El reloj se acercaba a la medianoche. El volumen de la música subió, los gritos de la gente se hicieron más fuertes, y la vereda se llenó de la energía colectiva de la esperanza. Yo me paré junto a mi familia, mirando el cielo, pero mis ojos buscaron a Sullys. Ella estaba con sus padres, a solo unos metros de distancia.
La gente comenzó la cuenta regresiva.
"¡Diez!"
"¡Nueve!"
"¡Ocho!"
Mi corazón latía con fuerza. No era la emoción de una fiesta, era otra cosa. Cuando las voces llegaron a "¡uno!", el cielo estalló con fuegos artificiales. Los gritos de "¡Feliz Año Nuevo!" resonaron por toda la vereda.
En medio del caos y la celebración, mis ojos se encontraron con los de Sullys. Ella sonrió, y sin dudarlo, corrió hacia mí. Nos fundimos en un abrazo de Feliz Año Nuevo. Y en ese instante, en medio del ruido, el tiempo se detuvo. Sentí un corrientazo por todo el cuerpo, una energía que no tenía nada que ver con la emoción del momento. Fue como si un rayo me hubiera atravesado, desde mi corazón hasta las puntas de mis dedos.
No fue solo un abrazo. Fue una vibra diferente, una conexión inexplicable que me hizo entender todo. La frustración, el dolor, la confusión de los últimos días se disolvieron en ese momento. Me di cuenta de que mi relación anterior no se había roto por celos, sino porque no era lo que mi alma estaba buscando. Y ahora, en medio de la celebración del fin del año, lo había encontrado en Sullys. En su amistad, en su mirada, en su forma de ser, había una promesa de un nuevo y maravilloso comienzo. El 2016 ya no era solo una fecha; era el primer día de una historia completamente nueva.
El primero de enero amaneció con un cielo limpio y el aire más fresco que de costumbre. Después de la fiesta de Nochevieja, la vereda se sentía más silenciosa. Fuimos al río, un lugar que siempre me había gustado, pero que ahora, con Sullys, tenía una magia diferente. Nos tiramos agua, nos reímos a carcajadas. Su sonrisa, que antes me había parecido tan seria, ahora era una luz que iluminaba todo el paisaje.
Las primeras dos semanas del nuevo año transcurrieron en la monotonía de lo cotidiano. Yo seguía atendiendo la tienda de mis padres, jugando fútbol por las tardes. Pero mi vida ya no era la misma. La amistad con Sullys se hizo más fuerte, y cada momento con ella era un regalo. Hablábamos de todo: de nuestros sueños, de la escuela, de las cosas que nos gustaban y de las que no.
Fue en ese tiempo que me di cuenta de que me estaba enamorando de ella. Su forma de ser tan directa, su risa contagiosa, sus ojos cafés que me miraban sin juzgarme. Su presencia era tan perfecta que me dejaba sin aliento. Me sentía más vivo que nunca, y el recuerdo de mi exnovia se desvanecía en la memoria.
La amistad entre nosotros no era solo un refugio, era un nuevo camino. Por las tardes, cuando el sol se ponía, ella me acompañaba a la cancha de fútbol. Me veía jugar con una sonrisa en el rostro, y cada gol que marcaba era un gol para ella. Era una conexión tan fuerte que sentía que ella me impulsaba a ser mejor, a dar lo mejor de mí en cada momento.
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Editado: 16.09.2025