Nuestra Hermosa Melodía

Cap. 25

Dylan

Han pasado días desde la muerte de mamá. Emma siempre estuvo ahí para mí, al igual que mi tía y mis primos. Ella se encargó de los gastos para el entierro, el cual se lleva a cabo hoy. La hora marca las 8:00, el día está soleado, al menos el ambiente me quita un poco la depresión, además de una hermosa chica que ha estado conmigo en todo esto.

—Buenos días, Dylan —me abrazó por detrás.

—Buenos días, Emma —acaricié sus manos y solté su agarre para recibirla con un beso—Hace unos meses me preguntaste: ¿Qué hice yo para merecerte? Ahora yo te quiero hacer esa pregunta.

—Haberme empujado el primer día de clases. Haberle sonreído a esta chica descuidada a pesar de todo, levantarla y mostrarle tu linda personalidad en cortos segundos —acarició mi mejilla—. Haber estado ahí para mí, siempre. He has demostrado que eres un chico increíble, único y lindo. Por ti, estoy aquí.

Después de la pérdida de mi madre, algo se rompió dentro de mí; ahora sí era completamente huérfano. Pero; en todo este dolor, la tengo a ella, la única luz en mi vida.

[…]

—Buenas tardes, gracias por venir al funeral de mi madre, Celia Miller. Yo, nunca creí que alguien tan maravillosa como ella, tendría este cruel final. Pero el mundo suele serlo. Mi madre era una mujer dedicada, honrada, humilde, amorosa y fiel. Nunca trató mal a alguien, siempre fue una persona que sólo te saludaba y ya se ganaba tu cariño. Todos la recordamos de esa manera y espero que así sea siempre, ella siempre deseó ser recordada con amor y no con dolor. Gracias.

El sitio estaba casi lleno, compañeros de trabajo, amigos y familiares por parte de mi padre y mi madre. Mi abuela; la madre de mi madre, estaba hecha un mar de lágrimas, ver muertos a tus hijos en lugar de ser al revés; es algo muy duro.

Volví a mi asiento y Emma me recibió con un cálido abrazo.

Al final del funeral, recibí el pésame de todos los invitados. Mi abuela me abrazó con fuerza y lloró en mi hombro, el dolor que sentí fue tanto que ambos acabamos llorando desconsoladamente. Sin embargo, había olvidado algo que me hizo sentir peor.

—Emma, te irás a España, ¿no es así?

—Sí, pero no quiero dejarte solo en estos momentos difíciles. Mis padres entendieron tu situación y aplasaron mi viaje para mediados de año, la universidad a la que iré es capaz de esperar. Conseguí una beca en la mejor universidad de España —sonrió.

—No quiero que pierdas tu tiempo, si debes irte, hazlo —sostuve sus manos—. Yo estaré bien, no te preocupes por mí.

—¡No digas eso! No quiero dejarte solo, Dylan. No discutamos por eso, te lo ruego —me abrazó con fuerza.

—Emma, ¿por qué intentas engañarme?

—¿A qué te refieres?

—Sé que no me quieres dejar porque me amas, quieres pasar más tiempo conmigo y llevarte lindos recuerdos contigo. También lo haces por mi estado actual, entré en depresión. Pero la razón principal fue la anterior —acaricié su mejilla.

—Odio que me conozcas demasiado bien —bromeó.

—Es tu perdición, cariño. No puedes engañarme con facilidad.

Besé sus adictivos labios una vez más, sintiendo su calidez, su amor, su pasión, y volvimos a mi casa. Por alguna razón, los padres de Emma permiten que viva en mi casa por ahora.

—¿Por qué tus padres dejan que vivas conmigo?

—Porque ellos saben que necesitas de mi compañía, tememos que cometas algo malo ahora que tienes depresión. No olvides que los primeros días no quisiste comer nada, tuve que darte de comer a la fuerza.

—Lo sé, pero; ¿No tienen miedo de que hagamos algo indebido? Ya sabes, somos jóvenes, somos novios, estamos solos en una casa. Yo si fuera tu padre no dejaría que hicieras eso con alguien —levanté los hombros.

—Ellos confían en ti, has demostrado que nunca harías eso, al menos por ahora. Recuerdo que me dijiste que planeas hacerlo cuando seamos mayores —sonrió.

Tragué con intensidad y sentí que mi rostro ardía. Por Dios, había olvidado eso.

—Te ves adorable sonrojado —sonrió y se acercó lentamente.

—¿Qué planeas hacer, traviesa?

—Nada —apegó su pecho a mi torso y sentí sus senos rozar con mi cuerpo, quiere provocarme.

—Ni lo intentes, hermosa —besé sus labios y la levanté de los glúteos para tenerla a mi altura. Ambos pueden jugar al mismo juego.

La puse contra la pared y di pequeños besos y mordiscos por su cuello y su clavícula, su respiración se agitó y soltó ligeros suspiros.

Ya gané, miré su rostro y estaba ligeramente sonrojada.

—Pero mira quien se puso sonrojada estando en la boca del lobo —sonreí y besé sus labios para morder ligeramente su labio inferior.

—D-Dylan, para —la solté lentamente—. No se vale que tus caricias sean suficientes para que me excite —frunció el ceño.




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