Evan siempre había sido frágil.
Supe que debía protegerlo apenas vi sus mejillas regordetas y esos ojos brillantes en aquel salón de quinto grado.
A partir de ahí, yo siempre cuidé de él.
Yo era su héroe. O al menos eso me decía constantemente.
Cuando sus piernas empezaron a fallar, yo estuve allí para sostenerlo. Cuando sentía que su cabeza iba a explotar, yo lo abrazaba y le susurraba palabras consoladoras al oído hasta que se dormía en mis brazos.
Cuando los tratamientos eran dolorosos y quería darse por vencido, yo le daba fuerzas y sostenía su mano en todo momento.
¿Por qué?
Porque Evan era mi mundo.
Por él me levantaba día a día de la cama. Soportaba las burlas de mi padre y los regaños de mi madre, las miradas de decepción en sus rostros al ver que su único hijo, prefería cuidar de su amigo enfermo que asistir a sus clases de pintura.
Porque Evan siempre será lo más importante.
Por eso… no esperé dormirme tan pronto en aquel día nevado.