Nubes de amor

34|De la felicidad a la confusión

Savannah Smith:

Mis ojos se abrieron y respire profundo, me encontraba en mi mullida cama. No recordaba haber llegado hasta ella, o si quiera tocarla. Un poco de sol se colaba por la ventana.

Bostece y me di la vuelta, por poco grito ya que me encontraba a unos centímetros del rostro adormilado de Félix.

Me asusté ya que sus labios se encontraban a la altura de los míos. Me dediqué a mirarle con más detenimiento.

Las pecas que surcaban sus mejillas, sus pestañas abundantes, su cabello moreno despeinado le daban un toque tan inocente, que me enternecía.

Me puse roja de la vergüenza, ya que se encontraba sin camisa, y eso provocaba un rubor en mis mejillas, su pecho desnudo un poco tonificado, solo provocaba que tuviera más ganas de escapar de esta situación. Uno de sus brazos rodeaba mi cintura, como si no quisiera que me fuera. Intenté zafarme de su agarre con cuidado, pero era prácticamente inútil.

Suspire un poco, levante un brazo, y con mis dedos comencé a acariciar los trazos de su rostro, cerciorándome de que no se despertara.

Sus párpados se movieron un poco y me paré, pero como no vi otro movimiento me dedique a acariciarlo. Desde sus cejas hasta que pare en sus labios, y después baje hasta su duro pecho.

El calor se instaló en todo mi cuerpo, nunca había tenido a alguien tan arrimado a mí, si se trataba de chicos.

Excepto si era mi hermano, que eso ya era diferente.

Pero la cercanía de Félix se sentía bien, no tenia que pensar en nada, solo dejarme llevar, aunque no lo quisiera esto se me había escapado de las manos hace tiempo.

Mire el calendario de la pared de enfrente, y vaya sorpresa que me di.

¿No te ha pasado que es un día importante, pero ni cuenta te das? Pues, hoy por desgracia de muchos adolescentes era lunes, y eso significa comienzo de las clases.

—Ahora mismo desearía darme un batacazo —murmuro, cerrando los ojos, de la pereza que me da levantarme. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir.

Me topo con su mirada morena.

Sonríe y se despeina el cabello.

—Buenos días —me saluda con su voz ronca.

«Su voz es sensual, dile que si a todo, este chico es tan suculento. Y deja que nos lleve a las nubes » mi voz interior habla.

«Tu cállate» respondo enojada.

—Buenos días, ¿qué hace tu mano en mi cadera? —esto me sirve para disimular que he estado espiándolo mientras dormía.

Ríe con ganas, y eso me alegra por un lado pero me descoloca por otro. ¿De qué se estará riendo?

—Eres genial —se limpia las lágrimas de los ojos, sin apartar una de sus manos de mi cadera, con una franja de piel al descubierto —. Eres la única que puede empezar las mañanas de este modo. ¿Qué hacías tú, acariciándome el rostro? —miro de un lado a otro, y sonríe victorioso.

—Yo no estaba haciendo eso. Solo estaba comprobando que no tuvieras piojos —se que no ha tenido sentido lo que he dicho, pero salto de la cama como toda una atleta dándome en la espinilla, cabe recalcar.

Tengo que aprovechar todas mis posibilidades de llegar al baño.

Pero me toma de la muñeca al vuelo y aterrizó de nuevo en la cama. El encima de mí.

—Puedo saber, ¿Qué te pasa que no dejas de invadir mi espacio personal?—hablo enfurruñada, subiendo el tono. Por las mañanas mi humor no es el mejor, lo único que me relaja es la música — ¿Puedes responder antes de que te de una patada en tus partes nobles?

Sigue mirándome, y una risa brota de él.

—Espero que alguien me explique de donde ha salido esta chica— murmura, creyendo que no le he escuchado.

—Pues, que yo sepa he salido de la acogedora tripa de mi madre.

Se ríe con más ganas. Intento aprovechar para escaquearme, pero aprisiona mis muñecas con sus manos, y mis piernas con las suyas.

Hay en momentos en como estos, en los que me encantaría tener el poder de tele-transportarme.

—Me encanta que me mires cuando estoy distraído —sus cabellos tapan sus ojos.

— ¿Qué? —no sé si he escuchado bien, o son imaginaciones mías.

«No lo estas imaginando. El pobre se está abriendo a ti, mientras tú lo haces sufrir. No me esperaba esto de ti Savannah»

Mando callar a la voz.

—Me gusta que siempre respondas con comentarios extraños o hirientes de vez en cuando.

— ¿A qué quieres llegar con esto Félix? ¿Por qué me haces esto? —pregunto cansada y exasperada.

—Quiero más que esto. No quiero una amistad contigo y lo sabes. Cada vez me lo estás haciendo más difícil —afloja poco a poco su agarre, hasta que me suelta y se sienta en una esquina de la cama—. Sea lo que haya ahora entre nosotros, no deseo que se quede en el aire.

Pestañeo una y otra vez.

—Vaya, nunca había escuchado a un chico tan abierto y sincero en cuanto a sus sentimientos —digo sorprendida, ya que es cierto. A los chicos en concreto, eso no quita que a las chicas también, se les hace más difícil expresarse con soltura en cuanto a palabras se dice.




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