CAPITULO 9: LA CONFESIÓN A SULLYS

La vi entrar a la tienda y sentí una mezcla de incomodidad y un extraño alivio. Me preguntó qué me pasaba, con una voz más suave de lo que recordaba, como si pudiera leer la tormenta en mis ojos. "Tienes algo que te veo raro", me dijo.

​"Nada, cositas que le pasan a uno, pero no es nada", le contesté, intentando evadir la conversación.

​"Está bien, si no me quieres contar, no pasa nada", me dijo, sin presionar.

​Su comprensión me desarmó. Y sin pensarlo, las palabras simplemente salieron de mi boca. "Está bien, ya te cuento".

​Le dije que mi novia me había terminado. Y sin darme cuenta, las palabras empezaron a fluir. Le conté todo: la pelea, la mentira sobre su supuesta "conversación" y la verdad de que ella ya estaba con alguien más. La miré, esperando algún tipo de burla o una reacción dramática. Pero no hubo nada de eso. Solo silencio.

"Te lo dije, ella no te merece", me respondió a secas, como si fuera la cosa más obvia del mundo. No hubo burla ni un "te lo advertí" en su voz, solo una verdad cruda. La rabia que me había consumido por días se disolvió en ese momento. Me di cuenta de que ella no había mentido. Todo lo que había dicho era una verdad a medias que mi novia había usado para manipular la situación.

​"Pero para eso soy tu amiga", continuó, y la frialdad de su voz desapareció. "Voy a tratar de que te sientas mejor".

​Su voz, de repente, se sintió como un bálsamo. Era un cambio de perspectiva que me dejó desubicado. No era una rival; era una amiga. No me dijo que todo estaría bien, no me dio falsas esperanzas. En cambio, me ofreció algo más valioso: su apoyo, su compañía. Y en ese instante, en medio de la desilusión de una relación que se había desmoronado, encontré un nuevo refugio en la inesperada amistad de Sullys. Me di cuenta de que, por primera vez en días, el peso en mi pecho comenzaba a aligerarse. La simpleza de mi vida, que había desaparecido, estaba volviendo, pero de una forma distinta.