Nuestra Historia

CAPITULO 47: El Pacto en el Cuarto Vacío y el Colchón de Cartón

El cuarto estaba helado. Nos sentamos en el suelo, las tres cabezas juntas, usando una de las maletas como mesa improvisada. El silencio de la vereda había sido reemplazado por el murmullo constante de una ciudad que nunca dormía, pero en ese pequeño espacio vacío, nos sentíamos extrañamente a salvo.

Mi hermano nos dio las primeras lecciones: "Aquí nadie te da nada gratis, y el tiempo es oro. Pero el que tiene aguante y malicia sale adelante."

La conversación navegó entre la nostalgia y la cruda realidad. Recordamos a los amigos, las risas en la ladrillera, y luego, el silencio se hacía pesado al hablar del aguacero que se llevó nuestra última esperanza y de tu carrera en pausa. "Miren, sé que es duro, Sullys, lo de la universidad. Pero aquí el esfuerzo paga," nos dijo mi hermano. "Aquí, al menos, tienen una piscina más grande para aprender a nadar."

La Humillación Necesaria

A medida que la noche avanzaba, el frío del piso de cemento se hacía insoportable. No teníamos ni una cobija de más, mucho menos un colchón. Así que, después de la cena rápida que nos dio mi hermano, salimos a la calle en una misión silenciosa y humillante: buscar cartones.

Caminamos por las avenidas y callejones traseros, sintiendo la vergüenza de rebuscar en la basura, pero la necesidad era más grande que el orgullo. Encontramos unas cajas de cartón grandes de alguna mudanza y las recogimos. El peso de lo que estábamos haciendo era enorme; yo, el exsoldado disciplinado, arrastrando basura por Bogotá para poder dormir.

Al regresar al cuarto, convertimos el esfuerzo en un acto íntimo. Doblamos los cartones con cuidado, superponiendo las capas para crear una base aislante contra el frío mortal del cemento. Sobre esa base improvisada, pusimos nuestras pocas prendas. Esa noche, el cartón fue nuestro primer "mueble", un recordatorio tangible de que estábamos empezando de cero, pero que lo estábamos haciendo juntos.

Esa noche, en ese cuarto frío y vacío, sellamos el pacto silencioso de que no nos rendiríamos. El miedo seguía allí, pero el lunes se sentía como un nuevo bautizo, la única oportunidad que teníamos de empezar a construir una vida que hiciera que cada sacrificio, desde el cartón hasta el título de enfermería, valiera la pena.

Esa noche, con los cartones que habíamos conseguido, hicimos una cama en el piso. Acomodamos las planchas sobre el suelo y las cubrimos con unas sábanas viejas que teníamos. No era el colchón de nuestros sueños, pero era algo, y lo hicimos con el cuidado de quien está construyendo algo importante. Era un refugio, un lugar para descansar y estar juntos, lejos del caos.

Nos levantamos un poco cansados, pero no con el cansancio de la desesperanza. Habíamos descansado, y eso era un milagro. El fin de semana pasó sin mayores sobresaltos, entre conversaciones, planes y el nerviosismo que se acumulaba mientras esperábamos el gran día.



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En el texto hay: romance accion aventura

Editado: 10.10.2025

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