El lunes llegó con la misma brisa fría de la tarde en que aterrizamos. No era el frío de la vereda, que podías combatir con un abrazo o un tinto; era un frío de metal, de indiferencia. Me levanté del suelo de cartón con la urgencia de empezar, sintiendo que cada minuto sin trabajo era un peso sobre mis hombros, Con mi hoja de vida recién impresa en la mano, me dirigí a la empresa donde trabajaba mi hermano. Sentía una mezcla extraña de confianza ingenua y nerviosismo; pensé que la cercanía familiar sería mi carta bajo la manga. Me equivoqué.
"No contratamos familiares, es política de la empresa", me dijeron, y la frase me cayó como un balde de agua helada. Mi esperanza, esa pequeña llama que habíamos alimentado en el cuarto vacío, se extinguió de inmediato. Había perdido toda la mañana, gastado el poco dinero del pasaje, para un "no" rotundo, frío y sin justificación emocional. La disciplina militar no te enseña a manejar el rechazo burocrático.
Al llegar al cuarto, el desánimo era un peso físico. Me senté en el suelo, con el alma exhausta, y les conté a Sullys y a mi hermano lo que había pasado. Él, con la calma del que ya ha sido golpeado por la ciudad, me dijo que no me desmotivara, que Bogotá estaba llena de empresas y que ya vendría otra oportunidad. Pero su optimismo sonaba hueco.
Un Rayo de Esperanza desde el Pasado
Con la desilusión todavía en el cuerpo, el cerebro me empezó a funcionar bajo presión. Recordé a un amigo con quien había prestado servicio. No lo dudé un instante. Lo llamé, sintiendo que estaba pidiendo un milagro. Me escuchó atentamente, entendiendo el tono de desesperación en mi voz, la misma desesperación que habíamos compartido en el barro de la ladrillera, solo que ahora era la miseria de la ciudad.
Sin pensarlo dos veces, me dijo que llevara mi hoja de vida a la empresa donde él trabajaba, en el sector de la seguridad, pues necesitaban más personal. Un rayo de esperanza se abrió paso entre la desmotivación. No era un trabajo ideal, pero era una puerta.
El martes, con la hoja de vida recién impresa y un nuevo ánimo, me dirigí a la nueva dirección. Había gastado nuestro último pasaje en esa oportunidad. Si esto fallaba, no sabíamos qué haríamos.