Chiara Brown.
Besar a alguien nunca antes se había sentido tan intenso.
Mucho menos si ese alguien es quien me hace recibir de su boca el desespero que se derrama de sus labios, ahogando un gemido gutural que me desarma mientras su lengua se enreda con la mía.
Mis manos no pueden quedarse quietas; mis dedos se hunden entre los mechones de su cabello, tirándolos hacia atrás.
Su boca abandona mis labios, dejando a mi corazón latir desbocadamente pensando que se estaba arrepintiendo, pero no, su boca no se detiene. La siento rozar mis mejillas y mandíbula con besos voraces. Un jadeo se escapa de mis labios cuando llega a mi cuello. Su mano se desliza por mi nuca, sosteniéndome con firmeza, como si tuviera miedo de que me apartara. Pero no lo hago. Y tampoco me quiero detener. Mi cuerpo lo busca, busca su calor, inclinándome hacia él.
Una corriente eléctrica recorre mi espalda cuando sus dientes apenas rozan mi piel, y me aferro a su cuello, intentando sostenerme mientras siento que mi mundo comienza a tambalearse. El calor de su cuerpo se funde con el mío, y su respiración pesada contra mi cuello me enciende de una manera que nunca antes había experimentado.
—Pídeme que me detenga —murmura contra mi piel, su voz grave se escucha como si estuviera a punto de perder el control. Pero detenerlo es lo último que pienso.
Entreabro los labios justo cuando él vuelve a estampar su boca contra la mía. Es entonces cuando su cuerpo cae contra el mueble, llevándome con él. Mis piernas se abren, y me permito besarlo con más fuerza. Tomo su rostro con mis manos y me separo, dejando un mínimo espacio entre nosotros. Es ahí cuando lo noto: sus ojos cerrados, su pecho subiendo y bajando como si le faltara el aire, sus manos apretándome la cintura sin lastimarme.
—No quiero que te detengas. —Mi respiración también es irregular. Sus ojos se abren mirándome con intensidad cargados de un brillo que no puedo explicar—. No ahora.
—¿Qué me estas haciendo, muñeca? —Las palabras se me atoran en la garganta cuando vuelvo escuchar esa misma frase.
La misma frase que había escuchado en un susurro anoche. Era imposible no sentir su toque en mi rostro, y solo yo sabía que me costó el no abrir los ojos y enfrentarlo.
—Lo mismo te pregunto, Alexei… ¿Qué me estás haciendo?
—Me gustas —aparta mi cabello de los hombros. Su mano sube por mi espalda dejando un rastro de calor.
—¿Te gusto?
—Me gustaste desde el primer día que te conocí —su confesión me tomó por sorpresa y antes de decir una palabra vuelve hablar dejándome más nerviosa de lo que aparentaba esconder con su toque—… Y me seguiste gustando cuando te vi de nuevo en aquel edificio como si fuera la maldita primera vez.
—¿Dónde quedó el odio?
—Nunca te odie, muñeca. Simplemente quise ignorar aquel sentimiento que pensé que habría quedado atrás cuando éramos niños.
—¿Por qué no lo dijiste antes?
Me acomoda entre sus piernas, dándome un empujón suave. Mis labios rozan los suyos.
—Robarte un beso en aquella fiesta no era más que una simple casualidad. Añoraba el poder tocarte como lo hago ahora, y jugar a este juego mutuo de mentiras solo nos hizo saber que los mentirosos éramos nosotros.
Mi corazón da un vuelco, como si esa confesión terminara de derribar cualquier muro que me esforcé en construir. Su mirada está cargada de intensidad, y su respiración, tan cerca de la mía.
—¿Qué juego? —mi voz apenas es un susurro, pero sé que me escuchó.
—El de fingir que no me importabas. Que no nos importáramos. El de pretender que no soñaba contigo cada maldita noche. —Su mano se adentra dentro del pijama y desliza sus dedos por mi espalda—. No soy tan fuerte como para seguir fingiendo que no siento nada por ti.
No sé qué decir. Las palabras están ahí, en mi garganta, pero ninguna logra salir. Mis manos se aferran a su camiseta, buscando estabilidad mientras todo en mi interior tiembla de miedo y me expongo cuando digo:
—Me gustabas —confieso. Las manos me tiemblan. Sus dedos rozan los míos, deteniendo el temblor de mis manos con un gesto suave pero firme.
—¿Y ahora?
—Ahora me gustas más de lo que debería —admito finalmente, dejando atrás mis muros.
Él sonríe contra mis labios y, en segundos, nuestras bocas vuelven a fundirse en un beso más suave que el anterior.
—¿Dónde quedó el ser solo amigos? —intento jugar.
—Chiara, los amigos no se besan en la boca, los amigos no fingen ante sus familias ser novios, los amigos no se miran como yo te miro a ti.
—Pero yo quiero seguir siendo tu amiga.
—¿Ah, sí?
Asiento con una sonrisa inocente.
—¿Y qué vas a hacer al respecto? —Doy un respingo cuando siento cómo aprieta sus dedos en mi cintura.
—Ser respetuosa con mi amigo—intento pasar mi pierna al lado, pero su mano se detiene en mi muslo, deteniéndome.
Con una fina sonrisa, sigo manteniendo el contacto visual. Alexei intercala la mirada entre mis ojos y mis labios, y no lo culpo, porque yo tampoco puedo parar de hacerlo.