"Me acosté esa noche exhausto, con la mente dando vueltas por la discusión. No podía entender por qué se había molestado tanto por algo tan sencillo, un problema que para mí ni siquiera existía. El día siguiente transcurrió con la calma habitual, y por la tarde me preparaba para el partido, cuando una sombra de furia se me acercó.
Era mi novia. Su rostro estaba rojo de rabia.
'Estuve hablando con la chica nueva', me soltó. 'Le dije que tú eras mi novio'.
Mi corazón se aceleró. No esperaba esto.
'Y sabes qué me respondió?', continuó, la voz cargada de veneno. 'Me dijo "cuídalo porque te lo puedo robar".'
La frase me cayó como un balde de agua helada. La simpleza de la llegada de Sullys se había evaporado. Se había convertido en una rival.
'¿Tienes algo con ella o qué?', me preguntó. 'Habla claro, para dejar las cosas claras de una vez o saber si terminamos'.
'Yo no sé por qué te dijo eso', le contesté, intentando no sonar a la defensiva. 'Yo no controlo sus expresiones. Debiste preguntarle a ella por qué te dijo eso'.
Ella me torció los ojos con un gesto de amargura que me partió el alma. Se dio la vuelta y se marchó, dejándome de pie, confundido y con una nueva carga.
'¡Kevin, ¿vas a jugar o no te deja la novia?!', me gritaron mis amigos desde la cancha.
'¡Qué chistosos!', les devolví.
El partido me dio un respiro. Con la adrenalina y la frustración, me enfoqué en el juego. Y aunque logré meter un gol, fallé otro. El eco de sus palabras todavía resonaba en mi cabeza, y la simpleza de mi vida había desaparecido para siempre."