—Cuando pequeños fuimos amigos —contó Sasha—. Pero eso sucedió hace mucho tiempo, seguramente Cristian no debe acordarse de nada, o tal vez no le da mucha importancia.
La habitación fue apoderada por un gran silencio. Laura solo se limitaba a contemplar a la joven rubia frente a ella que sonreía intentando no demostrar su gran tristeza.
—Nunca me interesó que me rechazara, seguramente me acostumbré a eso —explicó Sasha—. Yo creía que él era así con todos, que esa era su forma de ser. Siempre tan arrogante y serio, la mayoría de los hombres lo odian y las mujeres se desviven por él. Me sentía un tanto orgullosa de ser la única chica que podía estar muy cerca de él, pero después llegó Lorena y Cristian cambió totalmente —dejó salir un suspiro—. Primero la odié, después, simplemente no la soportaba y ahora, siento lástima por ella.
—¿Por qué lástima?
—Porque debe soportar el tener un novio como Cristian. ¿No has visto que él la obliga a hacer cosas que ella no quiere?
—Pues —Laura quedó pensativa—, me parece que ella también lo obliga a hacer cosas que él no quiere.
—¿En serio?
—Sí, Lorena también tiene su genio. Me parece que son tal para cual.
—No me imagino a Cristian siendo obligado a hacer cosas que él no quiere hacer —dijo Sasha.
Cristian puso los ojos en blanco mientras la aburrición se apoderaba de él, ¿cuánto debía esperar para poder irse a su casa?
Mientras, Lorena no dejaba de contemplar por la vitrina la cámara de sus sueños, esa por la que había estado ahorrando por meses.
—Algún día, ya verás, amor mío, algún día —susurró Lorena y puso una mano sobre la pared de vidrio.
—Lorena, vamos —pidió Cristian y apretó con fuerza las bolsas de compra.
—Espera, espera, deja y la observo un poco más —pidió Lorena sonriente.
—Si tanto te gusta, cómprala y ya.
—Eso es lo que más desearía hacer, pero no tengo todo el dinero.
—Te la puedo comprar —sugirió Cristian.
—¡Claro que no! —replicó Lorena mientras volteaba a verlo—. Esta cámara la compraré con mi propio esfuerzo y así podré decir con mucho orgullo que es producto de mi trabajo honrado.
—¿Llamas trabajo “honrado” a sobornar a un joven para así sacarle dinero?
—¡¿A quién estoy sobornando?! —bufó Lorena.
—A mí. Cada vez que te digo que no te voy a pagar dices que si no lo hago dejarás de ser mi novia.
—Pues claro, es un trabajo.
—¿Estar a mi lado es un trabajo para ti?
—Eso es más que obvio. Una persona cualquiera no puede soportar tus terribles caprichos —respondió Lorena con mucha seguridad—, ¿o se te olvida el día que me hiciste esperar por más de tres horas de pie frente a tu estúpida piscina porque no querías estar solo mientras entrenabas?
—Te quedaste de pie porque quisiste.
—Me dijiste que necesitaba verte nadar para poder ayudarte si se te acalambraba una pierna —Lorena bajó un poco los parpados.
Cristian volteó un poco su rostro hacia la derecha intentando escapar de la asesina mirada de la joven. A lo lejos vio un puesto de helado en el centro comercial.
—Tengo hambre, vamos a comer helado —informó mientras caminaba en dirección hacia el puesto de helado.
Lorena lo siguió mientras gruñía y musitaba cosas por lo bajo que Cristian no alcanzaba a oír.
Cristian llegó y se sentó frente a una mesa redonda de cristal. Rápidamente una mesera se acercó a él y comenzó a atenderlo. Lorena, en vista de que el joven se había puesto bastante cómodo, no le quedó más remedio que sentarse a su lado.
Lorena tomó de la mesa la carta de menú y se impresionó al ver los variados estilos de helados.
—¡Éste tiene forma de un poni! —Lorena llevó una mano a su boca mientras sonreía emocionada—, ¡qué hermoso!
—¿Quieres ese? —inquirió Cristian volteando a mirarla.
La joven mientras acentuaba le mostraba una amplia sonrisa y después mordió su labio inferior.
Fue la primera vez que Lorena pasó un muy buen momento al lado de Cristian. No sabía si se trataba porque estaba de muy buen humor, o porque el helado con forma de poni fue el más delicioso que probó en su vida, aunque, también creyó que pudo ser por lo bien decorado que se encontraba aquel puesto de heladería.
—Me encantaría trabajar en un lugar como este —dijo Lorena mientras apreciaba una pared llena de una planta enredadiza decorada con pequeños foquitos de luz blanca y flores amarillas.
—¿No sería mejor que fueras la dueña? —preguntó Cristian.
—También sería buena idea, aunque, yo lo que quiero es tener mi propio laboratorio de fotografía —respondió la joven.
—¿Desde cuándo te gusta la fotografía?
—Desde siempre —dijo Lorena con rostro aburrido—. Solo que nunca te lo había contado.