger el móvil en medio de la madrugada y llamar para saber si se encontraba bien.

Aún no le había dicho a mi familia que les presentaría a mi novio, y mucho menos a mi abuela. Sentía los nervios florecer cada vez que quería tocar el tema y no sabía por qué, bueno, si sabía el porqué: estaría mintiéndole en la cara a mi Tita. Tampoco me había preguntado acerca de mi supuesto novio falso—que por supuesto ella no sabe—. Incluso pienso que ella solo está esperando a que yo mencione el tema, al igual que toda mi familia, sin contar con las indirectas que Nicolai lanza cada que puede.

¿Cómo reaccionaría mi Tita al enterarse de que su nieta es novia del hijo de los vecinos con quienes compartieron momentos entre las dos familias desde muy pequeños? Y, sobre todo, ¿cómo reaccionaría al saber que está de novia con el hermano de su exnovio? «Vaya lío en que me metí».

Me detengo abruptamente llevándome una mano en el pecho golpeteando mi pecho como si se fuera a salir.

Tita, me asustaste —suspiro. El olor de vainilla llena mis fosas nasales al entrar por completo a la cocina, divisando a mi abuela sentada en unas de las sillas junto a la pequeña mesa, decorando las galletas en forma de un arbolito, muñequitos con diversos diseños navideños—. ¿Qué haces despierta y donde está tu mascarilla de oxígeno?

—Buenos días para ti también, ricitos —me da una breve mirada con una sonrisa, volviendo a seguir decorando las galletas—. Puedo respirar perfectamente sin ninguna dificultad, sin esa máquina de ruedas que me hacen llevar por todos lados.

Tita

—Sé que te preocupas por mí, ricitos, al igual que toda la familia entera. Amo que estés aquí conmigo, con nosotros, pero también necesito que me traten normal, como si esta enfermedad no me estuviera consumiendo. Estoy aquí de pie por el amor que me dan y vivo de ello. No necesito siempre tener que estar en cama todo el día y menos aún con un balón de oxígeno cada vez que se me dificulta el poder respirar.

Los ojos marrones claros de mi abuela me siguen. Con una mano, me invita a sentarme a su lado mientras veo cómo deja de decorar las galletas con la masa. Sus manos calientes se entrelazan con mis dedos fríos y no dudo en acercarme más a ella, sintiendo el calor que desprende. Una de sus manos sube a mi mejilla, acariciándola con sus dedos. Cierro los ojos ante su tacto.

—No quiero que me vean como una enferma que no es capaz de hacer nada —dice tan calmada que su voz me relaja—. No quiero eso. Entiendo que se preocupen tanto… no me quejo, porque solo Dios sabe por qué me puso en esta batalla para luchar. Aún puedo moverme, valerme, un cáncer no me podrá vencer.

—Solo te cuidamos, Tita —susurro, mirándola.

—Me estoy curando —sonrió con melancolía, trazando cada espacio de mi rostro con sus delicados dedos con pequeñas arrugas—. Solo ustedes hacen que me curen.

Svetlana de Illarionova Brown, a sus 71 años, se sigue manteniendo sin muchas arrugas en su rostro o en cualquier parte de su cuerpo. Las líneas de expresión se notan cuando sonríe, se forman debajo de los ojos y en los laterales de su boca. Es verdad que ha estado luchando contra el cáncer de pulmón durante cuatro años y el color de la piel de su rostro, que antes era marfil, ahora se ve cada vez más pálido. Lo mismo ocurre con sus ojos marrones, que están hundidos, mostrando el cansancio en su mirada.

Svetlana, mi Tita, es una persona importante en mi vida y nunca dudaría en hacer todo lo posible para que ella mejore. Estuve alejada de casa para trazar mi propio camino y tener nuevas oportunidades fuera de mi lugar de origen, llegando así a Milán. Sin embargo, cuando recibí la noticia de que le diagnosticaron esa enfermedad, quise dejarlo todo, pero por petición de mi Tita, no lo hice. Siempre viajaba cada vez que el trabajo me lo permitía o en las vacaciones, estando a su lado sin despegarme, como lo hago ahora.




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