El pasillo de la escuela había sido un infierno, pero la buseta de camino a casa fue peor. Me senté a su lado, y un silencio pesado llenó el aire. Quería decirle que no se fuera, que lucharíamos juntos. Pero mi voz se ahogaba en mi garganta.
"No, Kevin," me dijo, su voz era un susurro triste. "Ya no quiero que esta relación cause más daño".
Las palabras cayeron sobre mí como una sentencia. No hubo llanto, no hubo gritos. Solo la amarga aceptación de la derrota. Cuando la buseta se detuvo en su parada, la vi bajar y caminar hacia su casa. Me quedé sentado, viéndola. Por un instante, pareció una desconocida, una extraña que simplemente se bajaba de mi camino. Me quedé ahí, inmóvil, hasta que la buseta arrancó de nuevo, dejándome atrás con el corazón destrozado.
Al llegar a casa, el aire se sentía pesado, como si el oxígeno se hubiera ido. Mis padres, al verme, supieron que algo andaba mal. "Mamá", le dije, y mi voz sonó más vacía de lo que esperaba. "Quiero irme a vivir con mis abuelos, en el pueblo. No puedo seguir aquí".
Mi mamá me miró con una mezcla de sorpresa y preocupación. "Hijo, ¿por qué? ¿Qué pasa?"
No pude mentirle, pero tampoco le dije la verdad. "Mamá, solo necesito un cambio. No quiero seguir viéndola todos los días. Me duele, me duele mucho". Mi voz se quebró, y ella, sin decir una palabra, me abrazó. Me sentí seguro en sus brazos, pero al mismo tiempo me sentí como un niño, impotente y sin saber qué hacer.
La decisión estaba tomada. Me iría al pueblo, lejos de la vereda, lejos de ella. La única vez que la vería sería en la escuela. Por las tardes, el dolor de mi corazón me recordaba que la había perdido, pero mi cuerpo ya no sentía el dolor de la rodilla. En los recreos, mis compañeros y yo jugábamos microfútbol y apostábamos la merienda. El dolor físico de la lesión, de los golpes, de las caídas, era un bienvenido alivio para el dolor de mi corazón. Era una forma de distraer mi mente, de no pensar en ella. Pero al final del día, al irme a casa, el silencio de la buseta me recordaba que la había perdido, y que mi vida ya no era la misma.