Llegamos a la casa de sus padres. La caminata desde mi casa hasta su puerta se sintió como un viaje a un campo de batalla. Entramos, y mi mamá, con una calma que no sentía, saludó a su papá y a su mamá con una cortesía forzada. Todo era demasiado normal. La vi por un instante, oculta detrás del cortinaje que daba a la cocina; sus ojos eran dos puntos de terror.
Su papá, con su habitual amabilidad, nos ofreció asiento. Nos sentamos en el sala principal, frente a frente, en una disposición que simulaba una cena familiar, pero el aire era tan denso que era difícil respirar. La sonrisa en el rostro de tu padre era tensa, como una cuerda a punto de romperse.
Y entonces, mi mamá, mi salvavidas en medio de este naufragio, rompió el silencio que me estaba asfixiando. Me empujó suavemente con el codo, y su voz sonó fuerte y clara: "Bueno, Kevin, a lo que vinimos."
Tu padre, confundido por el inicio tan abrupto, preguntó: "¿Qué pasa? Dígame, soy todo oídos."
En ese momento, la garganta se me secó. Las palabras se negaron a salir. Los nervios me habían atado la lengua; sentí un sudor frío recorriéndome la espalda. Mi misión, el discurso que había ensayado en el camino, se desvaneció por completo. Solo veía la mirada inquisitiva de tu padre y la ansiedad silenciosa de tu madre.
Mi mamá, percibiendo mi colapso, tomó la iniciativa. "Señor, lo que pasa es que Kevin... Kevin está aquí por Sullys. No se lo hemos podido sacar de la cabeza." Su voz me dio el empujón que necesitaba.
Finalmente, el miedo cedió ante la desesperación de meses de escondite. Tomé una bocanada de aire y las palabras salieron en un torrente de cruda honestidad.
"Señores," dije, mi voz aún temblando, pero cargada de una determinación que nunca antes había sentido, "estoy aquí porque estoy harto de esconder mi amor. Quiero formalizar nuestra relación. Ya no somos niños, y nos amamos. No es un capricho. Lo que tenemos es real, y por eso hemos aguantado tanto. Lo que quiero es su permiso para estar con ella, a la luz."
El silencio que siguió a mi declaración fue ensordecedor. Vi el rostro de su padre pasar de la confusión a una seriedad pétrea. El destino de nuestro amor pendía de un hilo.