Novios por 48 horas en Navidad

Capítulo 09 | Luces, cámara y acción.

Chiara Brown.

El ruso me tenía de espaldas aprisionándome contra su torso.

Una sensación agradable recorrió por todo mi organismo como un correntío de efervescencia, y creo que él se dio cuenta por el movimiento que emanó de mi cuerpo, ya que al instante sus manos en mi cintura se afianzaron llevándome contra su pecho, hasta sentir los latidos de su corazón resonando en mi oído.

Alexei Volkov literalmente me tenía abrazada con ambos brazos, mientras la palma de sus cálidas manos se acentuaba con naturalidad en la curva de mi cintura que, si no fuera por el blazer que llevaba puesto por encima, estaría acariciándome la piel.

Cierro los ojos un instante, y al abrirlos, la mirada de mi Tita se detuvo al instante, detallando en el agarre de mi acompañante e incluso para hacerlo más creíble a nuestra falsedad de relación, tomé las manos del pelinegro y envolví mis brazos con los suyos, sin borrar la sonrisa que se deslizó de mis labios; sentí cómo su barbilla quedó presionada con suavidad en mi cabeza.

—Hola, Tita —La saludo con cariño envolviendo de mi voz, y por un momento me olvido del agarre del ruso al darme cuenta de que mi abuela se encuentra de pie, sosteniéndose con una mano contra el pomo de la puerta y la otra mano sosteniendo la máscara de oxígeno. Me reprendo internamente y trato de acercarme, pero su armoniosa voz me detuvo:

—Estoy espléndidamente bien, Chiara —pronuncia en ruso. Aplano los labios al saber que siempre vocaliza mi nombre cuando está molesta o está a punto de regañarme. ¿Ahora qué hice?, por supuesto, nada de que yo olvidara… O eso trataba de creer—. ¿Dónde pasaste la noche, Chiara Brown Morozova y porque no llamaste a casa para saber que estarías bien, y no preocuparnos tanto?

Clavo mis uñas en la piel de la mano del pelinegro, y él ni siquiera emite un lamento ante mi acción. Más bien, mueve ligeramente su mano y entrelaza sus dedos con los míos, poniéndome más inquieta de lo que trataba aparentar ante él. Siento cómo mi corazón se acelera aún más ante el más mínimo toque que conlleva conmigo.

Tita, yo…

—Su nieta paso la noche en mi departamento, junto conmigo —la profunda voz de Volkov me interrumpe ante mi tartamudeo, dirigiéndose hacia mi abuela, quien alza una ceja al escuchar la tonalidad con que se dirige hacia ella —. Es un gusto volver a verla, Svetlana.

—Quisiera decir lo mismo, Alexei —dice ella tirando dardos con la mirada. Inclino mi rostro para tener una mejor vista del no tan agradable sujeto que se atrevió a retar a mi abuela, estaba segura de que no saldrá vivo, ese está claro—. Pero usted comprenderá que a esta anciana ahora le importa la explicación de su nieta, ya luego me dirijo hacia usted y reprenderlo también.

—Verá que estamos hablando de mi novia, ha de saber que no me gusta que la reprendan cuando estoy presente y menos aun cuando la respuesta está muy clara ante sus ojos, Svetlana.

Quisiera decir que las respuestas del pelinegro desagradan y molestan a mi Tita. Sin embargo, observo cómo una sonrisa se forma en sus labios para luego dar un paso hacia adelante. Es Volkov quien me mueve delicadamente aún lado y se acerca a ayudarla y a tomarla en un afectuoso abrazo. ¿En qué momento pasamos de regaños a abrazos?

La incredulidad hace añicos en mí.

—Pero mira qué grande estás muchacho, ya te pareces a tu padre, pero más joven —expresa mi abuela con diversión teniéndose en su voz—. Muchacho malagradecido, que no venías a verme desde la última vez que te pasaste por acá. ¿Cómo estás?

—Yo estoy muy bien, Svetlana, pero mírese usted, sigue manteniéndose tal cual cuando la visite la última vez.

Frunzo el ceño ante la respuesta del ruso. La espontaneidad con que conversan me genera incertidumbre, es como si no hubieran pasado más de dieciocho años desde que Alexei Volkov era apenas un niño y se fue. Al contrario, conversan con tanta desenvoltura, que me hace sentir fuera de lugar y solo existiera ellos.

No soy una mujer que se deja llevar por las inseguridades. He aprendido a amarme y respetarme tal cual soy, a pesar de las ocasiones en que siento que no encajo, ya sea en el trabajo o en mi vida personal y en amistades. Raras veces, las inseguridades se acentuaban en mi cabeza, pero he aprendido a lidiar con ello: hasta ahora.

Los ojos color verde jade de mi abuela se posan en mí mientras permanezco quieta a un lado, observándolos. Alexei da un paso atrás y extiende una mano hacia mí. Lo miro con duda, expresando la pregunta con mis ojos que él entendió a la perfección «¿Qué haces?» La incredulidad vuelve a mí cuando lo veo bajar y acercarse a mi lado, tomando mi mano y llevándonos hacia adelante dónde se encuentra apoyada mi abuela.

—Hola, mi ricitos —sonrío y con cuidado me abalanzo hacia ella, sintiéndome nuevamente segura bajo el resguardo de sus brazos—. No creas que me olvidaré del regaño de no haber avisado que no vendrías a dormir, ¿entendiste?

Asiento y beso sus mejillas.

Una maldición que es más un jadeo de dolor me hace ver detrás del hombro de mi abuela, y es mi hermano quien camina saltando de un pie, sosteniéndose de la silla de ruedas que supongo que venía trayendo con él.

—Maldita sea, maldita silla, maldita…—se calla deteniéndose abruptamente. La confusión y el dolor por un momento se refleja en su rostro, baja el pie y aplana los labios pasando saliva para luego sonreírnos abiertamente—… Te traje tu silla, abuela —me busca con la mirada y al instante siento que me encojo al visualizarlo cruzarse de brazos omitiendo el dolor del golpe—. Hermanita que grata sorpresa, pensé que no… De hecho, pensamos que seguirías sin dar señales de vida, pero ya veo el porqué.




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