Novios por 48 horas en Navidad

capitulo 13 | Señal de advertencia

Chiara Brown.

La voz de Alexei terminó por quebrar la última coraza con la que había intentado, inútilmente, cubrir mi corazón durante los últimos años.

Había intentado controlar las inmensas ganas de estirar mis manos y acariciar sus mejillas como lo hacía cuando éramos niños, al momento de que aquellas palabras salieron de su boca en un susurro bajo. Su rostro estaba contraído, las emociones se reflejaban en sus ojos grises. Esos ojos en los que ahora solo puedo caos.

Inmediatamente, me sentí miserable, porque no sabía que detrás de esa fachada arrogante que lo caracterizaba se escondía tanto dolor. No había considerado todo el sufrimiento que había vivido y que volvía a recordar, sintiéndose culpable por algo en lo que él no tenía la culpa. Solo era un niño inocente que no tenía nada que ver con las crueles decisiones que su abuela había tomado sobre él, alejándolo de sus padres y de todo que tenía a su alrededor.

Pero no podíamos retroceder el tiempo, por más que quisiéramos, así como tampoco podía retractarme de las palabras que habían salido de mi boca minutos antes, de las cuales no me arrepentía. Pero sí, necesitaba una respuesta que me digiera que todo este odio que supuestamente tenía guardado dentro de mi contra él no era más que un capricho. Aunque no me diera cuenta de que es algo mucho más profundo que un molesto capricho.

Los ojos grises de Alexei me observan con fijeza; había algo más que dolor en ellos que no supe diferenciar.

—Quizás yo no sepa lo que es sentir que siempre te comparan con el reflejo de otra persona, Volkov —susurro con voz clara y firme—. Pero tú no eres un fantasma de esa persona. Tienes tu propia identidad y tu propio valor, aunque a veces sea difícil de verlo entre las sombras de las comparaciones.

Sonríe con tristeza.

—El Alexei Volkov que yo conozco y que tengo frente a mí no es el eco de alguien más.

Mi falso novio se quedó en silencio por un largo momento, procesando mis palabras. Su mirada se tornó más intensa, como si intentara desentrañar la verdad detrás de cada palabra que salía de mi boca con verdades que solo él sabía.

—No soy un fantasma —dijo. Su voz era neutral, provocando una sensación de cosquilleo en mi cuerpo—. Soy yo mismo, y no estoy aquí para reemplazar a nadie, mucho menos a la mujer que me dio la vida y que la perdió en el parto. Aunque nunca la conocí, no siento rencor hacia ella; la respeto y la honro.

Mi atención está fijamente en él, sin perderme ni un solo detalle de sus movimientos que sale de su boca.

—Y no solo se trata de biología. Sofía me dio algo más valioso: su amor y su cuidado. La mujer que murió en el parto me dio la vida, pero Sofía me la enseñó a vivirla.

Sus palabras resonaron en mi mente. Podía ver en sus ojos la reverencia y el afecto hacia su madre, una mujer que no solo había sido fundamental en él y en su vida.

Conocía a Sofía, una mujer que, desde cualquier perspectiva que la miraras, desbordaba ternura y cariño. No era solo la personalidad que caracterizaba a la madre de Alexei, sino también la calidez que emanaba de su ser. Su manera de hablar, de gesticular con delicadeza y de entregar afecto a quienes la rodeaban la convertían en una persona inconfundible.

Alexei compartía esa misma calidez. Aunque lo miraras molesto, triste o soltara comentarios sarcásticos, nunca te hacía sentir menos; al contrario, para él, cada persona tenía un valor único. Su mirada, incluso en los momentos más oscuros e incómodos, reflejaba una compasión innata y una fortaleza que hacía que todos se sintieran comprendidos.

Alexei me comprendía y yo no supe comprenderlo a él.

—Hablas de Sofía con tanta admiración. —No soy capaz de volver a mirarlo.

—Es mi madre —vuelve a decir—. Es la mujer por la que me sacaría la gorra por ella y daría mi vida.

—A veces olvido que eres de esas personas que valoran mucho a quienes las rodean y que se ganan tu aprecio —pienso en voz alta. Me maldigo mentalmente por saber callarme.

«Bravo, Chiara, te ganaste el premio mayor a la que mejor sabe mantener la boca cerrada.»

—Y yo a veces olvido que primero hablas lo que se te viene primero a la cabeza y luego te regañas mentalmente. ¿O me equivoco?

No se equivoca.

—No es verdad —miento, defendiéndome rápido.

—¿Estoy mintiendo?

—Sí.

—Mírame a los ojos y miénteme en la cara, de lo que yo dije es pura mentira.

Alexei me miró a los ojos con una intensidad que me hizo dudar de todo.

—Me caes mal —contesto, sus ojos grises se tornan divertidos dejando atrás la nostalgia—. Realmente no te soporto.

—¿Así? —asiento cruzándome de brazos sobre mi pecho como si eso fuera a protegerme —. ¿Qué tan mal te caigo, Chiara?

—Muy mal, que no te imaginas cuánto.

—No, no me lo imagino. —Se acerca lentamente; el aire entre nosotros cambia a un momento a otro, volviéndose un poco más denso entre nosotros. No hacía calor afuera, pero aquí adentro sí hacía—. Muñeca, soy arquitecto, y debes de saber que interpretativamente me gusta que las cosas sean claras y concisas.

—Y debí suponer que los arquitectos son muy presuntuosos. Si me caes mal tú, ahora imagínate cómo me caen los restos.

—Pero ningún arquitecto es como yo —presumió con arrogancia.

—Son peores —respondí, alzando la barbilla, aunque solo podía ver su pecho. De repente, me di cuenta de lo que pequeña que me sentía a su lado y que estábamos cerca.

—¿Eso es todo lo que dirás? —preguntó, con una sonrisa que parecía disfrutar del juego entre nosotros.

No iba a dejar que su ego me intimidara. Yo también sabía jugar muy bien.

—¿Te sorprenderías? —dije, intentando que mi voz no temblara—. Hay más en un arquitecto que solo su maldito ego.

Sus ojos se estrecharon un poco, y, por un instante, pareció cuestionar la seguridad con la que había hablado. La sonrisa en su rostro se atenuó, y un raro de curiosidad reemplazó el desafío de sus ojos. El silencio entre nosotros se cargó de una nueva tensión, una mezcla de reto.




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