Novios por accidente

Capítulo 30: querido rompecorazones

Laura se despertó y rodó su mirada hasta su brazo herido que estaba vendado. Dejó salir un bostezo y después volteó a mirar rápidamente hacia la puerta al escuchar que la abrieron.

—¡Ah…! Ya estás despierta —soltó su madre bastante sonriente—. Preparé el desayuno, arréglate y baja.

—Sí, ya voy —aceptó Laura mientras bajaba de la cama.

—¿Estás segura que quieres ir a clase? —preguntó su madre preocupada—, puedes quedarte hoy en la casa.

—No, estamos terminando tema en biología y hoy tenemos un examen de esa materia y no quiero faltar.

—Bien —aceptó su madre. Sabía que a Laura no le gustaba que se metieran con sus estudios, en eso era muy decidida.

Al ya estar desayunando, la señora no dejaba de reparar a Laura, se veía de pésimo humor.

—¿Hablaste anoche con tus amigos? —le preguntó.

—No.

—¿Por qué? —indagó la señora Margarita (su mamá).

—¿Querrías hablar con los locos que ocasionaron que te tomaran veinte puntos en el brazo? —cuestionó Laura.

—Pero fue un accidente, hija. No creo que Lorena y Sasha quisieran que te sucediera eso, ellas son muy buenas chicas, de hecho, aún me sorprendo de que hayan peleado, ¿tan mal se llevan?

La madre de Laura solía ser una mujer bastante compasiva y algo ingenua, por lo mismo, para ella siempre había una justificación de los actos de las personas.

—Intenté que se llevaran bien —respondió Laura dejando el tenedor sobre su plato—. Pero ellas están empecinadas con esa rivalidad, o lo que sea que tengan. Me cansé de soportar el que hablen mal de la otra, ¿por qué no pueden hacer las paces?

—Eso debes decirles, dejarle claro que tienen que ser amigas si quieren estar a tu lado —aconsejó la mujer.

Laura llevó una mano a su frente, la pobre se veía bastante estresada por ese problema que había.

—Tranquila, todo estará bien —la mujer abrió los ojos informándole a su hija que se le había ocurrido una idea.

—¿Qué? —inquirió Laura.

—¿Qué te parece si haces una pijamada este viernes?

—Mamá… —Laura comenzó a negar con la cabeza.

—Cuando salga del trabajo iré a comprar unas picadas, también prepararé un pastel de fresa y… buscaré una serie en Netflix para verlas todas juntas, ¡¿Qué te parece?!

Laura dejó salir un suspiro mientras se recostaba al espaldar de la silla.

—¿Y no era el viernes la cita que tendrías con ese empresario? —preguntó Laura.

—Ay, le diré que tengo un inconveniente y ya —soltó la mujer con desinterés—, no es un problema.

—Pero, ¿cómo se te ocurre? Él se ve que es un muy buen pretendiente para ti. Es el socio de tu empresa, ¿no? Aparte que cuando lo vi me sorprendí porque es bastante guapo, cuando me hablaste de él pensé que era un viejo aburrido y barrigón. O sea, se nota que tiene algunos años encima, pero está muy bien conservado —Laura desplegó una gran sonrisa—. Y eso que no hemos hablado de cuánto dinero tiene en sus bancos y los muchas acciones que están a nombre de él.

—Laura —la mujer comenzó a estresarse como siempre sucedía con ese tema—. No es fácil, ¿entiendes? Cuando una madre tiene a una hija, no puede comenzar una relación con cualquier hombre, ¡podría hacerte daño! —tornó su rostro trágico—. Tantos casos que se ven en esos noticieros de padrastros que violan y asesinan a sus hijastras, sin mencionar que hasta los propios padres matan a sus pobres niños —llevó una mano para arreglar su cabello—. No, ni pensarlo, primero estás tú, de segundo estás tú y por tercero…

—Estás tú —terminó la frase Laura resignada.

—Exacto, menos mal lo comprendes.

—Mamá, pero, ¿él no tenía dos hijos casi de mi edad?

—Sí y eso también se convierte en un gran problema. ¿Qué tal que no sea él quien te haga daño sino alguno de sus dos hijos?

—Ay, mamá, deja de ser tan extremista. Es por eso que estás tan sola.

La mujer posó sus ojos verdes claros en la joven.

—No estoy sola, te tengo a ti y con eso basta.

Laura dejo salir un suspiro y posó su mirada en su plato para seguir desayunando.

 

Camilo reparó por última vez la carta que metería en el casillero de Laura. Ahora sería él quien enviaría todas las cartas necesarias para enamorar a aquella joven, no se iba a dar por vencido esta vez.

Después de meter la carta por la pequeña y estrella rendija del casillero, dejó salir un suspiro lleno de nerviosismo y frotó sus manos para calmar su desespero.

Volteó a ver hacia atrás y se asustó cuando vio a Miguel mirarlo fijamente.

—¿Ahora envías cartas? —preguntó Miguel frunciendo el ceño.

—¿Desde cuándo estás ahí? —inquirió Camilo tratando de volver a sus cabales.

—Desde que te volviste un pendejo al meter esa carta en ese casillero —contestó.




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