Nuestra Historia

CAPITULO 49: La Hostilidad del Prejuicio

El martes, llegué a la nueva empresa con una mezcla de desesperación y de esa actitud que solo se forma cuando sabes que no tienes absolutamente nada que perder. El frío de la calle se quedó pegado en el traje que pedí prestado. Había cuatro personas más esperando, todos con la misma cara de necesidad, pero yo solo tenía ojos para la puerta de la oficina.

​Después de una breve espera que se sintió como una eternidad, fue mi turno. Cuando entré, la atmósfera era cortante. La cara del entrevistador era tensa, como si tuviera el mundo encima. No me saludó con una sonrisa, ni con amabilidad; su energía era fría, de desconfianza.

​Apenas me senté, me lanzó una pregunta con un tono despectivo que me golpeó directo en el pecho: "¿Usted es costeño, no?"

​Sentí el golpe de la discriminación de inmediato, una sensación amarga y familiar, como el sabor del barro en la ladrillera. Me sentí pequeño por un instante; mi orgullo, recién forjado en el rigor militar, quiso explotar, pero el recuerdo de Sullys durmiendo sobre cartones me ató la lengua. Me aferré a la única verdad que tenía en la cabeza: necesitaba ese trabajo.

​El hombre siguió con el interrogatorio. No solo me preguntó cosas de trabajo, sino de mi vida personal, de mi familia, hurgando en mi historia como si buscara una razón para descartarme. Me sentí juzgado, como si mi origen me hiciera menos capaz. Pero respondí con honestidad, usando la disciplina que me quedó del servicio: cada respuesta era concisa, enfocada, una defensa silenciosa de mi valía. Demostré que mi experiencia era real y que mi necesidad era mi mayor motivación.

​Al final, cuando menos lo esperaba y justo cuando pensé que iba a levantarme sin nada, su voz se suavizó ligeramente, un cambio imperceptible pero decisivo. "Vaya de una vez a hacerse los exámenes”, me dijo.

​Un suspiro de alivio se me escapó, tan profundo que sentí que me vaciaba de todo el aire viciado de la oficina. Sin darme tiempo a reaccionar, me entregó los papeles y me indicó dónde ir. La hostilidad de su rostro desapareció por un momento, reemplazada por un gesto de resignación, como si a pesar de sus prejuicios, mi desesperación, mi sinceridad y mi disciplina lo hubieran convencido de que yo era la única opción viable.

​Salí de la oficina sintiendo que había ganado la primera batalla de Bogotá. La victoria era pequeña, humillante, pero era una puerta que se abría. Ahora solo faltaba pasar los exámenes médicos, y por fin, por fin, tendría algo para ofrecerle a Sullys.



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En el texto hay: romance accion aventura

Editado: 13.10.2025

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