Nuestra Historia

CAPITULO 41: El Uniforme y el Adiós Temporal

Cuando le dije a Sullys que me enlistaría para Prestar servicio militar, sentí que me jugaba la vida. Me miró con lágrimas en los ojos, no de alegría, sino de miedo, porque ambos sabíamos lo peligroso que era.

​"Kevin, tienes que irte," me dijo, su voz era un hilo. Me acerqué, con mis manos llenas del barro seco de la ladrillera. Ella me tomó las manos, ignorando la suciedad. "Sé lo que te está haciendo este trabajo. Estás dando tu vida en esa ladrillera por un plato de comida. No hay futuro aquí. Tienes que irte."

​"Es que no quiero dejarte," le dije, sintiendo el nudo en la garganta. "Mira mis manos, Sullys. Todo este barro no nos dio nada. Solo cansancio. Pero ese uniforme... ese uniforme es una promesa de estabilidad. Es un camino real."

​Ella asintió, su rostro era una mezcla de tristeza y una resignación valiente. "Vete. Pero prométeme que te cuidarás. Yo estaré aquí, en nuestra casita, esperando." Sellamos el pacto con un beso cargado de angustia, sabiendo que la separación era el precio de nuestro futuro.

​El Desafío del Servicio

​El cambio de la ladrillera a ir a prestar servicio militar fue brutal. El cansancio físico del barro fue reemplazado por una dureza mental que me consumía. Los gritos, la disciplina constante, las largas jornadas sin descanso... Era una experiencia dura, una prueba de fuego que me hacía sentir más solo que nunca. El rigor del entrenamiento me hacía extrañar hasta el calor infernal del horno, porque al menos allí estaba cerca de casa.

​Ahí dentro, la distancia se sentía como una herida abierta. Extrañaba a mi familia, pero a ti, Sullys, te extrañaba con un dolor punzante en el pecho. Cada noche, antes de dormir, repasaba en mi mente el camino hasta nuestra casita humilde, tu rostro y la promesa que me hiciste.

​Las visitas eran mi único respiro. Salía a permiso cada dos meses, y esos días eran un bálsamo para mi alma. Pero la alegría duraba poco. La realidad financiera golpeaba fuerte. Mi sueldo, que debía ser mi solución, apenas alcanzaba para mis gastos de aseo personal. Me apretaba el cinturón para lograr enviarte un poquito de dinero. Era vergonzoso, frustrante. Yo, que estaba "sirviendo a la nación", no podía mantener a mi esposa.

​El Sacrificio Compartido

​Sabías la verdad, y nunca me hiciste sentir menos. Entendiste que el dinero no alcanzaba y que teníamos que apoyarnos en el amor y la generosidad de nuestras familias. Tus padres y mis padres se convirtieron en nuestros ángeles guardianes, asegurándose de que tuvieras comida.

​Para aliviar la carga, hiciste lo impensable: empezaste a ayudar a mis padres en la tienda. Te pusiste detrás del mostrador, trabajando día a día para ayudar con los gastos básicos. Saber que estabas allí, poniendo tu esfuerzo y tu tiempo para ayudarnos a sobrevivir mientras yo intentaba ascender en la Policía, me llenaba de un orgullo inmenso y una deuda eterna.

​Esa era nuestra realidad: yo luchando en un uniforme, lejos, y tú luchando en el mostrador de mi casa, cerca. Estábamos separados por la distancia, pero unidos por el sacrificio, por la esperanza de que toda esta dureza, todo este esfuerzo compartido, algún día nos daría la vida digna que tanto habíamos soñado.



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En el texto hay: romance accion aventura

Editado: 10.10.2025

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