Nuestra Historia

CAPITULO 54: La Linterna del Celular y la Lonchera de la Esperanza

La noche antes de mi primer día de trabajo fue una tortura. El sueño no llegaba, a pesar de que el cansancio de los últimos días me debía haber noqueado. A mi lado, en el colchón de cartón, sentía su respiración, Sullys, y pensaba en el significado de la próxima jornada.

​Nos levantamos antes del amanecer, a una hora que en la vereda solo conocían los lecheros. La linterna del celular era nuestra única luz en el cuarto frío. Mientras yo me ponía el uniforme prestado y planchado con esmero, ella preparaba la lonchera. No era un banquete; era el arroz y el huevo que habíamos logrado comprar con las monedas que sobraron, pero lo envolvía con tanto cuidado, con tanto amor, que era el alimento más valioso del mundo.

​"Ve con cuidado, Kevin," me susurró al oído, dándome el paquete. "Piensa en el colchón."

​Te besé, un beso rápido pero cargado de todas las promesas que ese uniforme representaba. Salí a la oscuridad de la madrugada, sintiendo el frío de la capital que me daba de lleno en el rostro. El miedo ya no me paralizaba; ahora era un motor. Tenía un sueldo, y eso era todo lo que importaba.

​El Día Eterno y el Agotamiento

​Mi primer día fue brutal. El trabajo de seguridad era más exigente de lo que esperaba; doce horas de pie, con la rigidez y la disciplina que conocía bien, pero sin el compañerismo del servicio militar. Era un trabajo frío, mecánico, donde la única voz que escuchaba era la de mi propia conciencia, recordándome por qué estaba allí.

​El uniforme me pesaba, la cabeza me latía y el reloj no se movía. Cada hora me recordaba la vida que había dejado: el sol caliente de la ladrillera que al menos era honesto, la certeza de dónde dormías. Pero en cada momento de flaqueza, me obligaba a recordar la imagen de nuestra cama de cartón y el tono despectivo de aquel entrevistador. "El que tiene aguante sale adelante", me había dicho mi hermano, y yo me obligué a ser el hombre con más aguante de toda la ciudad.

​A las ocho de la noche, salí del trabajo con los pies ardiendo y el cuerpo entumecido. La fatiga era un peso físico, un ancla que me arrastraba. El día había sido tan largo y mi mente estaba tan nublada por el esfuerzo, que el camino de vuelta, que había memorizado con desespero el martes, se me hizo completamente ajeno.

​La Derrota de la Ciudad y el Rescate

​Intenté tomar el mismo bus, la misma ruta, pero las calles de Bogotá, con sus millones de luces y su tráfico enloquecedor, se veían completamente distintas. Después de veinte minutos de caminata errática, el pánico se instaló. Me di cuenta de la aterradora verdad: estaba perdido.

​La ciudad, que me había prometido oportunidades, ahora me devoraba. Sentí que toda mi disciplina y mi contrato recién firmado se desmoronaban. Había vencido a la pobreza en la entrevista, pero ahora la inmensidad de Bogotá me había ganado. La vergüenza de tener que pedir ayuda, de admitir que era un forastero inútil, era peor que el cansancio.

​Saqué el celular con manos temblorosas y, con la voz ahogada por la frustración, llamé a mi hermano. Apenas pude darle una referencia vaga del lugar.

​"Aguanta ahí, Kevin. No te muevas. Ya voy por ti," me ordenó, y su voz fue un salvavidas.

​Diez minutos después, agotado, sentado en una acera sucia con el uniforme impecable, vi el rostro familiar de mi hermano. Me encontró a menos de quince minutos de la casa, pero para mí, ese trecho había sido un exilio. La simple visión de él me hizo sentir un alivio tan profundo que apenas pude hablar.

​El Pacto Renovado para Mañana

​Llegué al cuarto abrumado por la derrota. No podía mirarla a los ojos, Sullys. Había fallado en algo tan básico como volver a casa. Se sento a mi lado y, sin decir una palabra de reproche, empezó a desamarrarme los cordones de las botas. Su silencio fue el consuelo más grande.

​Mientras yo me arrastraba al baño, tú ya estabas revisando mi uniforme para la mañana. Luego, se puso a preparar la lonchera para el día siguiente. Era una rutina de supervivencia que no admitía lamentaciones.

​"Descansa, Kevin," me dijo. "Mañana será menos duro. Y el miércoles menos. Pronto sabrás el camino de memoria."

​Nos acostamos sobre el cartón, exhaustos. Yo ya no pensaba en el colchón; solo pensaba en la próxima jornada, en el próximo día que tenía que ganarle a la ciudad para, por fin, darte esa vida que se merece. El miedo a perderme no se había ido, pero la necesidad de vencerlo era, ahora, mi única razón para levantarme en la oscuridad.



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En el texto hay: romance accion aventura

Editado: 13.10.2025

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