Nuestra Historia

CAPITULO 43: La Traición de la Tierra y la Decisión de Emigrar

La tierra me traicionó por última vez, y fue el punto de quiebre. Estaba en la ladrillera, agotado, cuando un aguacero torrencial nos cayó encima. Corrí, desesperado, pero fue inútil. Los ladrillos de la semana, horas de esfuerzo y de madrugadas heladas, se deshicieron en un violento lodazal. Me quedé allí, bajo la lluvia, sintiendo cómo toda mi disciplina militar y mi esfuerzo se convertían en barro inútil. Fue el universo diciéndome que no había futuro para nosotros aquí.

​Llegué a la casita empapado, cubierto de rabia.

Ese día, la indecisión se rompió. La voz de mi hermano se volvió un eco en mi cabeza, y la imagen de mis padres luchando, y de Sullys a punto de terminar sus estudios sin un futuro claro, me dio el valor para actuar. Sin mirar atrás, sin dar marcha atrás, tomé el teléfono y lo llamé.

"Hermano, quiero irme para Bogotá", le dije, con una certeza que ni yo reconocía. Y añadí, con una voz más baja: "Pero no puedo dejar a Sullys. No la dejaré sola en esta vereda que no nos da nada". Él lo entendió sin dudar. "Vénganse los dos", fue la respuesta que nos abrió la puerta a una nueva vida.

La decisión estaba tomada, y en ese momento, la tristeza y el miedo se mezclaron con la esperanza. Teníamos que dejarlo todo: la ladrillera que nos había dado el sustento, nuestra casita humilde que habíamos comprado con tanto esfuerzo, y a las personas que amábamos.

Encontré sullys en la cocina y no tuve que decir mucho. Mi furia y mi desesperación lo decían todo.

​"Nos vamos para Bogotá," le dije, sin rodeos. "Estoy harto. Se acabó la pelea contra esta tierra que solo nos da pérdidas. No es justo para ti, Sullys. No puedo verte usar tu inteligencia para seguir contando monedas."

​Me miro, no con sorpresa, sino con una tristeza profunda y una comprensión absoluta. Vio el barro en mis manos y el agotamiento en mis ojos.

​"Sé que es lo único que podemos hacer, Kevin," me respondió, con la voz firme. "Pero, ¿mi último semestre de Enfermería? ¿Lo vamos a perder?"

​"No lo vamos a perder, mi amor," le aseguré, tomándola de las manos. "Lo pones en pausa. Allá terminas, o encuentras la manera de seguir. Aquí solo hay barro y una muerte lenta de nuestros sueños. Allá hay riesgo, pero hay oportunidades. Tenemos que irnos ya." Sellamos el pacto con un abrazo, sabiendo que íbamos a sacrificar nuestro presente por una esperanza incierta.

​La Bendición de Partir Juntos

​El paso más difícil fue decírselo a mis padres, aunque mi mamá ya intuía la verdad. Fui a la casa de ellos, y les conté mi plan sin titubeos. Les hablé del ladrillo destruido, de la frustración.

​"Mamá, papá, nos vamos a Bogotá. Nos vamos mañana mismo."

​Mi papá asintió con una seriedad que me conmovió. Sabía que la ladrillera estaba acabada. Pero mi mamá, a quien temía que se opusiera, me sorprendió. Me miró con una certeza tranquila.

​"Hijo, tienen que irse," me dijo, su voz era un bámbano de alivio y tristeza. "Yo sé que aquí ya no hay nada que buscar. Tienes que ir a luchar por lo que te mereces, y Sullys tiene que ir contigo. Aquí nos duele la partida, pero nos duele más verlos sufrir por un plato de comida."

​"Pero, ¿quién los ayuda a ustedes?", pregunté, sintiendo el peso de la responsabilidad. "La situación está dura."

​"Nosotros nos arreglaremos," me interrumpió mi papá. "Tú enfócate en conseguir algo fijo. Váyanse tranquilos. Pero prométenos que no se van a olvidar de nosotros y que nos mandarán lo que puedan, cuando puedan."

​En ese instante, me sentí inmensamente afortunado. Mis padres me estaban dando su bendición y su sacrificio. La pena de dejarlos solos era inmensa, pero la tranquilidad de que mi mamá no se oponía y la certeza de que nos íbamos juntos me dio la fuerza que necesitaba.

​El Exilio Voluntario

​Esa misma tarde, empacamos. Ver cómo dejábamos nuestra casita humilde, la que tanto me costó pagar con la moto y el sudor, fue doloroso. Pero ya no era un hogar; era un recuerdo de la derrota. Cargamos dos maletas viejas, lo único que teníamos.

​Al despedirnos de mis padres, el abrazo fue largo y silencioso. Sabíamos que era un adiós de "hasta pronto", pero se sintió como una eternidad. Nos fuimos a despedir de sus padres antes de viajar, Las lágrimas de los padres de Sullys lo decían todo. Sus abrazos eran una mezcla de dolor y de orgullo, un último aliento para el traicionero camino que nos esperaba. Ellos entendían que no teníamos otra opción. En la vereda no había futuro para nosotros, no había nada más que trabajo duro sin recompensa. Nos marchábamos porque no teníamos nada que perder, pero nos íbamos con la fe de que lo ganaríamos todo.Caminé con Sullys de la mano, alejándonos de la vereda, dejando atrás la vida que conocíamos. No éramos dos jóvenes aventureros; éramos dos adultos forzados al exilio por la pobreza.

​Al subir al bus que nos llevaría a la capital, la miré. El miedo en sus ojos era real, pero la determinación era más fuerte. Sabíamos que íbamos a la guerra, a una ciudad que no conocíamos, pero íbamos juntos. El amor nos había sacado de la vereda, y era el único capital con el que contábamos para sobrevivir en Bogotá.



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En el texto hay: romance accion aventura

Editado: 10.10.2025

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