CAPITULO 35: Narrado por Kevin: El límite de la paciencia

Mientras Sullys me miraba, con ese pánico reflejado en sus ojos, la realidad me golpeó con una fuerza increíble. Ella no estaba asustada por la bronca de la coordinadora, ni por la cara de su mamá; estaba aterrorizada de que su padre cumpliera la amenaza de enviarla lejos. Pero cuando me dijo que el silencio la estaba matando, me confirmó que yo tenía razón. El pacto de no hablar había sido una tortura para los dos.

No puedo seguir siendo un fantasma. Ya no más.

Toda la frustración de los últimos meses, el dolor de la rodilla, la impotencia en la oficina de la rectora, la cara de decepción de su mamá... todo se condensó en una rabia sorda. No era rabia contra ella, ni siquiera contra mi ex, sino contra la situación, contra el miedo que nos tenía atrapados.

Estoy harto. La frase resonó en mi cabeza con una claridad ensordecedora. No podía soportar la idea de que tuviéramos que vernos a hurtadillas, ni la idea de que el amor que teníamos dependiera de si alguien revisaba una mochila o miraba a la hora equivocada. Yo no era un ladrón, y ella no era mi cómplice.

La única salida, la única forma de que este infierno terminara, era enfrentarlos. Era un salto al vacío, sí, el riesgo era inmenso, pero era el último cartucho. Si perdíamos, sería con la cabeza en alto. Si ganábamos, seríamos libres.

La decisión fue instantánea, visceral. Por eso la detuve al salir de la dirección y le dije sin pensar: "Voy a hablar con tus padres." La vi asustarse, pero ya no había marcha atrás. Sentí que toda la frustración se convertía en una determinación fría y absoluta. Iba a poner mi vida en juego por ella. La era de los secretos había terminado. La guerra se volvía frontal.