Nubes de amor

03|Primer día en la cárcel

Savannah Smith:

¿No te ha pasado, que te levantas y te olvidas de que tienes clase? Estás tan cómoda en la cama, que justo cuando toca el despertador, te tapas con la almohada los oídos, y como ese estúpido ruido incesante no para, tiras el despertador y lo rompes. Pues lo acabo de hacer, he roto otro despertador.

— Que bien, ahora podré descansar un poco. — digo acomodando una parte de mi perfil en la almohada.

Pero noto los golpes en la puerta, que me dejan patidifusa, y me caigo del susto contra el suelo.

— ¡Ay, que daño!— me levanto como puedo, y dolorida.

— Hija, hoy tienes clase, así que andando. Te quiero preparada en media hora. — dice mi madre, y oigo sus pasos marcharse.

Es un poco triste, que a mis diecisiete años, mi madre siga despertándome, pero no es culpa mía que el despertador sea tan estridente y molesto. Creo que las madres, son el mejor despertador que hay, pero cuando no están de mal humor.

— ¡Estúpidos, despertadores!— malhumorada, busqué con los ojos mis pantuflas, pero me tropecé y me di en la espinilla contra el borde de la cama. — ¡Aghh, dios mío! ¡Todo esto es por tu culpa despertador!— apunte al despertador, como si me pudiera ver.

Ya sé, estaba desvariando. Pero por las mañanas, tenía un humor de ogros si no dormía mis horas.

<<Lista, es tu culpa. Ayer deberíamos habernos quedado en casa. >>me decía mi conciencia.

Sabía que, como no me diera prisa. Mi madre saldría en mi busca, y con una jarra de agua.

Exacto. Esa mujer, estaba loca, pero es recomendable no decírselo a la cara, que a saber cómo se lo tomara.

Entro en el baño, y me ducho con rapidez, el agua caliente haciendo contacto con mi piel me tranquiliza y comiendo a cantar.

— I love it when you call me Señorita, I wish I could pretend I didn't need you, but my heart is saying Oh, la, la, la. — sé que mi voz no es perfecta, pero seguro que ganaría la Voz, o eso creo.

— ¡Cállate hija, que con tu voz, se pondrá a llover!— ¿En serio, mi madre ha dicho eso?

—No aprecias, mi arte. — le replico y sigo cantando.

—Ya, el arte que tienes de espantar a la gente, con solo oír tu voz.

No me podía creer que hubiera dicho eso.

Cuando salí de la ducha, me envolví con la toalla alrededor del cuerpo.

Me vestí con unos vaqueros negros, con roturas en las rodillas, una sudadera azul de mi hermano que me quedaba ancha, y unas zapatillas blancas.

Con una goma de pelo, me recogí el cabello rubio en una coleta, y me miré en el espejo del baño, mis ojos grisáceos eran lo que más me gustaba de mi anatomía, heredados de mi madre, y el cabello rubio de mi padre.

Me lave los dientes, la sudadera hacia que me sintiera plana, pero prefería aquello, ya que cuando corría a pesar de que no tengo mucho pecho, pesan. Sí chicos/as las tetas pesan cuando corres, o por lo menos a mí.

Hice un cambio drástico de vestimenta, pero estaba más a gusto así. Prefería ser yo. Me vestía con ropa ancha, antes me vestía como cualquier otra chica, pero desde que no volví a ver a mi hermano, las cosas cambiaron.

Cogí la mochila, y bajé las escaleras con prisa.

Entre en la cocina, allí se encontraba mi padre tomando su café de todas las mañanas y mi madre de pies, poniendo el desayuno.

— ¿Qué tal, has despertado?— me pregunto mi padre mirando por encima del periódico, y volviendo su vista a lo que leía.

— Bien. — no quería, hablar mucho. Intentaba que las cosas, parecieran normal, como si nada hubiera pasado.

— Toma cariño, tu desayuno.

— Gracias, mamá.

— Cuando vuelvas, quiero hablar contigo. — me dice mi padre dejando el periódico doblado, encima de la mesa, mientras se toma un sorbo de su café.

— Vale. — no iba a decir más.

Se me estaba quitando el apetito, pero las tripas me rugían.

Me tomé mi cuenco de cereales de chocolate, y el zumo de naranja.

Me levanté, para salir por la puerta pero mi madre me llamo.

— Espera Sav, aquí tienes tu merienda.

— ¿Cuántas veces te he dicho, que no me hagas la merienda?— era un gesto bonito de su parte.

— Muchas, pero lo hago porque te quiero y puedo. — me da un beso en la mejilla, y me dice. — Tú puedes con ello. Y no pierdas el bus.

La dedico una sonrisa, y me despido de papá.

— Adiós, papá

— Cuídate, hija.

Camino lo más rápido que puedo, ya que no quiero perder el autobús.

En realidad no es el primer día en la cárcel, quiero decir: instituto.

Cuando todo lo de mi hermano pasó, se montó un escándalo.

La gente no dejaba de murmurar, y decir cosas que no tenían sentido.

Las especulaciones, a veces, llegan a hacer mucho daño.

Yo no me acordaba mucho, de lo que paso esa noche.

Nadie quiere decirme, estuve hospitalizada durante 3 semanas, y como la gente seguía murmurando, mis padres decidieron que sería mejor que estuviera un tiempo en casa.




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