—Dime, ¿Qué tal el batido? —sonreí mientras veía atentamente como daba su primer sorbo.
—Está delicioso —acarició sus labios con su lengua; limpiando cualquier rastro de vainilla en ellos.
—Sabía que te gustaría, es un excelente establecimiento; una cafetería que me gusta frecuentar —miré a nuestro alrededor.
Emma siguió disfrutando de su batido, mientras le daba ligeros sorbos a mi capuchino. A lo lejos, miré a un tipo que nos observaba con recelo y arqueé mi ceja expresando mi confusión. Espero que no sea un ladrón que nos quiera asaltar; Emma se enteró de mi acción y volteó a ver en mi dirección, y sus ojos perdieron su brillo por unos segundos.
—Debemos irnos —sujetó mi mano, inundada en sus nervios.
—¿Por? —pregunté aún más confundido.
—Allen —susurró.
Así que nos ha estado siguiendo. Maldito infeliz. Arqueé mis cejas y me levanté. Cuando di la vuelta, ya lo tenía en frente.
—Emma... que casualidad encontrarte —sonrió, ignorándome por completo.
—Aléjate Allen, no quiero problemas —dijo Emma en un intento por sonar fría y autoritaria; mas sus nervios le jugaban mal.
—Ya la escuchaste.
—Y ¿tú quién eres? —escupió las palabras con odio.
—No te importa quien sea, no dejaré que te acerques a ella.
—¿Ah sí? Veamos si puedes evitarlo —intentó apartarme al colocar su mano en mi pecho.
Fui rápido y estrangulé su mano, colocándolo en una posición incómoda. Los demás nos miraban preocupados, mientras el encargado se acercaba rápido.
—Aquí no se permiten las peleas, si quieren arreglar sus asuntos será afuera, o si no llamaré a la policía —amenazó con teléfono en mano, a un botón de ejecutar la llamada.
—No se preocupe.
Allen logró soltarse de mi agarre y salió de la cafetería, mirándome con ira mientras esperaba que saliera.
—Dylan, por favor no vayas. No quiero que te lastime —dijo preocupada.
—No te preocupes, puedo defenderme —salí de la cafetería y Emma me siguió enseguida.
—Al parecer, si eres un hombre que enfrenta los problemas —dijo con ironía.
Lo miré detalladamente y era alguien que practicaba ejercicio físico, además de que su rostro mostraba un gesto lleno de ira.
—No quiero que sigas jodiendo a Emma, ella decidió abandonarte y debes respetar su decisión, además de que eres un asco de hombre —tensé mi mandíbula junto con mis nudillos.
—Ya veremos, miserable —estiró su cuello generando un crujido brusco en el mismo.
—Dylan, por favor.
—Vamos Emma, deja a este imbécil que luche, te tendré de vuelta aunque no quieras —sonrió con lujuria y sentí el ardor que provocaba el calor de mi sangre tras escuchar sus sucias palabras.
«Hijo... si un hombre te ataca, busca la mejor solución que no sea atacarlo de la misma forma... recuerda que eres mejor que eso...», recordé las palabras de mi padre en ese instante y su enseñanza empezaba a afectarme, tenía razón.
Suspiré y miré a Emma, la cual estaba pálida del miedo, su mirada se posó en mí y le sonreí. Me miró confundida y sin responderle, miré a Allen.
—¿Sabes? No te haré nada, tengo un voto que cumplir; un voto que vale mucho más que romperte la cara, si nos disculpas... queremos irnos —entrelacé nuestras manos y miré a Allen. Su cara era épica, parecía el odio puro encarnado. Sin dejar que respondiera a mi comentario, comencé a caminar junto a Emma, dejándolo solo.
—Gracias por haber entrado en razón, no hubiera soportado ver como peleabas con él, no lo vale —negó con la cabeza.
—Ahora lo sé —sonreí—, pero; en serio, si me entero o veo que él invade tu espacio e intenta herirte. No dudaré en dejarle mi puño remarcado en su cara; odio que un imbécil se aproveche de una mujer y lo odio más, si esa mujer la conozco.
—Gracias —sonrió.
—¿Por? —pregunté con curiosidad.
—Por estar siempre para mí, por convertirte en alguien importante para mí —suspiró—, es algo que nunca tuve.
—¿Y tus padres?
—Ellos me aman, pero viven tan sumergidos en sus trabajos y deberes que casi no me dedican tiempo —me miró con tristeza—, pero no los culpo, lo hacen por mí —sonrió.
Imité su gesto y la abracé de la cintura. Al inicio se tensó pero; a los segundos relajó cada músculo de su cuerpo.
[...]
—Es un hermoso atardecer, ¿no crees? —sonrió con la mirada perdida al cielo anaranjado.
—No lo dudo —miré sus lindos ojos cafés y sonreí maravillado.
Emma se quedó estática por unos segundos y luego se acercó, reposó su cabeza en mi pecho y rodeó mi torso con sus brazos. Brindándome un cálido abrazo.