La semana siguiente, la rutina cambió. Empezaban los torneos, y mi mente estaba dividida entre la escuela y el fútbol. El ambiente en la vereda se llenó de un aire de competencia, y yo me sentía listo para enfrentarlo todo.
El Torneo Colegial
El primer partido del torneo colegial fue una victoria aplastante. Marqué cuatro goles, y cada uno de ellos se sintió como una liberación. Mis amigos me felicitaban, el público gritaba, pero mi alegría estaba incompleta. Sullys no pudo ir a verme. Había amanecido indispuesta, y aunque mi mente estaba en el juego, una parte de mí se preguntaba cómo estaría. La victoria se sintió vacía sin su sonrisa en las gradas.
El Torneo de la Vereda
El sábado, la cancha se llenó. Era el debut de nuestro equipo en el torneo de la vereda. La emoción de mis amigos era contagiosa, y me sentí en casa. El partido inició con el sol de la tarde bañando la cancha. Me pasaron el balón con precisión, y sin pensarlo, rematé de primera. El balón se elevó en el aire y entró directamente en la red. ¡Gol! El primero del partido, y la multitud explotó en un grito de alegría. Grité de emoción, y mientras celebraba, busqué a Sullys. Ella estaba en la puerta de su casa, sonriéndome, y en ese instante, supe que ese gol era nuestro. El partido terminó 2-1, y la victoria se sintió como la mejor de mi vida.
El Torneo Corregimental
El domingo llegó, y el ambiente en el torneo corregimental era diferente. Los equipos eran más fuertes, la gente era más ruidosa y el aire estaba cargado de tensión. El partido inició y en los primeros cinco minutos un penal en nuestra contra, y el marcador se abrió a los 5 minutos del partido. El golpe fue duro. En el segundo tiempo, en una jugada desafortunada, sentí un dolor agudo en la rodilla. Me desplomé en el suelo, gritando. Tuve que salir de la cancha, y desde la banca vi cómo el partido se nos escapaba de las manos. Terminamos perdiendo 4-0. La derrota era amarga, pero el dolor de mi rodilla era peor. Al final del partido, la busqué con la mirada. Sullys estaba allí, mirándome con una tristeza que me partió el alma. La derrota se sintió como un castigo, y el dolor de mi rodilla me recordó que no todo era un juego.