El pitazo final fue un eco de mi propia derrota. El dolor en la rodilla era insoportable, pero el dolor en mi corazón era peor. Me senté en la banca, con la cabeza gacha, sintiendo el peso de la derrota y el de la impotencia. Había estado esperando el torneo por meses, y en un abrir y cerrar de ojos, todo se había desvanecido.
En medio del caos de los equipos que se dispersaban, sentí una presencia a mi lado. Era Sullys. Su rostro, que antes había reflejado la tristeza por la derrota, ahora solo mostraba una profunda preocupación. No dijo nada, solo me miró a los ojos. Con la misma calma con la que me había consolado antes, se sentó a mi lado.
"Sé lo que se siente, Kevin", me dijo, y su voz era suave y llena de empatía. "Sé lo mucho que esperabas el arranque de estos torneos, y sé lo mucho que te duele no poder jugar". Sus palabras me llegaron al corazón, y por primera vez en mi vida, sentí que alguien realmente me entendía.
En ese momento, la rodilla me dejó de doler. El dolor no se había ido, pero ya no era lo más importante. Y en su mirada, vi una promesa, una promesa de que, a pesar de los obstáculos, ella siempre estaría conmigo.
El retiro de la cancha
El pitazo final del último partido resonó en mi cabeza. La derrota era amarga, pero el dolor de mi rodilla era insoportable. Y, lo que es peor, la frustración por no poder jugar me quemaba por dentro. El fútbol, que antes era mi refugio, mi lugar seguro, ahora era un recordatorio constante de mi propia impotencia. Y con el tiempo, el dolor de la rodilla se hizo más grande, y la tristeza me invadió por completo.
Un día, después de un partido, me senté en la banca, con la cabeza gacha. Y tomé una decisión. Ya no podía jugar. No podía seguir intentándolo si no podía dar lo mejor de mí. Así que me quité las botas, las colgué en la pared de mi casa, y me retiré. Fue una decisión difícil, pero sabía que era lo correcto.
Durante un tiempo, la rutina se volvió gris. Iba a la escuela, ayudaba a mis padres en la tienda, y por la tarde, me sentaba en el porche, viendo a mis amigos jugar. Veía el balón rodar, oía el grito de los jugadores, y cada sonido era como un puñal en mi corazón. Me sentía vacío, como si una parte de mí se hubiera ido.
Y en ese momento, en la soledad de mi dolor, Sullys se acercó a mí. Me miró con sus ojos cafés, y supo lo que sentía. No dijo nada, solo se sentó a mi lado y me tomó de la mano. Y en ese instante, en medio del silencio, supe que no estaba solo. Que a pesar de que había perdido una parte de mí, había ganado una parte de ella. Y eso, al final, era lo más importante.